“No venimos a repetir una rutina, sino a renovar el corazón… Coloquemos ese ánimo que el Señor nos invita a tener como brújula de nuestra historia”, dijo el obispo de Arica a cientos de peregrinos
El santuario de Nuestra Señora de Rosario de Las Peñas está en la quebrada de Livilcar, junto al río San José, a unos 70 kilómetros de Arica y a más de 1.200 metros de altura, en la Cordillera de Los Andes.
Se llega por un camino que permite el tránsito de vehículos hasta Chamarcusiña, desde donde aún faltan 20 kilómetros que deben hacerse caminando o en mulas, por senderos que bordean quebradas, cruzan ríos, sitios arqueológicos y poblados tales como Sinahualla, Apacheta, Humagata, donde aún viven sus habitantes indígenas. Es una de las rutas de peregrinaje más extrema del mundo. Hasta allí llegan miles de peregrinos procedentes del sur de Perú, la cercana Bolivia, el norte de Chile, al menos.
Su origen es leyenda. Algunas versiones señalan que en 1700 ya había santuario, a partir 1840 ya existen referencias oficiales. El templo data de 1910. Sin embargo, sus raíces podrían remontarse a fines del siglo XVI o comienzos del XVII. La imagen de la Virgen de las Peñas se encuentra tallada en la roca, mide más de medio metro y, como está en sobre relieve, se le puede vestir.
La fiesta se celebra el primer domingo de octubre y el 8 de diciembre de cada año durante 3 días. A fines del siglo XIX, se inició la participación de bailes, grupos organizados que se preparan durante el año para participar en las fiestas. Al comienzo eran suaves y participaban los músicos tocando instrumentos de viento, de origen andino. En los años 40 fueron fuertemente influenciados por la Fiesta de La Tirana, del interior de Iquique, y el Carnaval de Oruro, en Bolivia, en los que los bailarines ejecutan complicada coreografía con salto que impiden tocar los instrumentos musicales. Por ello, los músicos van aparte ahora con grandes tambores e instrumentos de viento de bronce. Ahora hay bailes ‘de Paso’, ceremoniosos, lentos; y ‘de Salto’ con pasos más acrobáticos.
Las ceremonias de las compañías de baile empiezan en la Víspera, a las cinco de la mañana, con la “Llegada”: el saludo a la Virgen que hace la Compañía con su Caporal, sin trajes de baile, sino que vestidos con ropa normal en señal de su calidad de peregrino-caminante.
Como cada año, este primer fin de semana de octubre, una multitud proveniente de distintos puntos de Arica, Perú y Bolivia afrontaron el desafiante trayecto hacia la quebrada de Livilcar, entre cerros, rocas y caminos empinados. El sacrificio físico y espiritual de los peregrinos se convirtió en una expresión de amor profundo y devoción sincera. Rasgos que dan a esta peregrinación una fuerte dimensión penitencial.
Los peregrinos y las decenas de Bailes fueron acogidos por el obispo de Arica, Moisés Atisha, quien les acompañó durante los 3 días. En la Eucaristía de las Vísperas, al anochecer del sábado, el obispo recordó que “Somos peregrinos incluso cuando dormimos, y peregrinar también tiene de temor, de duda, de incertidumbre. Es allí donde Dios llena ese espacio con su paz…”.
El obispo destacó el valor de la fe peregrina como un camino de esperanza y renovación del corazón: “No venimos a repetir una rutina, sino a renovar el corazón… Coloquemos ese ánimo que el Señor nos invita a tener como brújula de nuestra historia”.
Agregó que nadie camina solo, sino que lo hace de la mano de Dios y acompañado por la Virgen, la mujer de la confianza, momento en que Arica
Al concluir la celebración, Atisha señaló que la comunidad ariqueña y peregrina regresa a sus hogares con el corazón lleno de gratitud y alegría, sabiendo que, en este tiempo jubilar, hemos caminado en presencia del Señor. Porque cuando se peregrina con fe, el camino mismo se transforma en bendición.