¿Qué dice la Biblia de los tatuajes?


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Uno de los rasgos visibles de la sociedad de hoy, especialmente entre los jóvenes, es el del tatuaje. Son contados los que no los llevan en alguna parte de su cuerpo. Esto contrasta claramente con otras épocas, en los que los tatuajes estaban confinados prácticamente a determinados grupos sociales, como el carcelario, el marino o el militar. Dicen los sociólogos que hoy el tatuaje cumple con la función de marcar –nunca mejor dicho– la propia personalidad frente a los demás y destacar el dominio que se ejerce sobre el propio cuerpo.

En la antigüedad, y en muchas culturas, el tatuaje tenía un marcado sentido religioso. Aunque no sea muy científico, solo hay que recordar la escena de la película ‘Gladiator’ (Ridley Scott, 2000), donde el general Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe), caído en desgracia, trata de borrarse con saña un tatuaje que lleva en el brazo, a lo que Juba (Djimon Hounsou), otro esclavo y futuro gladiador, pregunta si es de su dios.

Tatuaje

En la Biblia encontramos una mención clara sobre los tatuajes y otra posible. La clara está en Lv 19,28: “No os hagáis incisiones [¿escarificaciones?] en vuestra carne por un difunto; ni os hagáis tatuajes. Yo soy el Señor”. El contexto es el de la separación de las culturas vecinas de Israel y sus costumbres para guardar fidelidad a Dios (lo mismo cabe decir del versículo anterior, también con ciertas semejanzas con modas actuales: “No os rapéis en redondo la cabellera ni os recortéis los bordes de la barba”).

La mención posible resulta más llamativa, ya que, en este caso, el tatuaje lo luce el propio Dios: “Mira, te llevo tatuada [o grabada] en mis palmas, tus muros están siempre ante mí” (Is 49,16). Es lo que le dice el Señor a Sion, haciendo referencia a la silueta de Jerusalén y subrayando así el amor eterno que le profesa. Es cierto que las palmas de las manos no son el mejor lugar para tatuar (entre los árabes se acostumbra a tatuar las palmas de las manos a las mujeres en las bodas, aunque ese tatuaje, hecho con jena o alheña, no es permanente), pero el poeta tiene licencia para ello. Lo mismo que Jeremías cuando dice de Israel en nombre de Dios: “Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jr 31,33).