El Papa ha presidido este domingo la Eucaristía en la parroquia de Santa Ana, recordando que la justicia y la paz nacen de corazones liberados del afán de acaparar
León XIV celebra misa en la parroquia de Santa Ana
La parroquia pontificia de Santa Ana, en la entrada del Vaticano, ha sido el escenario en el que el papa León XIV ha presidido la Eucaristía este domingo. Allí, el Pontífice ha recordado que en esta parroquia, que se sitúa en el umbral físico de la Santa Sede, debe sentirse un signo de apertura: “Ojalá cada uno experimente que aquí hay puertas y corazones abiertos a la oración, a la escucha y a la caridad”.
Con gratitud hacia los religiosos agustinos que sirven en la parroquia, León XIV se detuvo durante su homilía en el Evangelio del día, donde Jesús plantea que “ningún siervo puede servir a dos señores… no podéis servir a Dios y a la riqueza”. Para el Papa, no se trata de una opción pasajera, “revisable según las circunstancias”, sino de “elegir dónde poner nuestro corazón, de aclarar a quién amamos sinceramente, a quién servimos con dedicación y cuál es verdaderamente nuestro bien”.
Por este motivo, el Papa alertó contra la sed de bienes que se apodera del alma, subrayando que “la sed de riqueza corre el riesgo de ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón”. Y añadió que esta lógica “transforma al prójimo en un competidor, en un rival o en alguien de quien sacar provecho”.
En la misma línea, lanzó un mensaje social y político: “Hoy, en particular, la Iglesia reza para que los gobernantes de las naciones estén libres de la tentación de usar la riqueza contra el hombre, convirtiéndola en armas que destruyen a los pueblos y en monopolios que humillan a los trabajadores”.
León XIV ha continuado su homilía recordando que “quien sirve a Dios se libera de la riqueza, pero quien sirve a la riqueza queda esclavizado por ella”. De ahí brota también la justicia evangélica: “Quien busca la justicia transforma la riqueza en bien común; quien busca el dominio transforma el bien común en presa de su avidez”.
“Pueblos enteros son hoy aplastados por la violencia y aún más por una descarada indiferencia que los abandona a un destino de miseria”, recordó el Papa, señalando, en este sentido, el compromiso de la Iglesia: “Frente a estos dramas, no queremos ser pasivos, sino anunciar con palabras y obras que Jesús es el Salvador del mundo”.