David Jasso
Provicario episcopal de Pastoral de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

El Reino también avanza cuando descansamos


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En Roma, el papa León XIV comenzó unos días de descanso. Lo mismo que muchos de sus colaboradores en la Curia. En gran parte del mundo, el verano se impone como una invitación al respiro, no solo por el clima, sino porque el calendario escolar se detiene, las agendas se liberan y hasta la Iglesia baja un poco la marcha. De hecho es tiempo de primeras comuniones, de inscripciones para el catecismo, de campamentos de verano evangelizadores, etc.



También en México y algunos países de Latinoamérica, aunque las vacaciones no están tan ligadas a las estaciones como en Europa, estos meses siguen siendo una oportunidad para reconocer algo profundo y necesario: necesitamos detenernos. Y no hablo solo del cuerpo, sino también del espíritu.

Hace apenas unos días, se conoció la triste noticia del suicidio de un sacerdote en Europa. Fue un golpe silencioso, pero muy fuerte. Más allá del lugar o las circunstancias, algo nos dice este acontecimiento que no debe ignorarse: hay quienes llevan muchas cosas por dentro, y lo hacen en soledad, hay quienes acompañan tanto a otros que se van quedando sin compañía para sí mismos. Lamentablemente no es un caso aislado, es un eco de muchos.

Nos pasa a los sacerdotes, pero también a los misioneros, agentes de pastoral, madres de familia, cuidadores, servidores… Hay muchas formas de dar la vida, pero no todas nos enseñan a cuidar la propia. A veces, la vocación se convierte en deber, y el deber en rutina, y la rutina en peso. Cuando eso ocurre, algo dentro comienza a apagarse.

Hay cansancios que no se curan durmiendo, por eso es bueno detenerse… pero muchos no se detienen, porque sienten culpa, porque nadie les ha dicho que pueden, porque temen parecer débiles o simplemente porque no saben cómo hacerlo.

Sacerdote

Sacerdote. Foto: Unsplash

En nuestra Arquidiócesis de Monterrey tenemos una bendición: la Clínica Padre Jardón (llamada así por un sacerdote que murió con fama de santidad). Es un espacio de atención especializada para sacerdotes, un lugar donde se puede pedir ayuda sin miedo, sin estigma, sin explicaciones forzadas. No hace mucho recibimos por WhatsApp todos los sacerdotes una invitación para aprovechar la atención médico-psiquiátrica para consultar situaciones tales como: problemas para conciliar o mantener el sueño, irritabilidad, problemas para el control de impulsos, ansiedad, angustia, preocupación incontrolable o depresión, dificultad para concentrarse, culpabilidad y falta de energía.

Pedir ayuda no es rendirse, es ser discípulo, es confiar en que también Dios trabaja cuando uno se detiene. Porque evangelizar también es dejarse evangelizar. El descanso no es lujo: es acto de fe. El descanso verdadero, no la evasión, es un acto espiritual. Es cerrar la agenda sin sentir culpa, es leer por placer, dormir por salud, orar sin prisa, caminar sin obligación. Es confiar en que el Reino no depende de nuestro control. También Jesús se apartaba para orar, también los apóstoles fueron enviados a descansar, y también hoy el alma necesita vacaciones.

No todos podrán salir de viaje ni todos tienen días libres. Pero todos, sí, todos, podemos detenernos un poco y dejarnos cuidar por el Dios que sigue diciendo: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré”. (Mateo 11,28).

Lo que vi esta semana:

Al papa León XIV disfrutar su pontificado a otro ritmo, desde otro espacio, con otro tipo de agenda en Castel Gandolfo.

La palabra que me sostiene:

“Vengan a mí los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré“. (Mateo 11,28).

En voz baja:

Señor, enséñame a detenerme, no por flojera, sino por fidelidad. Que mi alma también descanse en ti.