El cardenal Albert Malcolm Ranjith Patabendige Don, arzobispo metropolitano de Colombo, antigua capital de Sri Lanka, desde 2009, pidió en una carta dirigida al clero que “ninguna niña sea invitada a servir en el altar en la archidiócesis”.
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Como todas las elecciones es discutible y, por eso, es importante reflexionar sobre sus motivaciones. Como se había previsto al final del Sínodo, las diferentes Iglesias locales tienen la tarea de traducir en sus realidades particulares las indicaciones y esperanzas compartidas en el Documento Final. Todo debe ser fruto del discernimiento para mantener unidos la pertenencia a una Iglesia sinodal en la que, en varios países, las monaguillas son ya una realidad y el respeto a las distintas realidades locales.
Es necesario examinar la motivación esgrimida por el arzobispo para apoyar su decisión. Explica que los monaguillos “deben ser siempre jóvenes porque esta es una de las principales fuentes de vocaciones al sacerdocio en Sri Lanka e influirá en el número de candidatos que entran en los seminarios, un riesgo que no podemos correr. Dado que a las mujeres no se les permite ser ordenadas sacerdotes, tenemos que adoptar esta medida”.
El silogismo que subyace al razonamiento es muy claro: las mujeres no pueden acceder al sacerdocio, los monaguillos son una de las principales fuentes de vocaciones al sacerdocio, por lo tanto, las mujeres no deberían poder ser monaguillas. Desde un punto de vista lógico, no hay nada que objetar. Debemos preguntarnos cuál es el estrecho vínculo de contigüidad y continuidad que Malcolm Ranjith establece entre ser monaguillo y convertirse en sacerdote.
Candidatos serios
En un momento en que la discusión sobre la formación para el ministerio sacerdotal y para la vida en los seminarios, exige la búsqueda de modelos totalmente nuevos, valoraciones serias de los candidatos y de su maduración sexual y afectiva, ¿qué sentido tiene considerar el mundo de los monaguillos como una cantera privilegiada para futuros sacerdotes? Es justo seguir pensando que una verdadera vocación al ministerio puede nacer y desarrollarse en un ambiente impermeable a las diferencias, incluidas las sexuales. Una vez más, excluir a las mujeres hace daño. A la Iglesia, no solo a las mujeres.
*Artículo original publicado en el número de febrero de 2025 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva
