Tribuna

Jerónima de la Fuente, la otra monja alférez

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La imagen que de sor Jerónima de la Fuente nos ha llegado gracias a la pincelada de Velázquez es la de una mujer de rostro adusto que enfila el final de su vida y sostiene con firmeza un crucifijo (los expertos señalan que casi como si empuñara un arma, el arma de la fe). De ella, el pintor sevillano realizó dos versiones, con apenas diferencia de trazo: una conservada en el Museo del Prado y la otra perteneciente a la familia Fernández de Araoz y que acaba de exhibirse en la prestigiosa feria de arte y antigüedades TEFAF de Maastricht, una de las grandes citas artísticas internacionales. La religiosa ha dado jugosos titulares porque la galería londinense que exhibía el lienzo declaró que estaba en venta, algo desmentido por el Ministerio de Cultura español. La obra gozaba de un permiso temporal para exhibirse fuera de España, pero debía volver una vez concluida la feria.



Cumplida la sesentena, quiso embarcarse en una aventura definitiva: llevar la fe cristiana allende los mares, hasta Manila, y levantar allí una casa consagrada a Dios. El empeño no resultó baladí. Fue antes de poner rumbo a su lejano destino cuando posó para el autor de Las meninas, que le otorgó la inmortalidad artística.

Una cruz de ceniza en el suelo

La hermana arribó al puerto de Bolinao un año después de embarcarse, sin tener un edificio donde cobijarse y echar a andar. La tarea no le resultó fácil a sor Jerónima, que contó con la oposición de los elementos naturales y de una alta sociedad que veía en el convento un inconveniente para el futuro casamentero de las jóvenes de buena posición (si profesaban, no podrían casarse y el número de nacimientos se resentiría) y las estrictas reglas de la orden de santa Clara, con la pobreza por bandera.

Sostuvo los principios de la orden hasta el día de su muerte, el 22 de octubre de 1630. Pidió que le dibujaran una cruz de ceniza en el suelo de su celda, la colocaran sobre ella y le leyeran las siete palabras que Cristo pronunció en la cruz.