Miguel Márquez, prepósito general de los carmelitas descalzos
Decir que concibe la vida como un camino, en su caso, no es una frase hecha. “He peregrinado siete veces a Compostela, me he pateado unas 20 veces los lugares sanjuanistas, he ido 12 veces a Tierra Santa y me he perdido durante un mes por Asís a mi aire”. Y es que, para Miguel Márquez Calle, “el camino te regala lo que no estabas buscando y más falta te hace”. Ahora este andariego se topa con el año jubilar por los 300 años de la canonización de san Juan de la Cruz y el centenario de su proclamación como doctor de la Iglesia.
Recién llegado de las Batuecas, el enclave salmantino donde se topó de bruces con su vocación carmelitana, el prepósito general de los carmelitas descalzos desde 2001 afronta este tiempo de gracia como una posta especial en su maratón vital. Y es que este placentino de 60 años no solo acompaña a más de 4.000 frailes repartidos en 70 países, sino que también es aliento para los laicos y para las 12.000 carmelitas distribuidas en cerca de 900 monasterios en todo el planeta.
PREGUNTA.- Ser ‘sucesor’ de alguna manera de Juan de la Cruz y celebrar su santidad y doctorado, ¿es un regalo o una losa?
RESPUESTA.- Ninguna losa, al contrario. Cuando tocamos o nos acercamos a nuestros santos, te lo hacen fácil. Ellos mismos se encargan de allanar el camino. Hay como una impresión de que siempre se generan dificultades o complicaciones en torno a ello, cuando nos lo ponen fácil, porque son accesibles en su ser y su hacer. Además, tampoco me agobia tener que poner metas altas o fastos llamativos, porque la fecundidad de un año jubilar como este va por otro lado. Aquello que dará fruto no vendrá por lo que tengamos milimétricamente preparado, sino por lo que los santos nos quieran regalar. Es cierto que esto implica más trabajo, pero dinamizar efemérides así son una oportunidad. Lo verdaderamente importante es nuestra capacidad de escuchar para descubrir la palabra que todo santo nos tiene que decir hoy, qué experiencia nos invitan a renovar.
P.- ¿Y qué le dice hoy Juan de la Cruz al prepósito general?
R.- Cuando me abro a la cuestión de la fe, santa Teresa es la que me contagia. Santa Teresita (de Lisieux) es la que me cura, porque me baja a una experiencia religiosa y cristiana de no compararme con los demás, de presentarme con las manos vacías, de mirarte y dejarte mirar sin andar todo el tiempo juzgándote, reprochándote y compitiendo contigo mismo y con los demás. Y Juan de la Cruz es el que me educa, el que me guía, el que me indica también las trampas del camino y los engaños. Juan de la Cruz es muy hábil para iluminar en estos tiempos complejos. Me parece que en eso le tenemos algo infravalorado, como persona que ilumina el camino, no solo cristiano, sino también el humano, de la construcción de la persona.
Él es sugerente desde su infancia, pues, siendo pequeño, pasó muchas dificultades tras el fallecimiento de su padre. A mitad de su vida, se ve en la cárcel durante nueve meses en Toledo y, en el ocaso, son los propios carmelitas los que le arrinconan.
Sin embargo, en medio de la adversidad, Juan de la Cruz muestra una habilidad admirable para no dejarse caer en la trampa del juicio. Reconoce que la coyuntura es muy complicada, que se lo están haciendo pasar mal, pero sabe zafarse. Ya antes de escaparse de la cárcel por una ventana, había huido del juicio de los otros. Consiguió que no le rompieran. Ahora llamaríamos resiliencia a esa la capacidad de transformar las situaciones, reciclarlas y focalizarlas hacia lo que a él le importaba. Juan de la Cruz era muy hábil para no dejarse dispersar y saber quién era su horizonte, su unión de Amor.
Esa unión transformadora en Dios y con los hermanos dista mucho de la polarización y la crispación de hoy, lo mismo en la Carrera de San Jerónimo que en la Casa Blanca…
Lo primero que nos tiene que decir hoy Juan de la Cruz es que nos enamoremos de Jesús, que no tengamos miedo a entrar en esa pasión. Solo desde ahí podemos comprender que los místicos encuentran la comunión respetando la diversidad. Son gente que no crea bandos ni los legitiman. Solo entienden la sana confrontación, pero no la polarización y el enfrentamiento per se que se vive hoy. Los místicos no se dejan enredar en el juicio, ni hacia los demás ni en el de los otros sobre ellos. Están en otra guerra.
Juan de la Cruz tenía prisa por zafarse de las tonterías en las que estamos metidos, en un enfrentamiento en el que priman las ideologías. Sabe que, para encontrarse, hay que perderse. Nos invita a perderse para dejarse encontrar, para que no sea tu capricho, tu programa, tu idea lo que se imponga, sino que sea algo diferente que se te está queriendo regalar y que solo se consigue cuando te dejas nacer otra vez. Con todas las contradicciones, las dificultades, las persecuciones, las noches oscuras, es un maestro de saber descubrir la perla en el corazón de la tormenta.
P.- ¿Qué obra suya le recomendaría a Pedro Sánchez?
R.- Lo primero que le propondría sería leer la biografía de Juan de la Cruz, para ver cuál es la sabiduría que se encierra a lo largo de su vida, de su trayectoria. Por otro lado, es cierto que a priori, desde el punto pedagógico, no le plantearía a nadie que no conoce a fondo al místico que se adentrara en ‘La noche oscura’. Sin embargo, considero que le podría ayudar empaparse de esta obra para saber lo que significa entrar en ese mundo de no ver, para dejarse iluminar, para encontrar lo que se puede descubrir en las noches de tu propia historia. Esa es una de las sabidurías de Juan de la Cruz que se nos presenta este año. En su sabiduría mística, valoramos su capacidad para descubrir que la noche oscura encierra una luz decisiva para el crecimiento de la persona hacia Dios y hacia uno mismo.
P.- ¿La Iglesia está atravesando hoy una noche oscura?
R.- Todas las épocas han sido de crisis y de noche para la Iglesia. Me parece que estamos abusando mucho de esa mirada dramática en nuestra época. No sé yo si estamos afrontando ahora un momento más catártico que otro si echamos la vista atrás y contemplamos la Revolución Francesa, la desamortización, las pestes… Si te trasladas a cualquier época, encuentras el final de los tiempos. No pondría el acento en que estamos en una época peor que otra. Es más, diría que los místicos son especialistas en no añorar el pasado y en no esperar al mañana. Son especialistas en reconocer el territorio que pisan y, desde ahí, acoger lo que Dios está queriendo regalar.
Son muy hábiles en decirnos: solo en la realidad del presente es donde Dios siembra esperanza. Estamos en un tiempo de mucha esperanza. Incluso cuando escuchamos tantas situaciones de incertidumbre, que hablan de miedos y amenazas. Y no lo digo desde la distancia o con ingenuidad. Yo he visitado la Siria devastada por la guerra y el terremoto, he entrado en Ucrania hasta en dos ocasiones tras la invasión rusa y he llegado casi hasta el frente, he acompañado a nuestros hermanos de Nigeria, no me han dejado entrar en Nicaragua… Claro que vivimos en un tiempo de especial tensión, pero no nos podemos dejar embaucar por una mirada apocalíptica. Juan de la Cruz nos invita a superar el pánico.
P.- Los místicos son hombres y mujeres con el alma en Dios y los pies en la tierra. ¿Se lo aplicaría al papa Francisco?
R.- Sí le veo como un místico. Era un hombre profundamente orante, con el discernimiento como eje, pero, a la vez, muy conectado con la realidad, muy sensible a cada persona que se le acercaba, especialmente con los más pobres y vulnerables. Lo pude comprobar las cinco veces que estuve con él. Recuerdo cuando me recibió acompañado de 70 monjas carmelitas de todo el mundo. Tuvo una palabra y un gesto especial para cada una de ellas. Siempre con un humor, que también es propio de los místicos, de quien está en paz. En aquella ocasión, al dirigirse una monja española a él, se presentó así: “Yo soy Angels, de Barcelona; soy catalana”. El Papa respondió con agilidad: “Pero, ¿más catalana o más carmelita?”. “Más catalana”, contestó ella entrando en el juego.
Más allá de las bromas, te diré que, en una ocasión, llamó a Maximiliano Herráiz, uno de los mayores especialistas en santa Teresa y san Juan de la Cruz, para tener un encuentro largo. Estaba interesado en que le compartiera a fondo el sentido de la mística y la espiritualidad en santa Teresa. Era un hombre inquieto en lo social, en lo intelectual y en la interioridad. Y todo esto, por supuesto, sin glosar su admiración por santa Teresita.