Mi verano es atípico, condicionado por los problemas de salud. Contemplo las idas y venidas a mi alrededor, en viajes de vacaciones o por necesidad, a lugares más o menos lejanos según quién los emprenda. Veo algunas fotos de sus viajes, y espero con ilusión el momento de escucharles y que me cuenten impresiones, lugares que visitaron, personas que conocieron, quizás problemas o posibilidades que detectaron.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En mi caso, intento recuperar la movilidad y las fuerzas perdidas, leo, escribo, rezo, y trabajo dos herramientas necesarias para este tipo de situaciones, ya mencionadas en alguna entrada previa: la paciencia y la aceptación.
Aceptar que se necesita ayuda en vez de poder darla. Que el cuerpo no responde como de costumbre, y es necesario tomar el autobús aunque sea para dos paradas. Que caminar supone un esfuerzo y, al salir a comprar, hay que pensar con cuidado qué productos elegir porque el peso que puede llevarse es limitado.

Ofrecer el cansancio al Señor
Experimentar las cortapisas inherentes a un postoperatorio es una realidad nueva para mí, al menos en su versión actual, porque las cirugías y enfermedades previas fueron de menor envergadura y menos limitantes. Resulta necesario cultivar la paciencia, con la situación y con uno mismo. Aceptar que proyectos e ilusiones deben posponerse, quizás de forma definitiva. Aceptar el cansancio y el desaliento, y ofrecerlo al Señor, tal como hacemos con el vino y el pan en la Eucaristía.
La esperanza es un don que, al igual que la fe, es gratuito y debe rogarse. Del mismo modo tiene algo de convicción, de apuesta, y uno lucha por mantenerla y no sucumbir a la desesperanza tal como uno pelea su fe.
Recen por los enfermos, por quienes les cuidan, y por este país.
