Con la llegada de León XIV a la sede de Pedro, después del insigne pontificado de Francisco, es oportuno reflexionar sobre cómo el papado ha sido cada vez más asociado al carisma de la vida religiosa.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
No es casualidad que la providencia encuentre al pastor de la Iglesia en el seno de comunidades religiosas con un carisma especial y no en el clero secular.
Por eso, es necesario hacer una mirada más profunda sobre este hecho y detenernos ante las figuras de los santos que marcaron el carisma y el carácter de estos pontífices, ya que en ellos encontraremos su modo de entender y hacer la Iglesia, y, sobre todo, de vivir y anunciar la espiritualidad cristiana en estos tiempos.
Conversión y carisma tras las huellas de los santos
Agustín de Hipona e Ignacio de Loyola comparten muchas cosas; una de ellas es, precisamente, una larga vida de pecado. Sus propios escritos autobiográficos dan testimonio de cómo conductas disolutas, llenas de vanidad, lujuria y ambición fueron el motivo que los llevó a buscar un sentido verdadero para su existencia y escuchar la voz del Señor.
Agustín, con el famoso “toma y lee”, e Ignacio, con la lectura de la vida de los santos, llegan al culmen de un proceso de conversión personal, dramático, lleno de sufrimiento y renuncia, pero además de discernimiento. Este proceso les permitió comprender cómo en su vida era necesario un cambio de rumbo progresivo hacia la verdad eterna, que ardía y brillaba en su corazón.
Ambos santos regresan a la Iglesia y se convierten en predicadores, anunciadores del amor y la misericordia, testigos de cómo la fuerza del Evangelio es capaz de transformar el corazón más endurecido para abrirlo hacia los demás.
El camino de las ‘Confesiones’ y el ‘Diario espiritual’, de los ‘Sermones’ y los ‘Tratados’, de los ‘Ejercicios espirituales’, dan sentido a la historia del hombre de cualquier época, el cuál es llamado a encontrarse con la verdadera plena y luz.
Fundadores de fraternidad y nuevas familias
Agustín e Ignacio, además, dieron origen a dos familias religiosas de profunda trascendencia en la vida de la Iglesia. Se trata de comunidades formadas por santos y auténticos revolucionarios del espíritu, que, en contextos históricos distintos, pero igualmente desafiantes, renovaron el rostro eclesial y esparcieron el bálsamo del Evangelio, distinguiéndose por su entrega al amor y al servicio.
Ambas tradiciones religiosas encarnan una espiritualidad marcada por la fraternidad, caracterizada por la cercanía a los más necesitados y la fidelidad al anuncio del Evangelio en medio de un mundo siempre cambiante, lleno de urgencias y desafíos.
Los santos del papado
Desde esta perspectiva, se comprenden con mayor profundidad las sensibilidades que manifiestan Francisco y León XIV al asumir la sede de Pedro. Al igual que sus santos patronos, ejercen su ministerio en un mundo atravesado por guerras, divisiones y múltiples formas de conflicto.
Sin embargo, son también los primeros en alzar la voz para anunciar el Evangelio de la paz, de la unidad y de la fraternidad. Conscientes de los desafíos actuales, saben que hoy más que nunca se necesita una Iglesia en salida, abierta al mundo, convertida en casa de misericordia.
Una Iglesia capaz de encender en los corazones la chispa de amor que transformó la vida de Agustín y puso en marcha los pasos de Ignacio. Una Iglesia misionera, llamada a anunciar a Cristo a todos.
Por Raymundo Alberto Portillo Ríos. Profesor de arquitectura de la Universidad de Monterrey