Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Encuentros en la “nueva normalidad”


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Ya sé que lo de la mascarilla no es plato de gusto para nadie, así que no voy a descubrir nada nuevo si digo que convertirlo en un complemento habitual va a ser de lo que más me cueste de esa “nueva normalidad”, que aún no sabemos muy bien en qué consiste. A la incomodidad que implica de por sí, se le une la pesadilla que supone que se me empañen las gafas, por más que pruebe todo los trucos de internet, o que se me multiplique la dificultad para respirar que yo ya llevo “de fábrica”. Sé que es conveniente y que así nos cuidamos todos, pero hay otra cuestión que me gusta aún menos y que tiene que ver con las relaciones humanas.



Cada vez que nos tropezamos dos conocidos enfundados en nuestras mascarillas, mi imaginación vuela a los bandoleros de las películas de vaqueros, de modo que tengo más sensación de estar tramando el atraco a un banco que entablando una conversación con alguien. Más allá de la broma, los rasgos más personales y parte del lenguaje no verbal se pierden al ocultar para los demás gran parte de nuestra cara. Por más que nos digan que hemos de aprender a sonreír con los ojos, resulta inevitable perdernos mucho de lo que implica un encuentro cara a cara. No en vano la palabra persona procede de un término griego con que se nombraba la máscara que los actores utilizaban en el teatro. Algo tendrá que ver nuestro rostro con nuestra identidad más profunda.

El espejo del alma

Dice la sabiduría popular que la cara es el espejo del alma. Quizá no sea para tanto, pero es verdad que se trata de mucho más que de una simple parte del cuerpo. Algo ha intuido la humanidad cuando en el Antiguo Oriente Próximo había cierta relación entre el rostro de la divinidad y la luz. De ahí que la mentalidad bíblica sugiera que la cara evidencia si un encuentro con Dios ha sido real, como le sucede a Moisés. Él resplandece al salir de la Tienda del Encuentro, porque irradia la luz que desprende la faz del Señor, que nos salva cuando nos mira de frente y brilla sobre nosotros (cf. Sal 80,8).

coronavirus, desescalada

Aunque las mascarillas nos lo pongan difícil, nos salvan los rostros, los encuentros cara a cara porque, si sabemos mirar a quienes nos rodean, podremos hacer nuestras las palabras de Jacob al reconciliarse con su hermano Esaú: “He visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios” (Gn 33,10).