Ocurrió al finalizar la eucaristía en la que el arzobispo italiano Piero Pioppo se presentó oficialmente como nuncio en España. Antes de dar la bendición final en una basílica de San Miguel abarrotada de fieles y en presencia del alcalde José Luis Martínez-Almeida. El diplomático vaticano tomó la palabra para agradecer, como ya lo hiciera en la homilía, la acogida “tan cariñosa” que está recibiendo en sus primeros días en España.
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Justo después, confesó que ofrecía la misa “no solo por vuestras intenciones y por todos vuestros seres queridos que ya están en la Casa del Padre”, sino también por “todos los profesores y superiores españoles que me formaron”, como el padre Julio Manzanares, en la Universidad Gregoriana, o el cardenal Urbano Navarrete.
Muy especial
En ese instante se detuvo en alguien que definió como “una persona muy especial”. Compartió el nombre de una persona que para él supone algo más que un referente como nuncio: Luigi Dadaglio.
“Fue él quien sugirió hace muchos años mi nombre para que yo me formara en el servicio diplomático”, confesó Pioppo sobre el que fue predecesor suyo durante trece años en la misión española que ahora arranca. Y añadió: “Fue un gran nuncio en tiempos no fáciles para servir a todos nosotros”.
De la dictadura a la Transición
No es para menos. Dadaglio fue nombrado el 8 de julio de 1967 nuncio apostólico en España por Pablo VI. De la mano del Papa Montini y del cardenal arzobispo de Madrid, Vicente Enrique y Tarancón, pilotó la renovación eclesial española desde la dictadura a la Transición en sintonía con el aggiornamento del Concilio Vaticano II, en el que el nuncio participó e impulsó. Dadaglio llegó a España con 53 años y una experiencia más que sobrada tras pasar por Haití, República Dominicana, Estados Unidos, Canadá, Australia, Colombia y Venezuela.
Cuando ni tan siquiera llevaba un año en Madrid, el nuncio italiano fue el encargado de entregar al Francisco Franco una carta de Pablo VI, firmada el 28 de abril de 1968, en la que solicitaba al dictador que renunciara al privilegio de presentación de los obispos, en lo que sería un prólogo de la revisión del Concordato. El sábado 4 de mayo a las once de la mañana, Dadaglio se presentó en el palacio de El Pardo. Franco no le esperaba. “Lo que se me pide es sumamente grave”, expuso molesto al embajador vaticano, al que le acusó de no conocer ni entender España. “Los adversarios del Gobierno son bien recibidos y están en contacto con el Vaticano, mientras en Madrid procuran influir sobre los nuncios apenas llegan al país”, le llegó a decir el Generalísimo en una incómoda conversación que duró una media hora y en la que le echó en cara que Radio Vaticana se mostrara hostil con España y que hubiera sacerdotes que promovieran lo que tachó de desórdenes. Un mes después, Franco contestó a la misiva papal mostrándose aparentemente dispuesto a abordar la propuesta. Solo aparentemente, porque durante seis años no se volvió a abordar la petición y el Gobierno se comenzó a poner cada vez más obstáculos a los nombramientos episcopales, dejando, por ejemplo, en sede vacante a Valencia durante casi tres años. En diciembre de 1972, Franco volvería a escribir a Pablo VI expresándole su malestar por la deriva que estaba adoptando parte de la Iglesia respecto al régimen. La cuestión episcopal no se resolvería hasta julio de 1976, siendo ya rey Juan Carlos I.
Cauce de la renovación
Este primer incidente del dictador con Dadaglio fue solo el punto de partida de una tensa relación que se correspondía, en cambio con una coordinación más que fluida entre la Nunciatura, Madrid y Roma. Fue así como el embajador vaticano fue el cauce para llevar a cabo una renovación episcopal a través de sus ternas. Comienzan así a emerger nombres como Gabino Díaz Merchán, Javier Osés, Ramón Echarren, Ramón Buxarrais, Alberto Iniesta, Jaume Camprodon, Víctor Oliver, José María Setién, Elías Yanes…
Su empuje diplomático permitió llegar precisamente a noviembre de 1975, esto es, al fallecimiento de Francisco Franco y la coronación de Juan Carlos I, habiendo propiciado una Iglesia como motor de la democracia, buscando desmarcarse del nacionalcatolicismo que llevaba adosado. En 1979, Dadaglio fue el responsable de firmar los acuerdos que rigen las actuales relaciones Iglesia-Estado, un marco de convivencia que él forjó.
En octubre de 1980 Juan Pablo II lo fichó como secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, abandonando así nuestro país. Cuatro años más tarde lo nombraría propenitenciario mayor y en 1985 lo creó cardenal.
Tiempos paralelos
Cuando le preguntaban al fallecido cardenal de Madrid por el papel de Dadaglio en esos años clave de la historia en España, amén de elogiarlo, admitía que “no siempre fue comprendida su labor”. El nuncio Pioppo aterriza en España apenas unas semanas después de que León XIV se reuniera con la Comisión Ejecutiva de los obispos españoles y les subrayara de tú a tú la necesidad de que la Iglesia de nuestro país marque distancia con cualquier ideología y solo tenga al Evangelio como eje. O lo que es lo mismo, la reflexión que lanzó Tarancón en aquella misa de coronación hace cincuenta años: ningún partido puede apropiarse de la marca Iglesia y la Iglesia no tiene ningún partido.
En paralelo, el embajador vaticano llega en plena renovación del Episcopado español y con la resaca de la cuestionada gestión y precipitada salida de Bernardito Auza, que tuvo que ser intervenido desde Roma por no mostrarse con docilidad a la petición de Francisco para buscar pastores “con olor a oveja”. Pioppo afronta cuatro diócesis vacantes: Astorga, Teruel y Albarracín, Osma-Soria, y Cádiz y Ceuta. Además, hay que sumar otros seis obispos que ya han cumplido los preceptivos 75 años para su jubilación y necesitarían ir buscando relevo: : Barcelona, Cuenca, Mallorca, Cartagena, Terrassa y Segorbe-Castellón.