Solo hay dos absolutos: Dios y el hambre. Lo afirmó así Pedro Casaldáliga, obispo que fue del Mato Grosso brasileño, fallecido en 2020. Muchas veces he rezado con esta idea y he comprendido que esos absolutos (Dios y las necesidades primarias del ser humano, pan, protección ante los elementos) obligaban a reubicar todas las realidades y vicisitudes que encontramos las personas a lo largo de nuestra vida, y que en no pocas ocasiones nos quitan el sueño y la paz.
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Medito sobre ello en un domingo como este, en que se hace una colecta contra el hambre. En el primer mundo es muy difícil comprender que no haya para lo mínimo; tenemos nuestros propios problemas económicos, sociales, políticos, algunos no pequeños. Se está consolidando en la sociedad española, como resultado de unas estrategias sociopolíticas determinadas, una terrible dualidad: entre quienes tenemos empleos bien remunerados y que parecen seguros, la mayoría en el sector público, y quienes no tienen empleo, o es precario, o se hallan en riesgo de perderlo. Así que no estamos para tirar cohetes, pero no cabe duda de que las diferencias con las sociedades de veras pobres son abismales.
Ideas básicas
Por eso es conveniente retomar ideas básicas, y la existencia de dos únicos absolutos es una de ellas. Pensar en quien nada posee, cuya preocupación cada mañana es qué comerá hoy, cómo se defenderá del frío o el calor, como evitará la muerte un día más.
Por fortuna, nunca he pasado hambre, pero en diversos momentos de mi vida he visto las consecuencias sobre mis semejantes. En Honduras, siendo un joven médico, atendí a niños malnutridos, en algunos casos los vi morir. No eran las grandes hambrunas que aparecen por televisión, y que casi siempre resultan de la guerra o grandes catástrofes. Era un goteo lento e inexorable de casos de malnutrición crónica, casi siempre procedentes de zonas rurales. Las familias traían a los niños a un centro que los jesuitas tenían en El Progreso, en ocasiones demasiado tarde, en un estado donde la malnutrición era irrecuperable.
Un cuadro clínico muy similar
Más tarde, he visto casos similares en diversos países del África subsahariana. En Guinea Ecuatorial, en Zambia, en Uganda. El cuadro clínico es muy similar: son niños con falta de vitalidad, agotados, sin fuerzas para llorar o quejarse, que sucumben a infecciones. A veces con edemas, con lesiones en la piel. Recuerdo rostros, nombres, los familiares que les acompañaban, la tristeza y el cansancio que reflejaban.
Ante realidades así, todos nuestros desvelos cotidianos quedan atrás, se reubican. Éxitos o fracasos laborales, las propias enfermedades, sinsabores o amarguras en relaciones familiares o en el trabajo.
Porque, de acuerdo con Casaldáliga, solo hay dos absolutos: Dios y el hambre. Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país.

