El 15 de diciembre de 2024, el Santo Padre, fallecido hoy, realizó una visita exprés a la isla francesa en el que fue su 47º viaje apostólico. Allí participó en el congreso sobre religiosidad popular, se reunió con el clero local y celebró la Misa en presencia de 7.000 fieles. Fue la primera visita de un pontífice a la capital, Ajaccio.
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En este viaje de un solo día, recorrió con el papamóvil las calles de la capital donde se agolparon miles de personas para saludarlo con entusiasmo. A la hora de elegir este destino, a Francisco le atrajo la profunda devoción popular en Córcega, donde aún persisten tradiciones católicas como las cofradías, existen numerosos santuarios y parroquias y un importante culto a la Virgen, ‘a Madonnuccia’, que según la tradición protegió la isla de la peste cuando aún se encontraba bajo el dominio genovés. En Córcega, el 80 % de sus cerca de 350.000 ciudadanos se consideran católicos y hay más de 430 parroquias.
La importancia de la religiosidad popular
El Papa clausuró en Córcega el congreso ‘La religiosidad popular en el Mediterráneo’, reivindicando la piedad popular como forma de mostrar a Dios en la historia, con gestos simples y lenguajes simbólicos. En el acto, también alertó de su instrumentalización por parte de algunos grupos para fortalecer su identidad, alimentando “particularismos, antagonismos y posturas o actitudes excluyentes. Es algo que nos interpela a todos, en particular a los pastores, para vigilar, discernir y promover una atención continua hacia las formas populares de la vida religiosa”, aseguró.
Francisco aprovechó para recordar que “la fe no es un hecho privado” y se refirió a su “privatización” como algo “herético”: muy al contrario, es algo que “sale del sagrario de la conciencia, pero, si quiere ser plenamente fiel a sí misma, implica un compromiso y un testimonio hacia todos”. De ahí que, junto a las procesiones y la oración comunitaria del rosario estén “las actividades caritativas de las cofradías”, completando un conjunto que caracterizó como “ciudadanía constructiva”.
En este país, en que se defiende fuertemente la laicidad del Estado, el Papa indicó “la necesidad de desarrollar un concepto de laicidad que no sea estático y rígido, sino evolutivo dinámico, capaz de adaptarse a situaciones diversas o inesperadas y de promover la colaboración constante entre las autoridades civiles y eclesiásticas permaneciendo cada uno dentro de los límites de sus propias competencias”.
Además, en este día también tuvo lugar el encuentro con obispos, sacerdotes, vida consagrada, diáconos y seminaristas, a quienes Francisco hizo hincapié en la importancia del “cuidado” con estas palabras: “¡El ministerio cansa! Hay que tenerle miedo a esas personas que están siempre activas, siempre en el centro, que quizá por demasiado celo nunca reposan, nunca toman una pausa para sí mismos”. A ellos, les instó a centrar su vida y servicio en Dios y no en la vanidad. Les pidió también cuidar tanto de sí mismos como de los demás, equilibrando la vida ministerial con oración, descanso y fraternidad, evitando las quejas y la envidia.
Una homilía sobre la esperanza
Tras participar en el congreso y reunirse con los religiosos, celebró misa en la Place d’Austerlitz, en recuerdo a un antiguo edificio, lugar donde, según la tradición, Napoleón iba a jugar cuando era niño.
En la homilía, al comentar el Evangelio del tercer domingo de Adviento, el pontífice subrayó la importancia de la espera, destacando en este punto “la ansiosa y la desconfiada y la espera gozosa”. La primera es un modo de situarse lleno de desesperanza y ansiedad, de falta de fe y esperanza en la Providencia. “La angustia siempre nos arruina. No estén angustiados, desilusionados, tristes. ¡Cuán difundidos están hoy estos males espirituales, especialmente donde se propaga el consumismo!” Tal y como dijo el Santo Padre, frente a esta falta de ilusión está la espera gozosa: “Nuestra alegría no es una consolación ilusoria para hacernos olvidar las tristezas de la vida. No, no es una consolación ilusoria. Nuestra alegría es fruto del Espíritu Santo por la fe en Cristo Salvador, que llama a nuestro corazón, liberándolo de la tristeza y del aburrimiento”, dijo Francisco.
Antes de abandonar Córcega para volver al Vaticano, el Santo Padre no quiso dejar pasar la oportunidad de tener un encuentro en privado con el Presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, como colofón de despedida. Una vez ya a bordo del avión, Su Santidad envió un telegrama al Jefe de Estado, en el que le expresó su agradecimiento y le envió sus saludos, asegurándole sus oraciones: “Que el Señor conceda a vuestro país prosperidad, unidad y armonía”.