Tribuna

El alivio de Jesús

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Hay varios pasajes del Evangelio que son mis favoritos porque siempre tienen agua para refrescar mi corazón. Uno de ellos está al final del capítulo del Evangelio de san Juan en donde relata la aparición de Jesús a María Magdalena.



Transcribo el texto[1]:

El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro… Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: ‘Mujer, ¿por qué lloras?’. Ella les respondió: ‘Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto’. Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: ‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?’. Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: ‘Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré’. Jesús le dice: ‘María’. Ella se vuelve y le dice en hebreo: ‘Rabbuní’ – que quiere decir: ‘Maestro’ -. Dícele Jesús: ‘No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

Arriesgarse a todo

Contextualizando el hecho, era de audaces (o inconscientes) ir de madrugada a la tumba de alguien a quien habían asesinado públicamente y declarado enemigo de su propio pueblo. Si se era mujer el panorama se agravaba.

Magdalena, se arriesga a todo, no mide ni la oscuridad, ni la condición de ella y la de la muerte de Jesús. Va a la tumba llevada por el amor que le había enseñado su maestro, la compasión que había comprendido que hay que tener con los marginados, las respuestas que hay que dar arriesgadamente a las preguntas que surgen.

Siempre me gusta imaginarme la dulzura y firmeza de en la voz de Jesús al decirle ¡María! La delicadeza cuando le pregunta Mujer ¿por qué lloras? La mirada de ambos, plena de sobre entendimiento como ocurre entre los amigos; consolada en Magdalena y aliviada en Jesús. Sí, aliviada.

La muerte es un momento muy personal en donde realmente se lo vive solo, la compañía vale mucho, pero no reemplaza el protagonismo de esta visita que nos lleva con ella. Jesús había muerto y había resucitado. Pero todos lo daban por muerto.

Maria Magdalena Con Jesus

Mujer del Alba

Sin querer caer en excesos teológicos ni herejías, sino solamente transmitir lo que he rezado, Jesús necesitaba a alguien para contarle que no estaba muerto, que le creyera y que lo anunciara. ¿Quién podría ser? Alguien que tuviera fe, coraje, compasión, intuición, esperanza y mucho amor. Ese alguien fue María Magdalena.

Magdalena tuvo fe porque en la oscuridad no temió salir a buscar; tuvo coraje al dejar de lado su ¿debilidad? femenina movida por una compasión que envolvía su corazón; fue intuitiva, algo le decía en medio de sus lágrimas que tenía que quedarse en ese lugar. La esperanza de Magdalena se manifiesta en su ser Mujer del Alba, mujer que en la noche cree, espera y vive el amanecer; su amor no la deja medir, pensar en ella misma y en los posibles reparos y descreimientos que podría tener al contar semejante noticia ¡Jesús ha resucitado! ¡Está vivo!

Por todo eso y mucho más Jesús la envió a contar SU Buena Noticia, la convirtió en primera predicadora y primera misionera de su resurrección.

Imagino feliz a Jesús por haberse encontrado con Magdalena, la mujer que comprendió su mensaje en su andar por Galilea y lo tenía vivo a pesar del dolor de su muerte.

Pienso que también respiró aliviado, la persona indicada estaba esperándolo para recibir, creer y salir corriendo a llevar su mensaje.

En qué mejores manos podía estar su mensaje de Luz que en esta Mujer del Alba.

 

[1] Cfr Juan 20, 1-18