En nuestra humanidad tenemos vocablos que indican o condensan lo más profundo y que buscan ser traducidos para que, fuera de una cultura, tengan una similitud o intenten comunicar la hondura del significado. Uno de ellos es “vida” y que otras expresiones culturales se manifiestan con حَيَاْةٌ ḥayāh (árabe), 生命 (chino), vie (francés), leben (alemán), vita (italiano), 생명 (coreano), yasam (turco), etc.
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Cada una de estas pronunciaciones y escrituras manifiestan la vivencia más significativa: vivir. Para comprender esa vida, el desafío de quien lo quiere hacer es sumergirse en ella. El error más frecuente en esos procesos es querer comprender lo nuevo desde los parámetros pretéritos o desde lógicas de otro idioma. Es decir, querer comprender la vida de otra cultura desde nuestra realidad, conocer a los demás desde nuestros criterios…
Estas situaciones y vocablos, nos impulsan a contemplar el versículo 4 del prólogo del evangelio según Juan cuando afirma:
“En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.
1. Palabra contenedora
El primer vocablo que aparece traducido es “en”. Pareciera ser una afirmación que contiene la vida. Lo más llamativo es que en este prólogo se afirmaría dos veces con esta perspectiva: en ella estaba la vida (1,4) … ella estaba en el mundo (1,10). Buceando en la redacción castellana del Evangelio de Jesús según Juan, pareciera ser una característica de la revelación de la Palabra y de su seguimiento, indicando la unidad entre lo trascendente (palabra) e inmanente (mundo), entre lo que perdura para siempre y aquello que está jalonado a vivir de manera plena: la palabra es vida (1,4), vida que es palabra (14,6), palabra que es seguimiento (15, 4), seguimiento que es vida en abundancia (10, 10), vocablo que es alimento (6, 34,48) y que se plenifica vivificando en el amor (13, 35), amor que se hace vida nueva (20, 31).
La Palabra, porque es vida, contiene a todo lo creado, proyectándolo hacia su consumación definitiva en la “luz que no tiene ocaso” (CEA – MRC, 2011, pág. 521).
La Vida, porque es palabra, permanece en lo creado porque
De mañana te busco, hecho de luz concreta, de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, vigor, origen, meta de los sonoros ríos de la vida.
El árbol toma cuerpo, y el agua melodía, tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia del mundo a mediodía, y estás de corazón en cada cosa.
No hay brisa, si no alientas, monte, si nos estás dentro, ni soledad en que no te hagas fuerte. (CEA – Himno Alfarero del hombre, 1981)
Parafraseando al apóstol Pablo, en esa palabra:
“vivimos, nos movemos y existimos” (Hchs 17, 28).
¡Todo un desafío eclesial y pastoral! La Palabra no llega porque la iglesia va a un lugar, ¡ella ya estaba y hace de esa cultura, de esa vida, un espacio hierofánico, en donde lo divino se manifiesta conteniendo, sosteniendo, vivificando! ¡La Evangelización y la Catequesis serán vida en la medida que sean parteras, es decir, que ayuden a dar a luz esa presencia de la Palabra que hace que todo esté en ella! (Torres Queiruga, Andrés, 2008). Y exigirá dejar de lado aquellas “traducciones” que no son vida: fieles, súbditos, legiones, militantes, cruzadas, armadura y combate de la fe, etc.
2. Palabra vitalizadora
El vocablo vida es la traducción del griego ζωή (zōí). Algunos prefieren traducirlo por “La Palabra le dio vida a todo lo creado, y su vida trajo luz a todos” (Bibliatodo.com, 2025). Desde esa posibilidad, queremos contemplar la revelación de Dios: palabra que crea vida, da luz, que se ofrece, que está al alcance de la mano, que su irradiación no depende de nuestras acciones ni de nuestras propuestas pastorales, porque la Palabra es Vida, es Luz… y se manifiesta donde quiere y como quiere.
En este versículo, el himno se detiene en la luz, que es vida:
“en el antiguo testamento, la luz es figura de la vida, lo contrario de la oscuridad o tiniebla, que es imagen de la muerte. La vida y la luz pertenecen solo a Dios, porque la vida divina es la vida eterna, que no se encuentra en los seres creados, y la luz es la misma revelación de Dios como vida. Dios se revela a los hombres haciéndolos participar de su vida. Pero, tanto la vida como la luz, se encuentran en la palabra que las comunica a los hombres” (Rivas, Luis Heriberto, 2005, pág. 127)
¡Jamás nuestras respuestas o acciones pueden opacar la vida que es la Palabra!, porque de lo contrario estaríamos creyendo en un Dios que no sería tal.
¡La vitalidad de la palabra, no radica en nuestra vida, sino que ella adquiere vigor en la Palabra que se revela de múltiples maneras haciendo de ellas “señales” donde se comunica! ¡La Palabra es vida que inter-locuta con nuestra existencia para que vivamos en su manifestación!
Por esto, la catequesis no se da, se hace… ella “hace retumbar, que es una manifestación del Espíritu (…) Hacer resonar es dar vida” (Curia, Christian, 2018, pág. 39)
Los creyentes en la Palabra, en la Vida, somos quienes la buscamos, no la poseemos, somos quienes vivimos en ella no la enseñamos, somos quienes la suscitamos y proponemos, no moralizamos con el deber ser, sino que la Vida, que es palabra, nos impulsa a vivir según lo recibido, según en quien nos vivimos inmersos, porque el mundo es vivificado por la palabra.
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Trabajos citados
Bibliatodo.com – Juan 1-4 (2025).
CEA – Himno Alfarero del hombre. (1981). ‘Liturgia de las Horas – Tomo III’. Buenos Aires: Paulinas.
CEA – MRC. (2011). ‘Misal Romano Cotidiano’. CABA: Oficina del Libro.
Curia, Christian. (2018). ‘La #vida nos da #señales’. CABA: PPC.
Rivas, Luis Heriberto. (2005). ‘El Evangelio de Juan. Introducción. Teología. Comentario’. Buenos Aires: San Benito.
Torres Queiruga, Andrés. (2008). ‘Repensar la revelación. La revelación divina en la realización humana’. Madrid: Trotta.
