Antonia Marín y Melani Ruiz, de la HOAC y la JOC
Pese a que parecen haber caído en el olvido, en la España de Franco hubo muchos curas obreros que se ganaban el jornal trabajando en el campo, como taxistas, como albañiles… Pero, si la memoria colectiva les es esquiva, aún menos reivindicadas son las monjas obreras, que también las hubo. Una de ellas es Toñi Marín, madrileña javeriana de 81 años y perteneciente a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) desde la década de los 70.
De su infancia le quedó el eco de “una explotación muda y ciega” a su alrededor. Al ver cómo “muchos sufrían”, surgió en ella “una rebeldía y una ilusión por construir otro mundo más justo”. Entroncado esa vocación con su fe, ingresó en el noviciado javeriano. Pero fue más allá y, junto a otras compañeras, tras tres veranos en los que aceptaron la propuesta del obispo Jubany de trabajar en la Costa Brava en labores de hostelería (“ahí sufrimos una explotación muy grande”), a la vuelta a Madrid, “entré en la HOAC”.
En esos años de agitación, participó en varias manifestaciones. Pero sobre todo le marcó una decisión: “Entrar a trabajar como limpiadora en un laboratorio de Barajas. Lo he hecho hasta jubilarme, aunque lo curioso es que, el que iba a ser mi primer día, no trabajé… Y es que fue el 20 de noviembre de 1975. Estaba esperando al bus cuando nos dijeron que había muerto Franco y se suspendía todo”.
Para entonces ya vivía en Vallecas, donde hoy sigue residiendo: “Recuerdo que, cuando llegué junto a otras cuatro javerianas, vivíamos en una de las 12.000 chabolas que entonces había allí. Con el tiempo lo asfaltaron y pasamos del barro al barrio”. En esos años, “mientras había dos Iglesias, una con el régimen y otra situada al lado de los más desfavorecidos, yo estaba con la que buscaba un cambio estructural”.
Lo hacían tratando de “impulsar el movimiento asambleario en Vallecas junto a curas obreros como Carlos Jiménez de Varga, Julio Pinillos, Mariano Gamo o Julio Lois, así como con nuestro querido Alberto Iniesta, obispo auxiliar de Madrid. Además, “por las tardes, después de trabajar, cada una teníamos asignadas tareas como la alfabetización de los adultos, la promoción de la cultura, el fomento de la vecindad o la formación en derechos civiles, para lo cual siempre hemos buscado estar actualizadas en lo jurídico”.
Consciente de que “la lucha no termina nunca”, no se rinde: “Sigo peleando por la vida y comprometida con el mundo empobrecido”. Lo que plasma “acompañando a migrantes junto a Cáritas en la parroquia de Santa Irene. Ya antes trabajaba con este colectivo en una ONG con la que recogíamos en las parroquias ropa usada. Nos dirigíamos a personas sin papeles para poderles hacerles un contrato”.
Cincuenta años después de la muerte de Franco, la cordobesa Melani Ruiz, quien a sus 28 años es secretaria estatal de la Juventud Obrera Católica (JOC), percibe cómo nuestra sociedad sigue sin realizar un “ejercicio real y profundo de memoria histórica” respecto al franquismo. De hecho, “si lo hubiéramos hecho, quizás no estaríamos viendo cómo se rememora, incluso de forma positiva, parte de la simbología y las proclamas de aquel tiempo”. En ese sentido, “la Iglesia no está al margen” al postergar esa “revisión”. Y más cuando fue “una institución de poder”.
Puesto que “solo recordando podemos evitar repetir errores”, esta laica valora cómo, “en los últimos años, con Francisco y con el proceso sinodal, se ha hecho una autocrítica sobre los abusos de poder dentro de la Iglesia, que es donde están la raíz de muchos de nuestros males históricos”. Claro, “queda mucho por revisar, sin justificaciones”, pero “son pasos”.
Dentro de ese ejercicio histórico y de sanación, también argumenta que “la Iglesia no fue solo la jerarquía que legitimó el régimen… También estuvieron ahí los curas, religiosos y laicos que, en las sombras y asumiendo riesgos, estuvieron del lado del pueblo”. Como bien saben en la JOC y en el conjunto de los movimientos obreros católicos, “algunos aprovecharon la pequeña libertad que tenían para compartirla con los demás, abriendo sus parroquias a la organización sindical o a la defensa de los derechos humanos. Para mí, esa fue la verdadera Iglesia: la que no buscó poder, sino seguir el Evangelio y, con ello, estar del lado de la libertad”. Un compromiso por el que fue “reprimida”.
Así, “nunca es tarde para hacer una autocrítica profunda, que no es solo pedir perdón, sino valorar qué pasó y si algo puede cambiarse hoy. Debemos revisar siempre cómo actuamos: como la Iglesia de Cristo o como una estructura de poder. Creo que, en esto, algo se ha planteado, pero vamos despacio”. Sin olvidar que estamos ante una comunidad humana, viva, y “no homogénea, sino plural”.
De ahí que invite a que “en la Iglesia se rompa con el tabú a hablar del franquismo” y se camine “hacia una revisión honesta del pasado”. Lo que también pasa por contemplar las aristas y los grises: “Hemos aprendido a entender la historia de forma básica: la Iglesia actuó así porque había una persecución anticlerical y ello no permitió una reconciliación real… Pero no pasa nada si decimos que, como estructura, nos equivocamos; al contrario”.
La realidad es que no se reivindica que, desde el Vaticano II, la Iglesia fue rompiendo progresivamente con el régimen y hubo muchos curas obreros y laicos involucrados en movimientos sociales que, con Franco vivo, ya sembraban semillas de libertad y justicia social. Algo injusto, pues “rompieron con ese molde y mostraron otra forma de vivir el Evangelio. A algunos los encarcelaron o los fusilaron, y a muchos otros se les invisibilizó, que es lo peor a la hora de recordar. Hay que rebuscar para sacar esa información…”.
No es el caso de la JOC, donde “intentamos ser conscientes de que la historia del movimiento está marcada por esa época… Y es que sufrió los efectos del franquismo por tener una visión social y reivindicativa que cuestionaba al poder”.
En definitiva, para Ruiz urgen “gestos que demuestren que nos queremos centrar en ser una Iglesia más real, no necesariamente más grande o poderosa”.
Fotos: Jesús G. Feria / Vida Nueva.