La basílica de San Pedro continúa celebrando, una vez al día –y durante nueve días–, una misa por el papa Francisco. Hoy, ha sido el cardenal Leonardo Sandri, vicedecano del colegio cardenalicio, quien ha presidido esta celebración.

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“¡Cristo ha resucitado!”, ha dicho en su homilía. “Con más emoción aún, en una celebración del sufragio como la de los Novendiali, cantamos el Aleluya pascual, aquel canto que resonó en la voz del diácono ‘Nuntio vobis gaudium magnum quod est Alleluia’, también en esta Basílica que momentos antes de la Vigilia había sido visitada por el Santo Padre Francisco. Pensamos que inconscientemente se disponía a cruzar otro Mar Rojo, otra noche que la Resurrección de Cristo nos permite llamar bienaventurada, aquella noche de la que se dice ‘et nox sicut dies illuminabitur'”.

“Dentro de unos día”, ha continuado Sandri, “el cardenal protodiácono utilizará una fórmula similar, anunciando a la Iglesia y al mundo el gaudium magnum de tener un nuevo Papa”. Y es que “solo partiendo de la experiencia pascual de Cristo encontramos sentido al ministerio del Sucesor de Pedro, llamado en todo momento a vivir las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio: ‘Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos'”.

Leonardo Sandri

Grandes etapas

Asimismo, Sandri ha recordado que en la bula de invocación del Jubileo, el papa Francisco indicó “un sueño para el que debemos prepararnos y que será confiado al nuevo Pontífice: ‘este Año Santo guiará el camino hacia otro aniversario fundamental para todos los cristianos: en el año 2033, se celebrarán los 2000 años de la Redención realizada a través de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús'”, ha recordado el cardenal. “Nos encontramos, pues, ante un camino marcado por grandes etapas, en las que la gracia de Dios precede y acompaña al pueblo que camina celosamente en la fe, activo en la caridad y perseverando en la esperanza”.

En este sentido, y de cara a la próxima celebración, “espiritualmente todos nos convertiremos en peregrinos en los caminos de Tierra Santa, en Jerusalén, para proclamar al mundo desde el Santo Sepulcro -con la esperanza de poder hacerlo con todos los hermanos y hermanas que el bautismo ha consagrado: ‘El Señor verdaderamente ha resucitado'”.