Tribuna

De la fealdad y la belleza de Cristo

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En cierto sentido, la estética de Plotino marcará el peregrinaje de las ideas estéticas del Cristianismo. Ideas que afirman, entre otras cosas, que la belleza de los cuerpos no brota de cualidades de la materia, sino en la participación esplendorosa de una forma ideal.



En tal sentido, la belleza será, entonces, el resplandor del bien; no en grado de subordinación, sino de concordancia con él. Plotino se encargará, de manera exitosa, de propiciar un encuentro entre la estética y la religión.

A pesar de ello, hay autores que consideran al pensamiento del Cristianismo primitivo como un obstáculo para las ideas estéticas, haciendo, incluso, incompatible los objetivos de ambas. Benedetto Croce no reconoce en el cristianismo primitivo ninguna estética, ya que no solo no hubo un acercamiento renovador de la sensibilidad y la imaginación, sino porque los pensadores cristianos de los primeros siglos se ocuparon, casi exclusivamente, de problemas éticos y ontológicos.

Por otro lado, según otros estudiosos, el ideal cristiano parece buscar una aniquilación del placer y de la vida sensible debido a una particular pasión por el sufrimiento.

Jesus

Los dos Cristos

Ahora bien, ¿esto fue realmente así? Investigadores de la historia de la Estética no están del todo de acuerdo con tales conclusiones. Juan Plazaola, por ejemplo, sostiene que el error de estos autores es haber elevado a tesis lo que se trataba de posturas históricas contingentes y parciales de aquel espíritu cristiano en formación, “tanto más imperfectas en cuanto más respondían a un movimiento de reacción contra el ambiente de desenfreno sensual en que se agitaba el mundo pagano”.

Esto dio lugar al establecimiento de un debate que, en cierta medida, mostraba el sustento de la espiritualidad del momento: la búsqueda de la Vera Icona. Una búsqueda desatada por el deseo de contar con el verdadero rostro de Cristo. El hecho de que los evangelios no ofrezcan mayores detalles que nos aproximen a una descripción física, va a despertar y a hacer más fuerte ese deseo.

Este deseo apunta a la formulación de dos vías completamente distantes por parte de los Santos Padres de la Iglesia. Una que sustentó la idea de que Cristo no gozaba de atractivo alguno, y la otra todo lo contrario, que poseía una belleza única e impactante.

Quienes sostuvieron que Cristo no era nada atractivo físicamente y malformado, sustentaron su argumento en una afirmación del profeta Isaías (53,3) que señala «lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos».

En esta línea encontramos a Clemente de Alejandría, Orígenes y Tertuliano, entre otros. Por el otro lado, la otra se sustentó en el salmo (44,3) que reconoce al Señor como «el más bello de los hombres». Aquí se inscriben san Juan Crisóstomo, san Jerónimo, san Juan Damasceno, entre otros. Según ellos, tenía que ser así pues se trata, además, del autor de la belleza.

Una imagen, una carta

De alguna manera, esta segunda vía terminaría imponiéndose durante la Edad Media, en especial, a partir de la aparición de una carta atribuida a Publio Léntulo que, según cierta tradición, se dice que fue gobernador de Judea antes de Poncio Pilato.

Una carta dirigida al Senado romano en la cual informaba sobre el predicador galileo, Jesús de Nazaret. Allí es descrito como un hombre de alta estatura y gallardo; de rostro que inspira amor y temor a quien lo mira. Esta carta influirá decisivamente a través de la literatura espiritual, singularmente de la ‘Vita Christi’ (1374) de Ludolfo de Sajonia, y tiene una relevante repercusión en la iconografía, que adopta sin dificultad el estereotipo occidental latino de Cristo, como muestra el retrato de Cristo (1439) de Jan van Eyck, copiado múltiples veces.

Esta vía que se centra en la imagen de un Cristo bello se acomoda mucho mejor a la reflexión filosófica y teológica, que se sustentan bajo la aceptación de Jesucristo como la suma perfección, la suma verdad y el sumo bien; también le corresponde lógicamente la suma belleza. Jaroslav Pelikan, prominente estudioso de la Historia del Cristianismo y de la historia intelectual de la Edad Media, sostendrá que “dentro de la tríada clásica de lo bueno, lo verdadero y lo bello, ha sido lo bello lo que ha servido para retratar a Jesús de una forma más efectiva y más atrayente”. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris