Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

La Buena Noticia… silenciosamente atronadora


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No soy periodista ni mucho menos, pero me da la sensación de que las buenas noticias no venden. Los titulares tienden a rescatar la parte más escabrosa y esta tendencia aumenta en proporción al tono más o menos amarillento del medio de comunicación que sea. Esto hace que las malas noticias hagan mucho ruido y sean muy llamativas, mientras que las buenas aparecen de manera silenciosa, son discretas y, con frecuencia, pasan inadvertidas. Para percibir su rumor, tenemos que afinar el oído y aprender a mirar más allá de lo aparente, para reconocer las buenas nuevas en medio de desastres y desgracias.

Esta condición ruidosa de lo negativo nos pasa en muchos más ámbitos. Por ejemplo, nos resulta muy fácil fijarnos en los alumnos más inquietos del aula, mientras otros muchos, si no lo evitamos, pueden transformarse en “personas grises” que pasen desapercibidas a nuestra atención. Lo positivo tiende a la discreción y, para percibirlo, hay que adiestrar la mirada. Solo así podremos reconocer los pequeños grandes gestos que nos rodean en el día a día cotidiano.

Me gusta pensar que la fe en la resurrección es algo parecido a este aprendizaje, porque nos permite intuir la Presencia escondida del Señor caminando en nuestra vida cotidiana. Sin fuegos artificiales y sin aspavientos, se empeña en permanecer cerca en medio de la ambigüedad de nuestra existencia. Es el Resucitado el que nos va transformando la mirada para reconocer la vida que siempre se hace paso en medio de tantos gestos de muerte. Él nos afina el oído para percibir el susurro de esa Buena Noticia que, silenciosamente atronadora, acompaña a quien quiera escucharla.