Cultura

Centenario del nacimiento de Carmen Martín Gaite: y luego Dios le dirá a cada uno

| 13/12/2025 - 01:06





José Teruel, profesor honorario de Literatura Española en la Universidad Autónoma de Madrid y autor de la exhaustiva ‘Carmen Martín Gaite, una biografía’ (Tusquets, 2025), conoció a la escritora en 1986: “Era una persona accesible, aunque tampoco era difícil constatar que su empatía no carecía de restricciones, era como si trazara una ideal frontera acerca de lo que debía y no debía ser declarado. Sabía que había cosas que no merecían ser confesadas, y no por ocultas sino por obvias”.



Una de esas obviedades era su fe, de la que Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925-Madrid, 2000) nunca quiso hablar en público, como se negó siempre a escribir o exponer nada que pareciera unas memorias. Teruel revela cómo era su visión de Dios, compleja y muy diferente a la de Rafael Sánchez Ferlosio, con quien se casó en 1953, sobre todo a raíz de la muerte en 1955 de su primer hijo, de apenas seis meses, tras contraer meningitis. Martín Gaite y Sánchez Ferlosio acabarían separándose en 1970.

La muerte de Miguel supuso para el joven matrimonio, y sobre todo para Rafael, el derrumbe definitivo de la fe de la infancia o de cualquier suposición religiosa –detalla Teruel–, aunque Carmiña siguió creyendo hasta el final de su vida (y muy a su manera) en lo sobrenatural y en el diálogo con los muertos. Su religión fue siempre muy particular: en este sentido, podría ser reveladora esta graciosa anécdota que me contaba su hermana, cuando en alguna ocasión pasaban por delante de una iglesia: ‘¿Entramos, Anita? Por si acaso Muñoz Suay no tiene razón’”.

De quien Carmiña habla, irónicamente, es del cineasta Ricardo Muñoz Suay (Valencia, 1917-1997), dirigente clandestino del PCE y protagonista de sonadas cruzadas anticristianas. Aunque Martín Gaite no dejó de creer, a su modo: “Su fe era una creencia fetichista en lo sobrenatural, en la protección de los muertos sobre los vivos más que un credo religioso convencional –ratifica Teruel–. Solía recordar un dicho que ella atribuía a su padre, ‘Los que dan consejos ciertos a los vivos son los muertos’, y que después descubrió grabado en los muros de la iglesia salmantina de San Julián y Santa Basilisa”.

Romper las ataduras

La autora de ‘Entre visillos’ (1957) era así: “Los nudos de su propio estar en el mundo radicaban en la emancipación y en el desarraigo”, manifiesta Teruel, que también dirigió la edición anotada de los siete tomos de sus ‘Obras completas’. “La necesidad y la apetencia de desasirse de las ataduras, e incluso de las convenciones afectivas, será una constante en la obra de Martín Gaite a partir de ‘Ritmo lento’ (1963) –prosigue–, aunque en otros momentos de su vida y obra acusa también la ambivalencia entre la exaltación de la soledad y la añoranza de una vida acompañada pero rutinaria: echó en falta la aventura, como también extrañó la herencia del arraigo”.

Al final, desde ‘Caperucita en Manhattan’ (1990), su obra es “la historia de una transfiguración”, como la define Teruel: “Solo se salva de las ataduras quien es capaz de transfigurarse gracias a la sed de interlocución, una especie de antorcha buceando en la basura, a veces sin esperanza, al encuentro de la palabra ajena como eco y refrendo de la propia”. Esta última etapa estuvo marcada por la muerte, en 1985, esta vez, de su hija Marta, con 29 años y víctima del sida.

Etiquetas: literatura
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