Identidad


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Identidad es el conjunto de rasgos que distinguen a una persona de los demás. Por eso decimos que cuando alguien tiene clara su identidad deja de “ser del montón”, para convertirse en un ser humano único e irrepetible.

La tarea para definir y pulir la identidad es emocionante y temible, pues sabemos que cada quien vivirá consigo mismo toda su vida. De algún modo sé que trabajar mi identidad es también invertir en mí mismo para convertirme en alguien con quien me gustaría convivir por siempre.  El reto nos interpela a todos y podemos resumirlo en que el esfuerzo sostenido y certero que hace alguien del desarrollo de sus facultades, a la larga hará la diferencia entre convertirse en un genio o acabar chiflado, cultivar su sensibilidad o ser un manojo de nervios, disfrutar templadamente o ahogarse en sus propios berrinches, liderar o manipular, trascender o auto destruirse, para al final dejar huella o esfumarse en el olvido.

Así que vale la pena preguntarnos acerca de los cimientos sobre los cuales construimos nuestra identidad y el proceso que recorremos para darle forma. Y tras esto, podemos también visualizar el impacto que tendrá nuestra identidad, no solo en nuestra autoestima, sino también en la capacidad para vivir felices o atormentados, al convivir con los demás.

Dignidad humana

La identidad parte del fértil terreno de la naturaleza humana. Basta con mirarnos con serenidad por un momento para reconocer el prodigio evolutivo del que somos herederos. Y sobre éste, se construyen un potencial insaciable para el asombro y la curiosidad, una inteligencia capaz de preguntar todo acerca de todas las cosas, un repertorio emocional pleno y complejísimo, una naturaleza gregaria edificable en relaciones, familias, naciones, culturas y civilizaciones, y una ventana que nos permite asomarnos a lo inabarcable, lo eterno y lo inmutable. Todo ello acompañado por una libertad completa e inextinguible.

A este conjunto de potencias magníficas le decimos dignidad inherente de la naturaleza humana o, para abreviar, dignidad humana. Notemos que esta dignidad trasciende características físicas, demográficas y actitudinales de los individuos, así como sus peculiaridades personales. La capacidad inherente de estas potencias nos une y dignifica más allá de distinciones superficiales. Cuando aprendemos a notar esto, pierden relevancia las distinciones tradicionales hombre-mujer, ciudadano- inmigrante o católico-ateo, por mencionar algunas de ellas (Cf. Gal 3, 28-29).

Conformación

Ahora, si la dignidad humana es tan maravillosa ¿Por qué el mundo parece ser un desastre? Para responder sobre el rol que la identidad tiene en ello, necesitamos superar ilusiones, distinguir entre naturaleza y acto, hablar de la expansión de los actos a nuestras vidas y considerar el impacto de la repetición.

Primero, una vez que superamos la ilusión de que todo es perceptual o ajeno a nuestras fuerzas, nos damos cuenta de que en algunos espacios y momentos el mundo efectivamente es un desastre. En múltiples situaciones el hambre, la violencia, el ultraje y el despojo son reales y son provocados por seres humanos, haciéndonos daño a nosotros mismos y a los demás. Entonces surge una primera implicación, el desarrollo de mi identidad no puede ser dañino para nadie más.

Segundo, para explicar por qué el mundo es a veces un desastre, requerimos también distinguir entre dignidad humana y dignidad de los actos humanos. Por ejemplo, observo mi mano izquierda. Mi mano en sí es un impresionante prodigio de ingeniería química y biomecánica. Es naturalmente digna. Pero eso no significa que cada vez que haga uso de ella lo haré con dignidad. Mis actos pueden ser dignos, neutros o indignos. Ejercitando mi dignidad puedo usar mi mano para escribir poesía, tocar un instrumento musical, rescatar un insecto en apuros o sostener a alguien para que no caiga. Desde lo neutro, puedo rascarme, tamborilear en la mesa o juguetear con una moneda. Y también puedo utilizarla para hacer señas obscenas, abofetear a alguien o jalar de un gatillo, realizando actos indignos. No es la dignidad de mi naturaleza la que asegura la dignidad de mis actos, sino el modo en que ejerzo mi libertad.

Tercero, este principio de dignidad-del-acto es aplicable también a mi creatividad, inteligencia, emotividad, relaciones y apertura a lo ilimitado. La identidad se ejerce hacia el desarrollo, el estancamiento o el retroceso. Destellos geniales, entretenimiento trivial y ocurrencias macabras. Cosmovisiones geniales, mentalidades conformistas e ideologías opresivas. Afectos sublimes, tibias indiferencias y angustias suicidas. Organizaciones de ayuda, clubes sociales y crimen organizado. Verdes praderas, adormecimientos y pozos de desasosiego.

Cuarto, notemos cómo la identidad parte siempre del organismo y es guiada por la voluntad, que a su vez es asistida por la inteligencia. Nuestras facultades organismo-libertad-inteligencia forman un triángulo virtuoso realidad-bondad-verdad o un triángulo vicioso fantasía-obstinación-error. Por ejemplo, puedo reconocer los límites físicos de mi organismo de 50 años y no violentarlo con deportes extremos o empecinarme en una fantasía de chavorruco para acabar lesionado por un descenso en bicicleta accidentado. Puedo ejercitarme con dignidad o hacer desfiguros innecesarios. Las pistas claves del desarrollo vienen de mí, al reconocer mi organismo con veracidad y decidir por lo bueno o lo mejor, en cada aspecto de mi vida. Y de nuevo esto aplica a mi actuar alimenticio, sexual, intelectual, afectivo, relacional y espiritual, así como en las relaciones que se dan entre ellos.

Quinto, la identidad se construye gradualmente a partir de una secuencia repetida de decisiones. El refrán reza que una golondrina no hace un verano. Cierto. Pero la golondrina muestra que el cambio sí es posible y tal vez sea la primera de una gran migración. Es decir, al aceptar una realidad que no había notado y decidirme a un primer acto real-bueno-verdadero, aunque sea imperfecto, me muestra que sí puedo crecer. He superado la fantasía-obstinación-error en la que vivía. Y si lo logré una vez, puedo hacerlo de nuevo. Entonces me acuerdo de otro refrán: la práctica hace al maestro.

Consolidación, Tambaleo

El desarrollo gradual de la identidad se traduce en lo que el desarrollo humano llama una personalidad diferenciada. Es decir, una persona que es capaz de mantener la calma en entornos estresantes, plantear con claridad sus ideas y valores en momentos difíciles, poder estar en intimidad con los demás sin perderse a sí mismo y encarar decididamente los retos que le presenta la vida.

Este crecimiento ha sido objeto de estudio de Erikson, Bowen, Rico (2011) y muchos otros quienes se han dedicado a medir y observar cómo la serenidad, asertividad, confort y fortaleza de una identidad diferenciada se relacionan con una vida más plena y exitosa.

La congruencia repetida de innumerables actos reales-buenos-verdaderos ha rendido frutos para superar las reactividades emocionales, tambaleos intelectuales, codependencias y evasiones afectivas. Estas conductas son propias de identidades no desarrolladas o “prendidas con alfileres” en pseudo-selfs que aparentan bienestar en la superficie, pero eructan rencores, berrinches, incongruencias y decisiones postpuestas a cada paso del camino.

A la larga

La autoestima y satisfacción personal son solo los primeros frutos del desarrollo de nuestra identidad. Una identidad sana es también cimiento para una intimidad exitosa y una colaboración eficaz, pues al saber quiénes somos podemos estar con otros, aportar y disfrutar del bien común sin depredarlo.

Las identidades sólidas de los padres son el cimiento de familias funcionales y del sano desarrollo de sus hijos. En las dinámicas sociales las personalidades diferenciadas son fuente de genuino liderazgo, que inspira a otros no solo a avanzar a mejores metas, sino permite también superar estancamientos y vicios, como el racismo o la discriminación. También podemos darnos cuenta que individuos con personalidades sólidas son inmunes al fanatismo, al sometimiento ideológico o a la presión social, tan dañinos para el avance del progreso.

El camino a un mundo sosteniblemente mejor, no se apoya en las capacidades de unos cuantos gobernantes, sino en la multiplicidad de identidades diferenciadas de la población. Individuos habituados a optar por el bien propio y ajeno, acompañando a otros y dándole prioridad a quienes aún no pueden ayudarse a sí mismos, por más nobles que puedan parecer otros fines. (Cf Mt 15, 21-28)

¿Cómo edificas tu identidad?

Referencia:  Rico, Joseph (2011). Differentiation of Self Inventory short form: Creation and initial evidence of construct validity. Kansas City: University of Missouri-Kansas.