Quizás el mayor problema de nuestra crisis civilizatoria sea la ruptura de la unión con la naturaleza y la desconexión con la realidad. El ser humano no solo ha depredado ilimitadamente los bienes naturales, sino que previamente operó una separación artificiosa respecto a la propia naturaleza. Los pueblos que no han imprimido esa división con la naturaleza han mantenido concepciones más integrales.
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La separación de la naturaleza no es solo la indiferencia respecto a la vida de la fauna, la vegetación y la diversidad de hábitats, sino también es extrañamiento del propio cuerpo y de la carnalidad y existencia del prójimo. Nuestras ciudades han sido construidas desterrando la vida natural, hemos asfaltado sobre la vida y los ríos, cementado sobre la tierra en la que sentíamos el latido del planeta.
“Sed reales”
Esa creación de un entorno artificial, intensificado hoy por la inmersión en mundos virtuales, nos ha dividido interiormente respecto a uno mismo, el otro, el pueblo humano, los animales y plantas, la vida de este planeta, el universo y el mismo Dios, que está en todas las cosas. “Sed reales”, nos pedía Jon Sobrino desde El Salvador, martirizado por la pobreza y la tiranía, a todos los cristianos que vivimos en países ricos.
Parroquia ecológica de Tres Cantos. Foto: Jesús G. Feria
La renaturalización y ‘rewilding’ consisten en volver a convivir en nuestras ciudades con la fauna y la vegetación en libertad; es devolver las dinámicas libres a la naturaleza en los espacios que habíamos desertizado. Hay que llenar de vida cada rincón, que vuelvan las aves y murciélagos, crear bebederos, multiplicar vegetación… Hay todo un mundo por recrear.
Renaturalizar es alabar, forma parte del franciscano Cántico de las criaturas, y el desarrollo comunitario de nuestros barrios va unido hoy necesariamente a la renaturalización, y las parroquias pueden y deben jugar un papel creativo y decisivo en esa recuperación.
