El vicedecano de investigación de la Universidad de Navarra analiza para ‘Vida Nueva’ el sentido de ‘Mater populi fidelis’, la reciente Nota del Dicasterio para la Doctrina de la Fe
Miguel Brugarolas
Hablar de Mariología es hablar de Miguel Brugarolas Brufau, vicedecano de investigación y profesor titular de Teología Dogmática de la Universidad de Navarra. Convencido, a través de los estudios que ha realizado hasta la fecha, de que Jesucristo es el “Único Mediador”, con esta premisa pone en valor la participación materna de María en esa mediación de su Hijo. Esta perspectiva es la que le permite ahondar, para ‘Vida Nueva’, en ‘Mater populi fidelis’, la reciente Nota del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que aborda algunos títulos como María Corredentora o Madre de Todas las Gracias.
PREGUNTA.- ¿Consigue el nuevo documento de Doctrina de la Fe cerrar en firme una polémica que se arrastraba desde hace décadas?
RESPUESTA.- Diría que hablar de polémica sea quizás excesivo. La propia introducción de la Nota afirma que “más que proponer límites, busca acompañar y sostener el amor a María y la confianza en su intercesión materna”. Si preguntásemos a la gente cuáles son las polémicas teológicas que recuerdan de las últimas décadas, no creo que entre ellas apareciese el tema de los títulos marianos referidos a la cooperación de Santa María a la obra de la salvación de su Hijo. Es una cuestión que ha ido apareciendo de un modo u otro en el último siglo, y que sin duda posee gran importancia, pero no veo que fuese percibida actualmente como una viva polémica. En el día a día hay otras cuestiones que afectan más de lleno a la vida de los cristianos y de las comunidades y que sí se hallan envueltas en una confusión que ha permeado mucho. Podría pensarse, por ejemplo, en la misma naturaleza de la Iglesia y cómo se articula en su ser la vivencia de la sinodalidad; o en las graves crisis que sufren sociedades enteras como consecuencia del relativismo y la superficialidad, por no mencionar el cuestionamiento acerca de la vigencia del designio de Dios sobre el matrimonio, la familia o la sexualidad. Lo que percibo en el ambiente es cierta perplejidad, pues parece darse una enorme relevancia a un asunto que no es visto por la mayoría como algo tan urgente o necesario.
A la vez, me parece que es un documento teológicamente muy articulado y que puede impulsar la reflexión de los teólogos y los pastores no solo sobre la singular asociación de Santa María al misterio de su Hijo, sino también sobre el significado mismo de la redención y el modo en que Dios ha querido que cada uno de nosotros participe de ella. En este sentido, si en los años setenta del siglo pasado se vivió lo que algunos llamaron el decenio sin María, un derrumbamiento generalizado de la devoción y la piedad mariana y de la mariología, esta Nota quizá lo que ponga de relieve es que la vida de la Iglesia y la piedad de los fieles está hoy muy abierta a todo lo mariano, con una apertura honda y sentida. Y esto me parece verdaderamente positivo.
P.- ¿Por qué cree que la Santa Sede ha tenido que recordar que “Cristo es el único Mediador y Redentor”?
R.- Pienso que hay que estar siempre volviendo a las verdades fundamentales de nuestra fe, y especialmente en el contexto actual de post-secularización. El papa Francisco señaló que en este contexto el mensaje principal de la Iglesia debe ser el anuncio de que Jesucristo es el Salvador. Hemos de ser capaces de hablar bien de la salvación cristiana, sin rebajar su aspecto fascinante. Cristo no está a nuestro lado, como acompañándonos desde fuera, sino que los cristianos por el bautismo estamos unidos a Él de modo verdadero, aunque misterioso. Es una unidad profunda y nueva. En esto consiste precisamente la salvación: en que Él, al hacer suyo todo lo nuestro, nos permite participar verdaderamente en todo lo que es de Él. Los primeros cristianos hablaban mucho de este admirable intercambio entre Dios y el hombre. Quien cree, entiende que cuando decimos que somos hijos de Dios, no estamos utilizando una hipérbole. No se trata de una metáfora o de un ideal. El bautizado es realmente sacerdote, profeta y rey.
Pero el origen de este nuevo modo de ser es Cristo. No somos sucesores de Cristo, sino miembros suyos: estamos insertados en Él. Él lo es todo. Sólo Él es la fuente y el origen de este don, que nos precede y es del todo inalcanzable para nuestras solas fuerzas; pero esto no significa que seamos meros receptores pasivos. Dios, que te hizo sin ti, no te salva sin ti, dice San Agustín (Sermón 169, 13). La acogida de la salvación de Cristo pone en movimiento y en acción todas las potencias humanas, en especial, la libertad. Pienso que este horizonte de la primacía del don divino es desde donde se ha de entender nuestra asociación al misterio de la redención de Cristo, y desde donde hay que entender también la singular asociación de la Virgen al misterio del Redentor. En ella el don de Dios se consuma de modo perfecto y singular, pues el Señor, al tomar todo lo nuestro, lo ha hecho precisamente a través del misterio de la maternidad virginal y libre de Santa María. Solo Ella se ha convertido, con su correspondencia al don divino, en la Madre del Redentor. Con qué fuerza lo expresa el reciente doctor de la Iglesia, el santo John Henry Newman, cuando dice que creer en Jesucristo significa confesar también que Dios tiene una Madre (Discurso sobre la fe, Madrid 1981, 335-336).
P.-¿Cómo se le puede explicar a un cristiano de a pie que los términos ‘corredentora’ no es conveniente utilizarlos?
R.-El documento ofrece una recomendación prudencial acerca del uso de este título motivado por el hecho de que el término puede ser comprendido de modo equivocado, oscureciendo lo que decíamos antes: que la primacía de la salvación es de Cristo como único mediador entre Dios y los hombres y único redentor. El asunto exige un gran equilibrio, porque es complejo. Cristo es el único mediador por ser Dios, pero ejerce su mediación a través de la humanidad que ha asumido en la encarnación, y esa humanidad la ha recibido de Santa María. En este sentido me parece que lo fundamental es subrayar la necesidad de formarse muy bien en la fe.
El papa León XIV señalaba en un discurso reciente la necesidad de evitar “la tentación de simplificar cuestiones complejas para evitar el esfuerzo de pensar, con el peligro de que, incluso en la acción pastoral y en su lenguaje, terminemos en la banalidad, la aproximación o la rigidez” (Discurso a la Pontificia Università Lateranense, 14 de noviembre de 2025). En este sentido creo que la piedad mariana debe ser sencilla, llena de confianza y afecto, pero a la vez bien fundamentada teológicamente. Un cristiano no puede renunciar a saber dar razones de su fe, sin que su piedad se resienta. La madurez en la piedad va acompañada siempre de una profundización en el conocimiento de la fe, de la biblia, la liturgia, etc.
P.-¿Qué diferencia hay en ver a María como “colaboradora” o “cooperadora” y en considerarla “mediadora de todas las gracias”?
R.-Creo que la clave está en ahondar en el principal de todos los títulos marianos, el de Madre de Dios, y entender en coherencia con ese privilegio mariano todo lo que digamos de María. Por ejemplo, enraizado en el misterio de la maternidad divina, el Concilio Vaticano II (cf. ‘Lumen gentium’, 53) enseña que María es también verdadera Madre de los hombres en el orden sobrenatural, porque coopera a la vida y al crecimiento espiritual de los fieles. La Virgen colabora con Cristo —en un plano siempre subordinado y dependiente de Él— en el nacimiento de los miembros de la Iglesia, y es por ello verdadera y propia Madre espiritual de cada uno de los fieles. No es que sea nuestra Madre, porque nos ama como si fuese nuestra Madre, sino que verdaderamente es Madre espiritual de los creyentes, como subraya la Nota del Dicasterio para la Doctrina de la fe.
Así, el amor a María nos ha de llevar siempre a su Hijo. En cambio, si entendiésemos que algún privilegio mariano no nos hablase directamente de Jesucristo, necesitaríamos profundizar para darnos cuenta de que hay algo que no estamos entendiendo bien.
P.-¿Cómo se puede rebajar cierta ‘mariolatría’ que podría desprenderse de quienes se aferran a estas concepciones erróneas de la Virgen?
R.-Todos vimos al papa Francisco rezar, durante la pandemia, ante la imagen de María Salus populi romani, a la que tanto quería. Esa advocación reconoce la protección materna de María llamándola nada menos que Salvación (Salus). Evidentemente, el lenguaje humano siempre es limitado y admite ciertas licencias, especialmente cuando se refiere a aspectos de la revelación y de la fe, y por eso nunca viene mal tomar conciencia de la necesidad de hilar fino y no caer en la superficialidad a la hora de explicar las cosas. El hecho de que la piedad y el amor de los fieles hacia la Virgen haya llevado, a lo largo de la historia, a engrandecerla con nombres muy elevados ha podido llevar en algunos casos a errores que corregir, pero no creo que haya fundamento para acusar a los católicos de mariolatría, ni siquiera cuando la honran con títulos como el de Salvación. No es algo incorrecto, aunque lógicamente hay que entenderlo bien. ¿Cómo no equivocarse en la forma en que se encauza la devoción? El camino más seguro será el de mantener las oraciones marianas más recomendadas por la Iglesia, como los formularios propios de María en el Misal o el Santo Rosario. Haciéndolo, nos sumamos a miles de hermanas y hermanos nuestros que han mantenido en la Iglesia la auténtica devoción a María y han logrado transmitir la fe que recibieron a su vez. Es una hermosa cadena que viene de tiempos de los apóstoles.