Tribuna

Decir la belleza del mundo

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«Palabras como virtud, nobleza, honor, honestidad, generosidad, se han hecho casi imposibles de pronunciar o han perdido su auténtico sentido […]. Incluso la palabra espíritu, inteligencia u otras parecidas han sido degradadas», escribió Simone Weil en alguna oportunidad.



Esto me lleva a contemplar en silencio la palabra dignidad, cuyo destino no es distinto a las mencionadas por Weil. La dignidad de la persona humana brilla y se expresa a través de la palabra. El lenguaje era, es y será siempre, una suprema expresión de las realidades espirituales: diosas y dioses hablan, son locuaces. La existencia de un dios mudo es un oxímoron: en el principio era el verbo, el discurso, el logos, aunque, claro está, antes de toda palabra, incluso la definitiva, está el silencio.

Wittgenstein señaló, de forma concisa y categórica: «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo». La reducción del lenguaje es una brutal capitis dimunutio (afirmación muy usada entre los profesionales del mundo legal, tomando una figura del derecho romano según el cual existían personas que, independientemente de su edad, podían perder su ciudadanía y su libertad) y que nos cierra la realidad de forma definitiva. La belleza del mundo se dice, pero si esta palabra se ha degradado, entonces, consecuentemente, todo lo demás también.

Globo

Un mundo sin atención

Siguiendo en el camino que nos señala Simone Weil, pensadora que considero pertinente rescatar en la actualidad, la atención es un vaciamiento del yo, una disposición total que implica un vaciamiento de sí mismo; es decir, todo lo contrario a lo que postula la cultura del mundo de hoy que se centra en una sobrepresencia del yo.

Para Weil, la atención es posponer nuestro pensamiento discursivo, suspender nuestros giros narrativos, ese yo verborreico, tan soberbio y, muchas veces vulgar. La atención viene a ser un estado de apertura a la realidad, desde una receptividad absoluta del mundo. Prestar atención es retirarnos para dejar espacio a la verdad desde donde el hombre dice la belleza del mundo.

La atención que predica Simone Weil, y lo hace desde el ejemplo, es un acto ético y espiritual, que implica generosidad; y en el dolor, se convierte en un acto de amor. Por ello entiende curiosamente que la persona no es sagrada en sí misma, sino «lo que en un ser humano es impersonal». Para explicarlo, justamente, pondrá a la verdad y a la belleza como ejemplos de lo impersonal: en la ciencia hay una parte de sagrado, gracias a su verdad; y en el arte, gracias a su belleza, podemos llegar a nuestra parte sagrada, peregrinando a lo impersonal. La atención permite al hombre anclar en su verdad y belleza, palabras que resultan señuelos de Dios para acercarnos a Él.

La belleza es un señuelo

Vivimos una época oscura. Tiempos de pánico, de crisis, en los cuales la palabra se degrada alarmantemente, y lo hace ante nosotros, a veces con nuestra aprobación, cada día. El lenguaje ha perdido dimensiones, se ha recluido en palabras mínimas que apenas nos permiten la comunicación más elemental posible. Nuestro mundo se encuentra encarcelado por hombres vanidosos y voraces sumergidos, ellos mismos, en una ignominia sobre el significado del bienestar general.

El mundo se nos ha transformado en un oscuro y denso sótano, frío y lúgubre, donde perdimos, producto de su oscuridad, la posibilidad de reconocernos. Sin embargo, sabemos que, en medio de esas tinieblas, se encuentra un Aleph, un punto desde el cual se puede ver todo el universo simultáneamente, una circunferencia de apenas unos centímetros de diámetro que le permite verlo todo, pues esconde un microcosmos infinito dentro de sí.

El Aleph, que conocimos gracias a Borges, nos revela que la belleza es un señuelo de Dios para atraernos a Él, para conducirnos a Él. Una belleza que quiebra con la vorágine del mundo actual, ya que, como lo comprendió Weil, ante la verdadera belleza, nos olvidamos momentáneamente de nosotros mismos, experimentamos un vaciamiento del yo.

Nos reconocemos enteramente humanos para alcanzar ver en todo, en el otro y en el mundo, un símbolo, una expresión del amor. Nos transformamos en seres que gozan con la belleza, con el amor, con la justicia. La belleza contemplada desde la atención, señala Weil, nos muestra la necesidad transfigurada, elevada a un orden distinto. El sentimiento que surge ante la belleza no es deseo de posesión, sino reconocimiento y consentimiento. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor del Colegio Mater Salvatoris. Maracaibo – Venezuela