España

La bienaventuranza de los últimos en la escuela pública

| 05/09/2025 - 04:47





El 10 de septiembre regresan a las aulas los 103 alumnos del Colegio María de la O, en Málaga. Sus maestros y su equipo directivo los llevan esperando semanas. Este centro público de Educación Infantil y Primaria es el único de Asperones, una barriada aislada que concentra a un buen número de familias en situación de exclusión social. “Estamos rodeados de lo que nadie quiere: el cementerio, que son los restos humanos; el vertedero, los restos de basura, y los desguaces, donde van a parar los coches abandonados”, cuenta Patxi Velasco, su director.



El dibujante, conocido más allá de nuestras fronteras por su segundo apellido, Fano, ilustra el Evangelio cada domingo, y sus interpretaciones sirven para rezar a mayores y pequeños en todo el mundo. Sin embargo, pocos conocen que su arte viene, precisamente, de su labor en este barrio de la periferia. “Muchos de mis dibujos nacen de ese profesor de Religión que tiene que explicar cosas bonitas de Dios a gente muy, muy sencilla. Para hacerlo empecé a dibujar. Me encanta contarlo para que se sepa que los pobres hacen cosas preciosas que han servido para todo el mundo”.

Mayoría gitana

El 95% de la población de Asperones es de etnia gitana. El asentamiento fue creado de modo transitorio para acoger a familias que vivían en chabolas y corralones de zonas que fueron reurbanizadas. “Prometieron que no tardarían más de tres años en incorporarlos a la ciudad, pero ya llevan allí 38. Por definición, esto es un gueto, una vergüenza y una discriminación. El papa Francisco hablaba de Lampedusa como un sufrimiento evitable, y eso es exactamente lo que se vive aquí: un sufrimiento injusto y evitable por una mala decisión administrativa”, se lamenta.

Y es que, “entre quienes lo habitan, hay mucho deterioro, hacinamiento, vulnerabilidad, mucho dolor… Los 80 y 90 fueron años de mucho impacto de la droga. La gente se vio sumida en culturas de cárcel… Ahora vamos mejorando en algunas cosas, pero empeorando en otras, como en salud mental o en absentismo escolar”.

En ese desierto, son pocos, pero hay algunos oasis de esperanza. Uno de los más frondosos, el colegio. Comenzó a funcionar al poco de poblarse la zona como un centro de compensatoria, de los calificados como de difícil desempeño. “Cuando rellenas tu solicitud en el sistema, te salta en rojo esta pregunta: ‘¿Seguro que quieres solicitar este centro?’. así que sí, quien viene lo hace con mucha vocación y una implicación extra con su trabajo. Algunos, como yo, tienen plaza en un cole al lado de su casa, pero año tras año piden comisión de servicio y renuevan su compromiso personal con el barrio viniendo a enseñar aquí”, desvela Fano.

Una amiga misionera

Su llegada al cole de Asperones no fue casual. Su fe, indisolublemente unida a su vocación, le marcó el destino. “Yo iba para Historia, pero una amiga misionera me metió el gusanillo de la rama de Magisterio que trabaja la pedagogía terapéutica para atender a niños con problemas físicos, intelectuales o sociales. A punto de echar la matrícula, cambié los papeles. Lo hice por servicio, motivado por el testimonio de esta chica”. Al terminar la carrera, el centro ofertaba plazas de prácticas que costaba llenar, y el dibujante y su pandilla de compañeros en la Universidad, movidos por ese deseo de hacer el bien, lo solicitaron.

Los siguientes pasos de Patxi fueron en la escuela de verano del cole, luego como monitor de comedor y más tarde como profesor de Religión. Cuando aprobó las oposiciones, fue reclamado por la directora y en la actualidad ha completado ya 24 años de trabajo allí. Como destaca, “con el esfuerzo de muchas personas, han cambiado muchas cosas. Al principio, había duchas en el centro para asear a los niños, se les despiojaba y se les vacunaba. Ahora ya la gente va al centro de salud, se ha normalizado todo eso. Hace diez años, nuestro trabajo tenía una dimensión asistencial que gracias a las ayudas, a programas como el Proinfancia de La Caixa y al esfuerzo educativo y social, va menguando. Recuerdo que yo compraba zapatos para los alumnos y celebrábamos cumpleaños porque no lo hacían en casa”. El educador y artista admite que “es verdad que todavía queda mucho por hacer. Seguimos apartados, hay mucha exclusión y marginación, pero también hay logros que es de justicia reconocer”.

Una muestra es el mural de las estrellas, en una de las paredes del colegio. En él aparecen los nombres, como en un paseo de la fama, de aquellos que han obtenido éxitos para demostrar que sí se puede. “Para algunos, el éxito puede ser tener un cochazo o ganar dinero jugando al futbol o cantando. Para nosotros, el éxito es acabar los estudios. Empezamos con ocho estrellas y ya hemos superado las 100. Y tenemos estrellas doradas, que son universitarias. Lo que buscamos es poner en valor al que se esfuerza, al que trabaja”, concluye.

Fotos: Málaga Hoy.

Noticias relacionadas