Canterbury (United Kingdom), 03/10/2025.- Dame Sarah Mullally delivers a speech after being named the first woman Archbishop of Canterbury in the Church of England's nearly 500-year history at Canterbury Cathedral in Canterbury, Britain, 03 October 2025. The Archbishop of Canterbury is the head of the Church of England and the spiritual leader of the worldwide Anglican faith. Mullally becomes the 106th Archbishop of Canterbury following the resignation of her predecessor, Justin Welby, in November 2024 over his failure to report prolific child abuser John Smyth. (Reino Unido) EFE/EPA/NEIL HALL
Algo está cambiando en Inglaterra, cuna del anglicanismo, cuando, cinco siglos atrás, Enrique VIII rompió con Roma al negársele la dispensa papal para divorciarse de Catalina de Aragón y casarse con Ana Bolena. Desde entonces, hablamos de una Iglesia históricamente pujante y que hoy cuenta con aproximadamente 100 millones de fieles en todo el mundo.
Sin embargo, diversos hitos recientes parecen mostrar que estamos ante una confesión en decadencia, al menos en su lugar de origen. El último de ellos es un informe de la Sociedad San Bernabé. Dirigido por Stephen Bullivant, profesor de la Universidad St Mary’s, en él se documenta que, entre 1992 y 2024, un 35% de todos los sacerdotes católicos ordenados en Inglaterra y Gales eran antes anglicanos. Tras abandonar estos su antigua confesión y convertirse al catolicismo, no se habrían conformado con ser laicos, sino que habrían dado el paso de ingresar en su clero. Concretamente, según el estudio, estaríamos hablando de “unos 700 clérigos”. Entre ellos, incluso, hay 16 ex obispos anglicanos.
Como se recalca, el fenómeno va directamente unido al proceso interno que, en las tres últimas décadas, además de la fuerte crisis de confianza por el impacto de la pederastia en ambientes clericales, han llevado a la Iglesia de Inglaterra a romper con la “tradición”, según sus sectores más conservadores. Lo que ha ocurrido al abrirse a las personas homosexuales y a las mujeres, que en estos años han accedido al sacerdocio y al episcopado. De hecho, se enfatiza en cómo, en 1994, tras las primeras ordenaciones sacerdotales femeninas, “se registró el pico más alto de conversiones”, ingresando ese año más de 150 clérigos anglicanos en la Iglesia católica.
Como hemos visto en las últimas semanas, además del trasvase hacia Roma, también se está viviendo un cisma interno. Todo tras la elección de una mujer, la obispa Sarah Mullally, como arzobispa de Canterbury. Desde el primer momento, hubo enérgicas reacciones en el seno de la Comunión Anglicana mundial contra su histórica matriz inglesa, especialmente en África y en Asia. Hasta el punto de que la Global Anglican Future Conference (GAFCON), que aglutina en un Consejo de Primados al 80% de los anglicanos a nivel mundial, oficializó su ruptura definitiva con Canterbury, rechazó el primado inglés y asumió que el legítimo “liderazgo” de la Comunión Anglicana les corresponde a ellos.
Ante esta realidad, la Santa Sede siempre ha buscado ser respetuosa, pero también ha ofrecido alternativas a quienes abandonaban el anglicanismo y querían adherirse al catolicismo. Así, en 2009, Benedicto XVI dio un paso significativo con la creación de una estructura especial para recibir a comunidades de anglicanos que, de modo colectivo, querían cambiar de confesión. Establecidos mediante la constitución apostólica ‘Anglicanorum Coetibus’, se trató de los ordinariatos.
Desde el primer momento tuvieron una buena acogida en todo el mundo. Y no fue menos en Inglaterra, donde en 2011 surgió Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, que, como contabiliza la Sociedad San Bernabé, contó “con más de 80 conversiones ese año”.
Simbólicamente, otros dos gestos recientes han tenido un gran impacto en el cristianismo inglés: la ceremonia en la que se consagró al cardenal John Henry Newman, converso anglicano, como Doctor de la Iglesia, y la visita del rey Carlos III, junto a su esposa Camilla (católica) al Vaticano, donde rezaron públicamente con León XIV en la Capilla Sixtina. Fue la primera vez que eso ocurría entre un pontífice y un monarca inglés desde el cisma de Enrique VIII. Sin duda, algo está cambiando en un país en el que, durante siglos, se persiguió con fuerza todo vestigio católico.