¿Cuánto hay que esperar para gozar de la salvación?


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El día 22 de diciembre de 2020, la Conferencia Episcopal Española hacía pública la instrucción pastoral ‘Un Dios de vivos’, sobre la fe en la resurrección, la esperanza cristiana ante la muerte y la celebración de las exequias.



Tras hablar en el n. 22 de la incompatibilidad de la doctrina cristiana con la idea de la reencarnación, en el n. 23 se menciona la inmortalidad del alma y se distingue “entre la situación en que esta queda después de la separación del cuerpo (un estado de pervivencia que no es definitivo ni ontológicamente pleno, sino intermedio y transitorio) y la que alcanzará con la resurrección de la carne, cuando Cristo venga en gloria al fin de los tiempos”. Adonde apunta el documento es a la necesidad de distinguir entre un “tiempo” entre la muerte individual y la salvación definitiva, de modo que “la plegaria por los difuntos y la praxis de ofrecer la eucaristía implorando su salvación, que hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo, dejaría de tener sentido si con la muerte se llegara a la plenitud de la vida”. Es decir, que no habría que dar por supuesto en unas exequias que el difunto está ya “en el cielo”, sino que hay que “esperar” y, en todo caso, encomendarse a la misericordia divina.

Sin excederse

No me parece mal que se manifiesten esas cautelas, pero creo que tampoco habría que excederse en las afirmaciones. Fundamentalmente, porque, cuando se habla de lo que antes se llamaban los “novísimos” –lo que se sitúa más allá de la muerte–, el lenguaje empieza a desvanecerse y a tornarse más bien aproximativo o meramente indicativo. Así, si se habla de “tiempo” una vez traspasada la raya de la muerte, ¿a qué nos referimos? El propio documento episcopal cita un texto de Benedicto XVI (nota 48) en el que el pontífice alemán afirma que “no es necesario contar el tiempo divino en términos de tiempo terrenal: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal” (‘Spe salvi’ 48).

Me parece que cuando en un funeral se manifiesta que el difunto se encuentra ya en la casa del Padre, no se está expresando otra cosa sino la creencia firme en el poder de la misericordia divina. Y eso no tiene nada de deficiente.