América

Pobres con voz propia: cuando el aula es la mejor vacuna contra la exclusión

| 17/10/2025 - 04:57

  • El joven Jhoner relata cómo le han acompañado en sus estudios los escolapios de Lima
  • Vida Nueva personaliza las realidades eclesiales que aborda la exhortación papal ‘Dilexi te’
  • EDITORIAL: La opción preferencial de todos





Ríete tú de quienes miran al cielo esperando que les caiga una mitra y hacen de las suyas con tal de colarse en una terna para llevarse un báculo para casa. Tendrían que haber conocido a un presbítero de Peralta de la Sal. Se plantó en el Vaticano para comérselo. Pero se topó con el Trastevere, que no era ese entramado de callejuelas evocador donde los turistas buscan su posado impecable para hacerse con un like. Aquello pintaba peor que un slum o la Villa 1-11-14. Los chavales que por ahí deambulaban le robaron sus aspiraciones y se las cambiaron por el Evangelio de los pobres que recoge el Papa agustino en ‘Dilexi te’. Al repasar cómo la Iglesia ha hecho de la educación un arma clave en favor de la igualdad y la justicia social, se detiene en primer lugar en cómo “en el siglo XVI, san José de Calasanz, impresionado por la falta de instrucción y formación de los jóvenes pobres de la ciudad de Roma, en unas salas anejas a la iglesia de Santa Dorotea en el Trastevere, creó la primera escuela pública popular gratuita de Europa”.



Hoy ese rincón donde los chavales se dignifican a través de un aula escolapia se llama Ñaña. En la periferia de Lima, se encuentra el colegio Fe y Alegría 41 – Calasanz, que sale al rescate de los últimos. “El Trastevere de acá, de Ñaña, es mucho más precario, porque es un asentamiento migrante, donde las familias buscan sobrevivir en casas levantadas con unas tablas de madera y un techo con unas tiras de uralita”, comenta el escolapio Lizardo Yumble, que certifica las dificultades para acceder a escolarización, con la tentación latente del absentismo en cada esquina. “No solo les ayudamos para poder estudiar, sino que les damos el desayuno y el almuerzo a muchos de ellos, mientras sus padres viven al día, vendiendo en la puerta de la escuela lo poco con lo que pueden comerciar”, detalla el sacerdote, que lleva tres años en esta obra, después de estar destinado en Ecuador.

Entre estos niños y jóvenes se encuentra Jhoner. “Su familia vivía a unas cinco cuadras de la escuela, en una zona rocosa. Vinieron del campo para intentar prosperar, pero pronto se dieron cuenta de que mudarse a la capital no era una buena opción porque no hay tantas oportunidades como se imaginaban”, relata el religioso, que elogia el esfuerzo tanto de su madre como de su padre para sacar adelante a sus hijos a través del reciclaje, de la venta ambulante… “Desde que los padrecitos aparecieron en mi vida, me han ayudado muchísimo, en especial Lizardo, porque han apostado por mí y por mi familia”, corresponde Jhoner, que valora especialmente “el acompañamiento personal y espiritual”.

“Es un héroe”

Los escolapios hicieron lo imposible para que Jhoner continuara sus estudios de primaria y secundaria. Y lo lograron, pero la situación económica llevó a sus padres a retornar a su región originaria hace un año, en Cajamarca. Pero la familia calasancia no les abandonó. “Les ayudamos a comprar un terrenito y a levantar su casa. Eso ha posibilitado que Jhoner pueda seguir estudiando ahora que tiene 16 años”, apunta Lizardo, que considera que el joven es un héroe: “Tiene una hora y media de ida y vuelta a pie para ir a clase y no se rinde nunca. Es muy valiente”.
Por todo ello, Lizardo agradece emocionado la referencia papal en ‘Dilexi te’: “Se van las lágrimas al ver que reconoce la herencia que hemos recibido de creer en la educación como el motor que cambia todo”.

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