Toda enfermedad nos coloca en una situación de vulnerabilidad, que puede ser extrema tras algunas cirugías y tipos de lesiones. La persona con lesión medular alta, dependiente de respirador, necesitará de cuidadores para sobrevivir cada minuto de la vida que le reste vivir; en algunos casos, varios años, incluso décadas.
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Ocurre lo mismo en otras enfermedades neurológicas (secuelas de ictus graves, ELA, esclerosis múltiple), siempre crueles por las pérdidas funcionales que entrañan. Este hecho, que impresiona mucho cuando se contempla por primera vez, se integra con rapidez en la cotidianidad de una familia cuando hay cariño. Durante mis años en el Nacional de Parapléjicos de Toledo, viví de cerca numerosos casos de entrega y abnegación que aún hoy recuerdo y me conmueven, pero escribiré más sobre eso otro día.
Falta de movilidad
Un postoperatorio de cirugía abdominal puede resultar muy incapacitante: el paciente se encuentra ligado a una sonda vesical que impide varios movimientos y siempre amenaza con un tirón brusco que pueda producir un sangrado. La vía venosa –en ocasiones más de una–, que se necesita para administrar los analgésicos que ayudan a sobrellevar el dolor y otros fármacos que puedan ser necesarios (antibióticos, antiácidos), mantiene uno o los dos brazos con un rango de movimiento limitado. Y el o los drenajes desde el lecho quirúrgico para que no se acumule la sangre son impedimentos añadidos.
En resumen, que las noches se convierten en un proceso de paciencia, donde se debe convivir con un cierto dolor (sería posible eliminarlo por completo, pero siempre se paga un precio en forma de efectos adversos), la inquietud y ausencia de sueño, y la imposibilidad de encontrar una postura confortable, por más que se manipule el cabecero y los pies de la cama articulada con el mando pertinente.
Si a ello le añadimos la imposibilidad de expulsar aires por una cierta parálisis intestinal postquirúrgica, el escenario no es muy halagüeño, aunque ayuda pensar que el tiempo juega a favor del paciente y cabe esperar mejora con el paso de las horas. Siempre que no “se pise un charco”, metáfora que utilizo con frecuencia y que alude a la posible presentación de complicaciones (infecciones, trombosis, hemorragias, como más frecuentes). Cuando uno es médico y ha visto un buen número de esas complicaciones en otros, hay que combatir el temor y no confundir sensaciones extrañas y esperables que se puedan tener con una entidad clínica definida.
Necesidad de los otros
En este cuadro que dibujo, necesitamos de los otros casi en cada momento: para levantarnos de la cama con el gotero, el drenaje y la sonda, para tener a mano dispositivos como el móvil –que nos mantiene conectados, aunque los primeros días no se tengan fuerzas ni ganas de mirarlo, mucho menos responder a mensajes o llamadas– y el timbre para llamar a la enfermera, el interruptor de la luz. Para ir al lavabo a asearse, o cepillarse los dientes en la cama con el vaso de agua que tienen que traerte, o simplemente para sentirse acompañado por la persona que se sienta a tu lado y te sostiene la mano.
Así comprendemos la importancia e incluso trascendencia de los otros, la humildad imprescindible para pronunciar la palabra “ayúdame”, la generosidad necesaria para pedir y recibir. Nada hay más triste que un paciente hospitalizado solo, a quien nadie visita, a quien nadie ayuda, que depende por entero del personal sanitario.
Solo puedo tener palabras de agradecimiento para el personal que me ha tratado, médicos, enfermeras y auxiliares; para los amigos y compañeros que me visitaron, por quienes se interesaron por mí, por toda mi familia y personas cercanas, que me dedicaron horas de su tiempo, compañía y ternura, con gentileza y generosidad. Más tarde, una vez en casa, me trajeron comida mientras no pude prepararla, fueron a comprar mientras no pude ir, viajaron y se fatigaron para venir a verme, obviando sus propios intereses y descansos. Me siento un privilegiado por todo lo recibido.
Obras de misericordia
Estas reflexiones tras una cirugía me conducen a las obras de misericordia, que en tantos lugares de la Biblia se citan y que, de aplicarse, cambiarían el mundo y acercarían el Reino de Dios a nuestra sociedad atribulada: visitar a los enfermos, a los presos, vestir al desnudo, dar de comer al hambriento y de beber al sediento, alojar al que no tiene casa, entre otras.
Definen nuestra identidad como personas y como cristianos, son el camino de Jesús y, al menos en la concerniente a visitar a los enfermos, he comprendido su importancia en estos días pasados, en cada persona que cruzaba el umbral de mi habitación para visitarme, ayudarme o atenderme.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidan, y disfruten lo que puedan del resto de verano y de las vacaciones.

