Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Luchas que te sostienen


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Celebrando las Primeras Comuniones de la parroquia, el sacerdote recordó en un momento el sentido del aceite con que somos ungidos en el bautismo. Nos contaba cómo los atletas y los luchadores romanos también se embadurnaban con aceites por dos razones: resaltar y tonificar su musculatura y defenderse del enemigo en la medida que se resbalaba cuando llegaba a agarrarle.



No sé qué pensaban los niños y niñas al escucharle. La celebración de la Primera Comunión no suele ser el mejor lugar para interiorizar y tener una experiencia profunda (por desgracia). Pero a mí sí me hizo pensar qué poco presente solemos tener en la vida diaria esta dimensión de combate espiritual por la que todos pasamos. También los no creyentes. Solo quien lleve una vida desconectado de sí o con una superficialidad a prueba de bombas dirá que no vive ningún combate interior.

La misteriosa lucha de Jacob con el ángel

En clave creyente me atrae especialmente la misteriosa lucha de Jacob con el ángel en Gn 32,23-32. El arte lo ha representado de mil formas a lo largo de los siglos pero me impactó la escultura de Epstein en el museo Tate de Londres. Está hecha de alabastro y sus dimensiones son 2140×1100×920 mm, con un peso de 2.500 kg. Realmente impresiona. Y desde que la vi comprendí que esta lucha tiene también algo de abrazo, de rendición y bendición. El ángel pareciera que sostiene a Jacob, además de haberle herido y marcado para siempre.

La teología clásica, cuando habla de combate espiritual, se refiere a la lucha contra el mal y la muerte, contra el “Enemigo” y todos nuestros demonios. Aquí es donde realmente necesitamos el “aceite” de Dios para hacernos resbaladizos porque intuimos que si chocamos de frente tenemos todas las de perder. Pero de este combate hablaré otro día. Hoy quiero recordar los combates con el ángel de Dios, como Jacob.

Jacob y el ángel

Esos combates interiores y personales con uno mismo y desde dentro, con Dios (que ya dijo Agustín que es ‘más interior que lo más íntimo mío’, cf. Confesiones III, 6, 11). Esos combates que acaban abrazándote y sosteniéndote, como se ve en la obra de Epstein.

Lo más difícil, creo yo, es distinguir en qué combate estamos. Al Enemigo hay que hacerle frente y con frecuencia hacerse la escurridiza es la opción ganadora. Al Amigo, a Dios en mí clamando, hay que abrazarle. A pesar de sentir dolor y continuar cojeando por la vida, como el bueno de Jacob. Pero si el resultado es caminar con Él y encontrarte más y mejor contigo mismo, ¿no merece la pena cualquier cojera?