Como ya indiqué la semana pasada, hubo una segunda riada que, al contrario de la anterior fue positiva, porque estuvo llena de esperanza, de personas que se vuelcan con aquellas que están desesperanzadas. Cuando estás abatido, sufriendo, ves gente a quienes les preocupas, que vienen a darte su cariño, a ayudarte en la tribulación. Fue una verdadera riada de voluntarios, inesperada como la primera y que desbordó cualquier previsión. Miles de personas se han acercado a las zonas devastadas para ayudar. Y lo han hecho a pesar de la desorganización reinante, de que se les ha pedido desde las autoridades que no fuesen, que molestaban, a pesar de que podían haberse quedado en su casa tranquilamente.
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Quiero reflexionar por qué surge esta solidaridad, esta compasión que se convierte en acción, en decisión de acercarse, de mancharse de barro aunque se estropee la ropa, de andar varios kilómetros con la mochila llena de comida para los afectados y con herramientas para poder llegar a las zonas más necesitadas y limpiar barro. Por qué distintas asociaciones se unen para ayudar y organizan, dentro del caos general, brigadas de voluntarios que se acercan al lugar. Por qué otras se ponen a cocinar en la calle con sus grandes ollas y los fuegos de gas para proporcionar un plato caliente a quienes llevan varios días tomando comidas frías.
Somos seres sociales, porque eso nos lleva a poder compadecernos (padecer con el otro) de quien lo pasa mal. Y esa compasión nos lleva a la acción, a querer ayudar a quien lo necesita, a darnos al otro sin pedir nada a cambio, sin esperar ninguna recompensa, solo porque nace de nuestro interior hacerlo. Y tenemos que darnos cuenta de que esto es así, porque esta es nuestra vocación como personas. Ofrecernos a los otros, no es una parte de nuestra vida, sino que es el núcleo básico de nuestra existencia. Es lo que da sentido a nuestro día a día.
Generación de cristal
A esa llamada interior es a la que todos responden, y especialmente los jóvenes. La hemos definido como generación de cristal y parecían incapaces de hacer esto, pero no ha sido así. Tal vez ha sido la primera vez en su corta existencia que han tenido una oportunidad real de ofrecer lo que son a los demás, de sentirse útiles, de ver que lo que hacían tenía sentido, que salía más allá de si mismos. Normalmente se les dice que tienen que preocuparse de sí mismos, que tienen que buscar sus propios objetivos y centrarse en sus metas. Pero aquí tuvieron ocasión de olvidarse de si mismos, de descentrarse, de orientar su existencia en ayudar a los otros, en volcarse hacia quienes peor estaban en ese momento.
Nuestro reto ahora es explicar que la vida es esto, que tiene sentido si nos ofrecemos a los otros día a día, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestros ambientes, en donde vivimos. Tenemos el reto de convertir esta riada de esperanza en personas que encuentran el verdadero sentido de la vida, ofrecerse a los demás y acogerlos desde la comprensión y el cariño.

