Vaticano

León XIV en su primera “misa del gallo”: La Navidad “no es una idea que resuelva los problemas, sino una historia de amor que nos involucra”

| 24/12/2025 - 22:53

El Papa preside la eucaristía de Nochebuena y destaca que “para encontrar al Salvador no hay que mirar hacia arriba, sino contemplar hacia abajo”





Si hace un año la misa del 24 de diciembre era especial por la apertura de la Puerta Santa y el inicio del Jubileo, este 2025 la expectación la ha suscitado el estreno del papa León XIV en las celebraciones navideñas. Un pontífice que ha devuelto esta misa a los horarios previos a la pandemia, a las diez de la noche, aunque los formularios de la celebración han sido tradicionalmente los de la misa “de medianoche”, que en tantos países de tradición hispana se conoce como “misa del gallo”. Antes de empezar la eucaristía saludó a los fieles que se quedaron a las puertas de la basílica en la plaza de San Pedro, aguantando el viento y la lluvia torrencial. A ellos les dijo: “¡Admiro, respeto y agradezco vuestro valor y vuestro deseo de estar aquí esta noche!“.



Misa del gallo

No es la única novedad en la agenda, ya que Prevost ha recuperado la eucaristía pública en el día de Navidad, algo que no se veía desde Juan Pablo II en 1994. En 1995 se anunció esta celebración, pero finalmente la presidió el cardenal Virgilio Noé como arcipreste de la basílica de San Pedro. El purpurado siguió presidiendo la misa principal del 25 de diciembre hasta 1999, tras la apertura del Jubileo del 2000, que solo hubo bendición Urbi et Orbi. En la navidad de ese año jubilar el cardenal Angelo Sodano presidiría una misa en la Plaza en nombre del Papa… y hasta ahora.

Yendo a la celebración de la noche, hasta la basílica se ha trasladado, otra vez en este Jubileo, la Virgen de la Esperanza –con su gran ancla– desde San Marco di Castellabate, población marinera del sur de Italia. También se ha colado en trono en el que se exponía el libro de los Evangelios durante el Concilio Vaticano II junto a la imagen del Niño Jesús que se ha venerado tras ser desvelado al inicio de la celebración. Para los presentes en la basílica, la eucaristía se ha preparado leyendo las promesas y el Papa se ha incorporado en el momento del anuncio de la Navidad, el canto del himno de la Kalenda. Ya en la misa, con las oraciones en italiano y latín –como en las primeras celebraciones de inicio del pontificado–, León XIV ha pronunciado su primera homilía navideña como Papa o ha acompañado a unos niños al final de la misa a colocar la imagen venerada en el belén de la basílica de San Pedro.

Una luz en la oscuridad

En la homilía ha destacado que “durante milenios, en todas partes del mundo, los pueblos han escrutado el cielo dando nombres y formas a estrellas mudas; en su imaginación, leían en ello los acontecimientos del futuro buscando en lo alto, entre los astros, la verdad que faltaba abajo, entre las casas”. En esta oscuridad, prosiguió, “seguían confundidos por sus propios oráculos” hasta que llegó “la estrella que sorprende al mundo, una chispa recién encendida y resplandeciente de vida”.

“Viene Aquel sin el cual nunca habríamos existido. Vive entre nosotros quien da su vida por nosotros, iluminando nuestra noche con la salvación. No hay tiniebla que esta estrella no ilumine, porque en su luz toda la humanidad ve la aurora de una existencia nueva y eterna”, clamó el Papa ante “el nacimiento de Jesús”.

“En el Hijo hecho hombre, Dios no nos da algo, sino a sí mismo”, para el pontífice, “nace en la noche Aquel que nos rescata de la noche: ya no hay que buscarla lejos, en los espacios siderales, la huella del día que alborea, sino inclinando la cabeza en el establo de al lado”. Y es que, explicó, “para encontrar al Salvador no hay que mirar hacia arriba, sino contemplar hacia abajo: la omnipotencia de Dios resplandece en la impotencia de un recién nacido”. “Es divina la necesidad de cuidado y calor que el Hijo del Padre comparte con todos sus hermanos en la historia. La luz divina que irradia este Niño nos ayuda a ver al hombre en cada vida que nace”, apuntó, mientras citaba una de las homilías de Benedicto XVI ya que “en la tierra no hay espacio para Dios si no hay espacio para el hombre: no acoger a uno significa rechazar al otro. En cambio, donde hay lugar para el hombre, hay lugar para Dios; y entonces un establo puede llegar a ser más sagrado que un templo y el seno de la Virgen María, el arca de la nueva alianza”.

La fragilidad

“En el niño Jesús, Dios da al mundo una nueva vida ―la suya―, para todos. No es una idea que resuelva todos los problemas, sino una historia de amor que nos involucra. Ante las expectativas de los pueblos, Él envía un niño, para que sea palabra de esperanza; ante el dolor de los miserables, Él envía un indefenso, para que sea fuerza para levantarse; ante la violencia y la opresión, Él enciende una suave luz que ilumina con la salvación a todos los hijos de este mundo”, destacó citando a san Agustín.

Y es que, denunció “mientras una economía distorsionada induce a tratar a los hombres como mercancía, Dios se hace semejante a nosotros, revelando la dignidad infinita de cada persona. Mientras el hombre quiere convertirse en Dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud”. Los pastores y la familia de Belén, reivindicó el Papa, “son huestes desarmadas y desarmantes, porque cantan la gloria de Dios, cuya manifestación en la tierra es la paz; en el corazón de Cristo, en efecto, palpita el vínculo que une en el amor el cielo y la tierra y el Creador con las criaturas”.

Ante el fin del año jubilar, destacó también que “la Navidad es para nosotros tiempo de gratitud y de misión. Gratitud por el don recibido, misión para dar testimonio de este don al mundo”. Por ello, concluyó, la Navidad “es fiesta de la fe, porque Dios se hace hombre, naciendo de la Virgen. Es fiesta de la caridad, porque el don del Hijo redentor se realiza en la entrega fraterna. Es fiesta de la esperanza, porque el niño Jesús la enciende en nosotros, haciéndonos mensajeros de paz”.

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