El 17 de septiembre de 2019, el arzobispo de Lima, Carlos Castillo Mattasoglio, ofreció su testimonio en el Encuentro Europeo por la Paz que organizó en Madrid la Comunidad de Sant’Egidio. Fascinado ante su figura, hubo quien, al llegar a casa, cogió un papel en blanco y escribió: “Carlos Castillo Mattasoglio será papa y se llamará Juan XXIV”.
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Presidido por Guzmán Carriquiry, secretario emérito de la Pontificia Comisión para América Latina, el prelado peruano participó en un coloquio titulado ‘América Latina: crisis de la democracia y desigualdades’. Ahí, Castillo Mattasoglio destacó cómo la globalización ha tenido éxito en estos 30 años “al crear sociedades medias más fuertes”, aunque esto ha tenido su oscuro reverso en “el auge de la corrupción y las mafias”.
Fuerte autocrítica
Una realidad de la que no escapa la comunidad eclesial: “Nuestra forma de ser Iglesia ya no es suficiente. En nuestro seno hay luchas de poder y necesitamos una reforma religiosa, empezando por la religiosidad popular, que no se aprovecha en su plena dimensión. A veces, como en el caso de Guadalupe, parece que caminamos con el piloto automático, sin más”.
Como recalcó sin ambages el arzobispo de Lima, “necesitamos un nuevo modo de ser Iglesia. Ya al principio de todo, Bartolomé de las Casas denunció nuestras luchas de poder y afán de dominio. A veces, nuestro catolicismo propicia la indiferencia ante cosas que suceden en nuestras sociedades; por ejemplo, Perú es el cuarto país del mundo en índice de feminicidios… No puede interesarnos solo el culto a Dios y que luego cada uno haga lo que quiera, aunque sea maltratar a su mujer. Debemos de seguir lo que nos dice el Papa, que es apoyar a los movimientos populares que quieren ensanchar nuestra democracia”.
Iglesia viva, sencilla y sensible
“La nuestra debe ser –enfatizó– una Iglesia viva, sencilla y sensible. Hemos de ser cercanos a la gente, servidores del pueblo, y no príncipes rodeados de trepas”. Y es que, como concluyó, “vivimos un cambio epocal, lo que ha de ser vivido como una oportunidad de construir el hombre nuevo que creó Dios. Ese nuevo pueblo construirá las nuevas formas de ser Iglesia”.
Para ello, “hay que atacar el clericalismo que refleja la fe de las élites, y el sacerdotalismo, que fue lo que más perjudicó a Israel. Hay que partir de este principio: cuando amen, podrán juzgar; no antes. Y tener claro que la Iglesia que queremos es la que está con la gente, no separada de ella”.
Su predecesor ignoró al Papa
Más allá de esta fascinante intervención, hay que poner en valor quién la pronunció: ni más ni menos que el sucesor del cardenal Juan Luis Cipriani, al que, menos de nueve meses antes, ese 25 de enero de 2019, el papa Francisco aceptó la renuncia episcopal apenas un mes después de cumplir los preceptivos 75 años.
Ahora sabemos que Cipriani, después de dos décadas al frente de la archidiócesis limeña y de ser el gran referente de la Iglesia peruana (donde grabó a fuego muchos de los modos elitistas y desencarnados que denunció su sucesor), fue sancionado en ese mismo año 2019 por el Papa al ver este verosímil una acusación de abusos en su contra. Con todo, pese a que Bergoglio le prohibió el uso de símbolos cardenalicios y salir fuera del país, estos días se ha visto con estupor cómo el arzobispo emérito se ha situado ante el ataúd del Papa y, revestido con sus hábitos purpurados, está participando en las congregaciones generales previas al cónclave.
Clamor en el desierto
A todo ello ya se opuso con firmeza su sucesor, Castillo Mattasoglio, nacido en Lima en 1950 y quien fue ordenado sacerdote por el cardenal Juan Landázuri en 1984, cuando tenía 34 años. Hasta 2019 se desempeñó como un sacerdote más de la Iglesia limeña. Sin que le temblara la mano en ningún momento, clamó para que Cipriani se mantuviera apartado de la vida pública, pero, como ahora se ha visto, “el clericalismo que refleja la fe de las élites” es difícil de derrotar.
Más suerte ha tenido Castillo Mattasoglio en otro reto clave de su episcopado: conseguir la disolución del Sodalicio de Vida Cristiana que fundara Luis Figari y que para él siempre fue “una secta”. Fue una de las últimas cosas que remató Francisco antes de su muerte. Ante el cónclave que se inicia este 7 de mayo, ¿le habrá allanado el terreno a Juan XXIV?

