Después de más de año y medio de ofensiva israelí en Gaza, la comunidad internacional empieza a levantar la voz ante lo que cada vez más mandatarios califican de “genocidio”. Tanto por el índice de víctimas, que estarían en torno a los 54.000 muertos y 123.000 heridos, como por la situación de hambruna a la que se tiene sometida a la población que malvive en la franja palestina, permitiendo solo en los últimos días el Gobierno de Benjamin Netanyahu que entre algo de ayuda exterior, aunque totalmente insuficiente.
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La situación es de tal gravedad que, si hasta ahora, las críticas en la Unión Europea no habían ido más allá de vacías declaraciones de condena, esta semana ha tenido lugar una cumbre en Madrid, organizada por el Gobierno de España, en la que representantes de 20 países europeos y árabes coincidieron en que es la hora de adoptar “gestos” concretos; lo que pasaría por “el embargo de armas” a Israel y la interrupción del “comercio” con Tel Aviv a varios niveles, así como la puesta en marcha de “sanciones” a título individual. Otra cosa es que luego se apliquen, como demuestra el hecho de que sobre Netanyahu pese una orden de detención internacional decretada por el Tribunal de La Haya y este haya pisado suelo europeo sin ninguna consecuencia.
Horror en el Complejo Médico Nasser
A nivel eclesial, estos días ha resonado con fuerza la denuncia del franciscano egipcio Ibrahim Faltas, vicario de la Custodia de Tierra Santa. En un artículo publicado este 26 de mayo en Vatican News, ha relatado el desgarro que, unos días antes, se vivió en el Complejo Médico Nasser, un hospital del sur de Gaza. De pronto, Alaa, una de las médicas que “han ayudado y salvado a muchos niños durante estos largos meses de guerra, a pesar de la falta de equipos y medicinas”, se encontró con que su vida se había roto por completo. Su casa había sido atacada con dos misiles mientras sus diez hijos y su marido (también médico en el hospital) estaban dentro.
Como relata el religioso, “el nombre del único superviviente de los hermanitos que murieron en Gaza es Adam. Se quedó solo: sus nueve hermanitos perdieron la vida de forma trágica y violenta”. Solo llegaron al hospital con vida, aunque “en estado grave”, el niño y su padre, Hamdi. Alaa, explica, “estaba de guardia cuando llegaron las ambulancias para trasladar a su familia, destrozada en sus cuerpos y en sus espíritus. Dos padres amorosos de diez hijos, médicos generosos y competentes de niños enfermos y heridos, a quienes la violencia de la guerra ha privado de su bien más preciado”.
¿Los parió ya como enemigos?
De ahí la reflexión en voz alta de Faltas: “La madre de Adam le dio la vida a él y a otras nueve criaturas. ¿Los parió ya como enemigos de alguien o de algo? Esa madre, cuando se pone la bata de laboratorio, ¿salva y cura a otros niños, ayuda a vivir a posibles enemigos de alguien? ¿Por qué? En Gaza, la vida tiene el mismo valor que la vida de todos los seres humanos que habitan el mundo. La vida de los niños nacidos en Gaza no está contaminada por el odio, como no lo está la vida de cada criatura nacida en el resto del mundo. La violencia corroe el corazón de la humanidad como el ácido más poderoso. El odio sembrado durante demasiado tiempo ha echado raíces y debe ser erradicado cuanto antes y por cualquier medio”.
Por ello, “quienes creen que está bien matar a niños y bebés en Gaza porque los consideran enemigos, no conocen el bien. Los niños, todos los niños, cuando se les quiere, cuando se les protege del odio, cuando se defienden sus derechos, se convierten en hombres y mujeres de paz”.
Escapar entre las llamas
Con un profundo pesar, lamenta cómo esta es una historia de muchas. Como la que acaba de conocer “esta mañana”, cuando “un ataque aéreo ha alcanzado una escuela y un vídeo muestra a una niña intentando escapar entre las llamas que están a punto de envolverla”.
“Niños sin culpa” y “a los que alguien considera enemigos a los que hay que eliminar”. Eso es lo que hoy ocurre en Gaza, donde “la edad más bella y verdadera de la vida está mancillada por la inmoralidad de la violencia y lo absurdo del odio”. Eso sí, queda esperanza. La que encarnan las mujeres, que son “tejedoras de paz”, pues “no se resignan al mal, buscan curar y proteger, saben gestionar los recursos y las relaciones, y no dejan de dar amor verdadero, el que no muere de indiferencia ni de olvido”. Así, “mamá Alaa seguirá dando amor, ayuda y cuidados a otros niños. Lo hará sin dejar de tejer la paz. Su corazón de madre está herido, pero aún le queda mucho espacio para recibir amor y difundir la paz”.
La esperanza se desvanece
También en declaraciones al portal vaticano, Gabriel Romanelli, sacerdote argentino que pastorea la Parroquia de la Sagrada Familia y que recibía a diario la llamada del papa Francisco para saber cómo estaba su gente, se muestra devastado. Y es que observa cómo “la esperanza se desvanece” y la población “se siente considerada y tratada como objetos, no como sujetos con derechos”.
De este modo, “más que la falta de alimentos, de agua potable, de medicinas, más que el peligro para nuestra seguridad, me preocupa que no se pierda la esperanza. La esperanza de que esta maldita guerra termine, de que regrese la paz, de que podamos permanecer en esta tierra y reconstruir los hogares destruidos, de que nuestra pequeña y resiliente comunidad cristiana pueda seguir siendo testigo del Resucitado”.