La presencia de laicos católicos en las escuelas públicas es, en muchas ocasiones, la única de la Iglesia en esos lugares. Esta conciencia, expresada con frecuencia en los textos del Magisterio, como en el documento de 1982 ‘El laico católico testigo de la fe en la escuela’, se hizo nuevamente evidente en el congreso ‘La Iglesia en la educación: presencia y compromiso’, celebrado en Madrid en febrero de 2024.
- EDITORIAL: Cristianos en los pupitres públicos
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En ese evento, pusimos los pies en la realidad española y pudimos reconocer que, con frecuencia, se ha descuidado el acompañamiento espiritual y profesional a este modo tan específico de presencia en la educación. En el congreso, los profesores cristianos trabajaron en un ámbito propio y propusieron líneas de actuación para el futuro.
No nos referimos, ahora, a los profesores de Religión o a los que trabajan en colegios católicos, aunque, con todos ellos, los laicos católicos en la escuela pública comparten una raíz vocacional en su labor educativa.
Un verdadero ministerio
Como afirmó el papa León en un encuentro reciente con los Hermanos de La Salle, es necesario que todos los educadores cristianos vivan su docencia como ministerio y misión, como consagración en la Iglesia. A san Juan Bautista de La Salle, recalcó, le gustaba decir de los laicos consagrados a la educación que “su altar es la cátedra”, haciendo de la enseñanza un verdadero “ministerio”, según el principio de “evangelizar educando y educar evangelizando”.
La renovación de la teología del laicado, que trajo consigo el Concilio Vaticano II, y el impulso de diferentes espiritualidades a la misión de los laicos en la sociedad, han hecho que, sin una consagración específica, cualquier laico esté llamado a comprometerse, desde los principios evangélicos, con toda la sociedad, en la consecución del bien común. Esa es también la misión de los profesores cristianos en la escuela pública.
Dos exigencias
Esta tarea tiene dos exigencias. Una con resonancia personal, recogida en el número 52 del documento de la Congregación: “Por su seriedad profesional, por su apoyo a la verdad, a la justicia y a la libertad, por la apertura de miras y su habitual actitud de servicio, por su entrega personal a los alumnos y su fraterna solidaridad con todos, por su íntegra vida moral en todos los aspectos, el laico católico tiene que ser en esta clase de escuela –pública– el espejo viviente en donde todos y cada uno de los miembros de la comunidad educativa puedan ver reflejada la imagen del hombre evangélico”.
La otra exigencia supera lo personal y nos invita a generar dinámicas participativas y eclesiales para discernir cómo ser sal y luz en este momento. Cualquier docente católico, debe sentirse acompañado por la Iglesia para saber colaborar, desde su desempeño profesional y en relación con la pluralidad de sus compañeros de claustro, con el desarrollo integral de cada alumno y la construcción de la sociedad frente a desafíos tan urgentes como la soledad y los problemas de salud mental de los alumnos, la la paz, la construcción de sociedades que cuiden el desarrollo en libertad y respeto a la dignidad de cada ser humano… Y es en esta dimensión de discernimiento y acompañamiento eclesial en la que están más solos.
En este inicio de curso y en los anteriores, muchos docentes, desde una profunda vocación cristiana a la docencia, necesitan nuestra cercanía. La puesta en marcha del Consejo General de la Iglesia en la Educación, en el que estos profesores están representados, y el Jubileo de los Educadores que se celebrará en Roma a finales de octubre, son dos oportunidades para que tomemos conciencia del valor de su servicio eclesial. El futuro de la presencia de la Iglesia en la educación pasará, en gran medida, por ellos.
