En Vic (Barcelona) celebraban los 400 años de la muerte de su patrón San Miguel de los Santos, y su Obispado decidió invitar al presidente de la Conferencia Episcopal Española para celebrar la misa de su día grande. Pero el santo se quedó sin misa por razones de seguridad, o lo que es lo mismo: porque el odio quiso imponerse a la libertad. Es recomendable que quienes han boicoteado la presencia de Luis Argüello lean la obra que se le atribuye al santo titulada ‘Breve tratado de la tranquilidad del alma’, dado el nivel de agitación que desprenden algunos.
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Y la misa se suspendió porque las comparsas de la fiesta mayor –los grupos de presión– querían proteger “los derechos y libertades fundamentales”. La historia no es nueva y todo depende de quién invoque esos derechos. No importa invocarlos cuando se trata de un escrache contra la Iglesia, pero la deriva se vuelve restrictiva cuando la diversidad es contraria a la diversidad establecida por quienes se autodenominan tolerantes. Y ahí, el derecho a la libertad religiosa no importa.
En esta ocasión quizá la noticia ha tenido mayor repercusión por tratarse del presidente de la CEE, pero en el día a día hay situaciones en las que reivindicar lo sagrado y el respeto es considerado un acto disidente.
Una ausencia
La misa tenía que haberse celebrado. Y no solo porque la ocasión lo requería. También por todos aquellos creyentes que con su presencia silenciosa dicen sí a la fe en ambientes polarizados que nada tienen que ver con el Evangelio. La oveja que se sale del redil, la que no traga ni soporta el balido uniforme de la masa, es la que merece la pena ir a buscar. El buen pastor rompió la lógica mayoritaria y traicionó el manual del buen líder sabiendo que lo cristiano no era conservar el rebaño, sino incomodarlo por una ausencia. En la parábola, como en Vic, la oveja salvada no es la que se queda en el rebaño: es la que se atreve a faltar.
