No estaba en las quinielas de Trump, que se quiere a él o a Timothy Dolan como futuro papa. Pero hay figuras que llegan a Roma en silencio y, casi sin hacer ruido, se convierten en imprescindibles. El cardenal Robert Francis Prevost es una de ellas. Nacido en Chicago, pero con alma profundamente latinoamericana, este agustino de 69 años ha emergido como uno de los nombres clave en el tablero sucesorio del Vaticano. De hablar pausado, mirada afable y convicciones firmes, es de esos líderes que prefieren construir desde dentro antes que buscar los focos. Unos focos que, sin embargo, ya le han encontrado.
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Prevost es un hombre muy discreto. Rara vez concede entrevistas y evita a toda costa el protagonismo mediático. Sus hermanos agustinos lo definen como sereno, templado. Sin embargo, desde que el papa Francisco lo nombró prefecto del Dicasterio para los Obispos en 2023 —el organismo que elige y nombra a los nuevos obispos de todo el mundo—, Prevost se ha convertido en una figura de peso dentro del núcleo de decisiones más delicadas del Vaticano. Y no es casualidad. Francisco no solo le puso al frente de uno de los departamentos más estratégicos de la Curia; también le hizo cardenal en tiempo récord y se aseguró de integrarle como miembro de Doctrina de la Fe.
Misión en Perú
Pero su historia no comienza en Roma. En la década de los 80, Prevost fue enviado como misionero agustino al norte de Perú, a la diócesis de Chulucanas. Allí vivió más de una década, entre pobreza y fe viva. Es en ese contexto de misión donde forjó su visión de Iglesia. Después, fue superior general de los agustinos durante dos mandatos (2001–2013), y luego volvió a Perú como obispo de Chiclayo. Allí mantuvo ese mismo estilo: pastor sencillo, cercano, con oído fino para detectar líderes locales y formar nuevas vocaciones. Cuando Francisco lo llamó a Roma, ya tenía claro que no quería simplemente un gestor. Quería estar más allá de los despachos.
Su designación como prefecto de Obispos fue interpretada por muchos como una clara señal del Papa: la reforma no solo debía continuar, sino enraizarse en los nuevos liderazgos. Por ello, no han sido pocas las críticas que han surgido contra su figura de cara al cónclave que se avecina. Los reproches: cierta tibieza doctrinal, especialmente por su apertura a procesos de escucha en torno a temas delicados como el rol de la mujer o el acompañamiento a personas LGTBI. Aunque la realidad es que él rara vez entra en debates públicos.