Tribuna

Jesús nos propone otra forma de ver las cosas… amar y luchar hasta no poder más

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Por temor a lo que parece “inevitable”, el triunfo de la muerte sobre la vida, el ser humano muchas veces convierte su caminar en un ir rodando cuesta abajo, dando tumbos, hasta un final sin sentido ni propósito. Por querer evitar el sacrificio de repechar monte arriba, nos dejamos arrastrar a cualquier precipicio. Así, el ser humano demasiadas veces se cree encontrar la sabiduría del bien y el mal.



El camino del amor

Jesús, el maestro nos propone otra forma de ver las cosas. Esa otra manera, que ritualmente tiene su momento culminante en la Semana Santa, es el “camino del amor” hasta no poder más, de enfrentar el sufrimiento hasta no poder más y llegar hasta la cumbre, donde es la muerte la que cae vencida por la resurrección por fidelidad al Padre. ¡Ese es el plan de Dios! Para cada uno de nosotros, la experiencia es única y vivimos todos los días con la libertad de escoger, con el llamado a escuchar la voz de Dios con nuestros propios oídos, con la disposición a ver la luz con los ojos del alma.

Los sacerdotes y demás ministros de la fe debemos entender que no estamos en una situación distinta, no somos más que nadie. Lo que no hagamos en nuestras comunidades, no debemos esperar que lo hagan los monseñores. El compromiso que no tengamos con los que sufren, aquellos a los que dejemos abandonados, serán testigos contra nosotros en nuestras conciencias. No se vale echar culpas hacia el lado ni hacia arriba. La Iglesia somos todos y a todos y cada uno nos toca responder la llamada para derrotar la cultura de la muerte y proclamar –con actos- la cultura de la vida.

Imagen de archivo de sacerdotes y eucaristía/REGNUM CHRISTI

Sacerdotes sin privilegios 

A los que proclaman que los pobres ganan demasiado y los ricos muy poco, nosotros los curas tenemos que enfrentarlos y decirles a la cara que de Dios es todo lo que hay en la tierra, porque Él lo creó y que es al revés; que mientras alguien carezca de alimento, nadie tiene derecho de atesorar riquezas para sí. 

Desde el púlpito, hay que enfrentar al tirano, al imperio, a los ejércitos, proclamando que el derecho a la libertad es herencia de toda la humanidad y no privilegio de unos engreídos. Desde nuestra práctica común y diaria, nos toca ir a buscar por calles y caminos a quienes sufren, para ir a socorrer, para sufrir juntos, a ser con nuestros actos ejemplo de la alegría de que volvamos a ser todos hermanos.

En la Última Cena, Jesús mismo instituyó el sacramento máximo de la Amor y nos entregó el manual completo de instrucciones: “Que se amen unos a otros, como yo los he amado”. En la batalla final, en el camino al sacrificio máximo, llevó en sus brazos una cruz y desde allí, desde lo alto, desde donde todos podíamos ver todo el daño que le causamos a su cuerpo, pidió perdón para nuestros pecados. Después vino el silencio de la muerte y el milagro máximo, el triunfo de la vida. Bendito el que viene en nombre del Señor.