¡Descansa en la misericordia de Dios, papa Francisco!


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Lo vimos por primera vez en el balcón de San Pedro, cuando en gesto profético pidió a la multitud que lo vitoreaba que orara por él y lo bendijera. Lo vimos por última vez, en el mismo balcón de San Pedro, bendiciendo “Urbi et Orbi” –a la ciudad y al mundo– a la multitud que desde entonces lo ha seguido vitoreando. Lo vimos durante doce años y algunos días bendiciendo multitudes y siempre recordándonos: no se olviden de rezar por mí.



Lo vimos, esa primera vez, al papa que venía del fin del mundo, escribir con gestos la primera página de su encíclica de eclesiología de pueblo de Dios –la eclesiología del concilio Vaticano II, la eclesiología del “santo pueblo fiel de Dios”, como acostumbraba llamarla el papa argentino– y, al mismo tiempo, esbozar su eclesiología de la sinodalidad, “ahora comenzamos este camino: obispo y pueblo”, que después convertiría en praxis eclesial mostrando cómo caminar juntos obispo y pueblo, y definiendo, así, desde el primer día, las vigas maestras de la eclesiología que iba a fundamentar su ministerio: la visión de Iglesia pueblo de Dios y la sinodalidad como la forma de realizar la Iglesia pueblo de Dios.

Abrazo Papa Francisco Israel Y Palestina

Lo vimos durante los doce años transcurridos de entonces a hoy escribiendo página tras página su eclesiología de puertas abiertas: como “Iglesia en salida”, recorriendo el mundo; como “Iglesia en diálogo”, reuniéndose con gobernantes de las naciones y dirigentes de otras religiones; como “Iglesia samaritana”, agachándose para tocar el dolor humano y escuchar a los descartados de la sociedad, siempre acercándose a las periferias existenciales.

Lo vimos día tras día abrazando, acariciando, consolando, anunciando con hechos y palabras la buena noticia del amor misericordioso del Padre Dios: propiamente, lo vimos misericordiando, porque ese fue el lema que había escogido como arzobispo de Buenos Aires: “Miserando atque eligendo”.

Lo vimos repensar la Iglesia “para que sea conforme al Evangelio que debe anunciar” en las reformas que introdujo y en las que –yo creo– pensaba introducir en la organización de la  Iglesia y en el tejemaneje vaticano. Como también estaba repensando la Iglesia en sus propuestas a los y las creyentes formuladas en dos de sus encíclicas, en Laudato si’, recordándoles –recordándonos– la responsabilidad del cuidado de la casa común; y en Fratelli tutti / sorelle tutte, la construcción de la paz como amistad social y “en diálogo con todas las personas de buena voluntad”.

Papa Francisco Efe

Lo vimos redescubrir y poner en práctica la sinodalidad en los Sínodos de los Obispos que convocó y presidió, en el último de los cuales –el Sínodo de la Sinodalidad (2021-2023)– puso a toda la Iglesia y no solo a los obispos a caminar juntos, como lo había anunciado unos meses después de ser elegido: “Debemos caminar juntos: la gente, los obispos y el papa”. E incluyó a las mujeres en las deliberaciones, por primera vez con derecho a voz y voto.

Las “armas” de la paz

Lo vimos por última vez en el balcón de San Pedro cerrando su encíclica de eclesiología con un aleluya pascual que anuncia la esperanza desde su propia fragilidad, desde su propia convicción: “Y no es una esperanza evasiva, sino comprometida; no es alienante, sino que nos responsabiliza”, escribió en su Mensaje “Urbi et Orbi”, “Los que esperan en Dios ponen sus frágiles manos en su mano grande y fuerte, se dejan levantar y comienzan a caminar; junto con Jesús resucitado se convierten en peregrinos de esperanza, testigos de la victoria del Amor, de la potencia desarmada de la Vida”. Repasó en su mensaje los escenarios de guerra y precisó:

Hago un llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas a no ceder a la lógica del miedo que aísla, sino a usar los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover iniciativas que impulsen el desarrollo. Estas son las “armas” de la paz: las que construyen el futuro, en lugar de sembrar muerte.

Y lo vimos bendecirnos desde su debilidad con la fuerza del Espíritu que transforma la debilidad en fortaleza para que también podamos los y las creyentes convertir nuestras propias debilidades en fortalezas y atrevernos a anunciar sin miedo la buena noticia del amor de Dios que cambia los corazones y puede transformar el mundo en que vivimos en un mundo más humano.

¡Descansa en paz, papa Francisco, descansa en la misericordia del Padre Dios!