Tribuna

El papa Francisco murió con las botas puestas

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Escribo esta crónica mientras viajo de Caracas a Roma para participar en las exequias de nuestro querido papa Francisco. Se nos fue en plena Pascua para gozar junto al Resucitado de la vida plena en la que creyó y por la que luchó siempre.



Siento un nudo en la garganta porque, cuando la muerte nos arrebata a alguien querido, surge la duda que se transforma en esperanza para los creyentes. La vida no acaba, se transforma, nos dice la liturgia. Y ante el dolor surge el bálsamo de la fe en Jesús, en su Evangelio, en la Iglesia de todos los tiempos, que nos llama a ser discípulos fieles y misioneros de la Buena Noticia del Señor.

Francisco, el primer papa latinoamericano, el primer jesuita de la historia que ocupó la sede romana como sucesor de Pedro, nos regaló durante sus doce años al frente de la barca de la Iglesia el mejor de los ejemplos: ser servidor, humilde, sencillo, con ojo avizor para escudriñar los signos de este tiempo de cambio de época. Sin mezquindades ni nostalgias, con coraje y valentía. Fue y buscó a todos, sin distinción. Con su saber decir las cosas de manera suave, pero penetrante.

Fidelidad a la misión

El mejor ejemplo nos lo dio en las últimas semanas de su vida. En el lecho de enfermo no descuidó, mejor, agotó las fuerzas físicas para colmarlas con el vigor de la fidelidad a la misión encomendada. Confirmar a sus hermanos en el duro trajín de la vida cotidiana con la mirada puesta en lo trascendente. Las decisiones del final de su periplo vital llevan el sello de ser servidor de los más pobres, de los excluidos, de los que no están en el centro del poder.

Papa Francisco Jubileo De Los Enfermos Plaza

El papa Francisco apareció por sorpresa en la plaza de San Pedro durante el Jubileo de los enfermos, el pasado 6 de abril

Fue un verdadero reformador. Querer una Iglesia santa e inmaculada exigía el coraje de las tareas emprendidas, que no complacía a todos, pero llamaba a la conversión del corazón. Lo entendieron mejor los de la orilla de al lado, pues la admiración traspasó las fronteras de los católicos, de los creyentes, de los agnósticos, de los alejados de toda virtud, que descubrieron que no era hombre de componendas ni de medias verdades.

Humor y picardía

Fue un verdadero profeta, incomprendido por algunos, pero seguido por muchos más. Con ese espíritu de buen humor y de picardía que le hizo cercano, asequible, descubriendo el valor de la paciencia que todo lo alcanza. Siendo el primero, se convertía siempre en el último. Prefirió escuchar, dialogar, con disposición samaritana, atento a las necesidades del otro antes que a las suyas.

Como creyente, doy gracias a Dios por haber gozado de su amistad, de su consejo, de su acogida, que fue permanente siempre sin que se le subieran los humos. El mismo que callejeaba por su querida Buenos Aires, a la que añoró, pero fiel para atender primero a los excluidos, le dio largas para no sentirse presionado por tantas ciudades importantes que pedían su visita; se comportó igual al llegar al primado de la Roma eterna, yendo en primer lugar a Lampedusa.

Su magisterio estuvo acompañado del ejemplo. Nos deja sus escritos, que abren caminos poco trillados, pero en fidelidad al Vaticano II y al espíritu ignaciano, que escudriña en los signos de los tiempos las semillas del Verbo dispersas por el mundo.

Último adiós

Llegué a Roma ya por la noche y la Via della Conciliazione estaba plena de fieles en interminables colas para darle el último adiós al Papa venido del fin del mundo. Me topo en las calles con una multitud que va y viene. Los periodistas de todas partes solicitando entrevistas; un senegalés católico, acompañado de un musulmán practicante, me abordan para decirme que sintió la necesidad de hacerse presente en Roma porque lo cautivó Francisco al llamarlo “hermano” y le dijo que compartían el fervor de servir a los demás.

Miles de fieles esperan para entrar en la capilla ardiente del papa Francisco en San Pedro

Miles de fieles esperan para entrar en la capilla ardiente del papa Francisco en San Pedro

He recibido muchos mensajes de condolencia, como si se tratara del ser mío más querido. Ciertamente, la amistad que me unió al Papa es el mejor regalo que el Altísimo me ha dado desde hace varias décadas. Compartí con él en el Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM) diversos encuentros.

De Aparecida a Roma

Dialogar sobre el porqué de nuestra vida de pastores, en el Sínodo de América, en Aparecida, en infinidad de comunicaciones a través de los medios; y desde Roma, con la misma sencillez y apertura compartiendo su entrega, desde el fin del mundo, desde su amada patria grande, América Latina; en sus mejores escritos deja para la posteridad el sello de lo que vivió desde su infancia en su Argentina del alma.

El buen humor le acompañó hasta última hora. Su donación total hasta que entregó su cuerpo, y su alma voló a la eternidad al encuentro con la Trinidad. También su devoción tierna a la Virgen María con espíritu de niño, de la mano de las enseñanzas de su abuela.

Infinitas gracias de Venezuela

Desde América Latina, damos gracias a Dios porque el primer papa de nuestro continente e hijo de san Ignacio ha estado a la altura del catolicismo de nuestra tierra. Por nuestra parte, los venezolanos damos infinitas gracias por el regalo en medio de su última enfermedad de aprobar la canonización del médico de los pobres, José Gregorio Hernández, y de la Madre Carmen Rendiles.

El cardenal Baltazar Porras sostiene sendas estampas de José Gregorio Hernández. Foto: EFE/RAYNER PEÑA R.

Querido papa Francisco, ahora que estás junto al Padre misericordioso, en compañía del Verbo, del Espíritu Santo, de la Virgen Desatanudos y de tus santos preferidos –desde san Ignacio a san Francisco y la pléyade de santos a los que amaste y que marcaron tu vida–, sigue siendo el intercesor necesario para que seamos fieles, bautizados en salida, sin privilegios pero con la vocación de servir comenzando por los excluidos, sé luz en nuestro camino. En este planeta en el que se desdibujan los valores trascendentes, danos la fuerza y el entusiasmo de ser portadores de esperanza plena. Bendícenos desde el cielo y que todas las potencias de lo alto recen por nosotros. Amén.