El Papa preside la misa del domingo en la parroquia pontificia de San Tomás de Villanueva de la villa papal y alerta de que la compasión “nos provoca contra el riesgo de una fe acomodada”
La parroquia pontificia de San Tomás de Villanueva de Castel Gandolfo ha vuelto a recibir a un papa este domingo, a las 10 de la mañana. León XIV ha celebrado la misa con la comunidad cristiana de la población que le acoge durante el descanso estival. La parroquia, regentada por los agustinos hasta 1926 –y desde entonces, por decisión de Pío XI, por los salesianos– es, en origen, la capilla palatina de los papas y fue impulsada por el papa Alejandro VII y proyectada y construida por el genio de Gian Lorenzo Bernini. Ahora, de nuevo, un agustino ha vuelto al lugar y ha sido acogido con la mayor de las atenciones por parte de los feligreses que han llenado el templo parroquial situado en la plaza frente al Palacio Apostólicos.
El Papa ha utilizado las oraciones del propio domingo del tiempo ordinario y ha estado acompañado por el cardenal Michael Czerny y el obispo local, el de la diócesis de Albano, Vincenzo Viva, o el rector mayor de los salesianos Fabio Attard y el párroco Taddeo Rozmus. En su homilía, León XIV, a partir de la parábola del buen samaritano, destacó que “este relato sigue desafiándonos también hoy, interpela nuestra vida, sacude la tranquilidad de nuestras conciencias adormecidas o distraídas y nos provoca contra el riesgo de una fe acomodada, ordenada en la observancia exterior de la ley, pero incapaz de sentir y actuar con las mismas entrañas compasivas de Dios”.
Comentando la parábola desde la clave de la compasión, destacó que “la mirada hace la diferencia, porque expresa lo que tenemos en el corazón: se puede ver y pasar de largo o bien ver y sentir compasión. Hay un modo de ver exterior, distraído y apresurado, un modo de mirar fingiendo que no se ve, es decir, sin dejarnos afectar ni interpelar por la situación; y hay un modo de ver, en cambio, con los ojos del corazón, con una mirada más profunda, con una empatía que nos hace entrar en la situación del otro, nos hace participar interiormente, nos toca, nos sacude, interroga nuestra vida y nuestra responsabilidad”, apuntó.
Y es que para el Papa, la mirada compasiva de Dios es para que “nosotros aprendamos a tener sus mismos ojos, llenos de amor y compasión hacia los demás”. Así, Jesús “ha mirado a la humanidad sin pasar de largo; con ojos, corazón y entrañas de conmoción y compasión”. “Dios nos ha mirado con compasión, Él mismo ha querido recorrer nuestro camino, descendió en medio de nosotros y, en Jesús, buen samaritano, ha venido a sanar nuestras heridas, derramando sobre nosotros el aceite de su amor y de su misericordia”, insistió citando el mensaje del papa Francisco de que “Dios es misericordia y compasión”.
“Cristo es manifestación de un Dios compasivo. Creer en Él y seguirlo como sus discípulos significa dejarse transformar para que también nosotros podamos tener sus mismos sentimientos; un corazón que se conmueve, una mirada que ve y no pasa de largo, dos manos que socorren y alivian las heridas, los hombros fuertes que se hacen cargo de quien tiene necesidad”, invitó a la vez que propuso “volver al propio corazón para descubrir que precisamente allí Dios ha escrito su ley del amor”. “Sanados y amados por Cristo, nos convertimos también nosotros en signos de su amor y de su compasión en el mundo”, añadió.
“Hermanos y hermanas, hoy se necesita esta revolución del amor”, interpeló. Para ello invitó a sumergirse en el camino “que recorren todos aquellos que se hunden en el mal, en el sufrimiento y en la pobreza; es el camino de tantas personas agobiadas por las dificultades o heridas por las circunstancias de la vida; es el camino de todos aquellos que “se derrumban” hasta perderse y tocar fondo; es el camino de tantos pueblos despojados, estafados y arrasados, víctimas de sistemas políticos opresivos, de una economía que los obliga a la pobreza, de la guerra que mata sus sueños y sus vidas”.
Y, desde ahí, pasar a la acción ya que, lamentó el Papa, “a veces nos contentamos solamente con hacer nuestro deber o consideramos como nuestro prójimo sólo a quien es de nuestro círculo, a quien piensa como nosotros, a quien tiene la misma nacionalidad o religión; pero Jesús invierte la perspectiva presentándonos un samaritano, un extranjero y herético que se hace prójimo de aquel hombre herido. Y nos pide que hagamos lo mismo”. Así, concluyó invitando a “ver sin pasar de largo, detener nuestras carreras ajetreadas, dejar que la vida del otro, sea quien sea, con sus necesidades y sufrimientos, me rompan el corazón. Esto nos hace prójimos los unos de los otros, genera una auténtica fraternidad, derriba muros y vallas. Y finalmente el amor se abre camino, volviéndose más fuerte que el mal y que la muerte”.