“Quien hace voto de enseñar lo hace también de aprender”. Es una máxima de los discípulos más aventajados de Calasanz que el educador Pedro Aguado asume como propia ahora que el Papa le encomendado ser obispo de las diócesis de Huesca y Jaca. Este bilbaíno de 67, frena en seco su tercer mandato como superior general de la Orden de las Escuelas Pías. Deja de servir a una ‘multinacional’ presente en 40 países que educa a 138.000 niños y jóvenes para pastorear en la España vaciada.
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PREGUNTA.- Dicen que el 30% de los candidatos a obispos, rechazan serlo. ¿Estuvo tentado a decir ‘no’?
RESPUESTA.- Lo pensé mucho. Cuando el nuncio me llamó y me dijo lo que el Papa había decidido, pedí varios días para pensarlo. Aceptó, lo cual me alegré. Después de pensar durante ese tiempo, fui a visitarlo y hablé largamente con él. No encontré ninguna razón fuerte que me hiciera negarme a una petición de Francisco. Pensé que nuestro fundador Calasanz no se negaría a una petición del Papa y entonces acepté. En esa clave lo recé y discerní.
P.- Deja colgados a los escolapios a mitad de sexenio…
R.- Lógicamente me cuesta dejar mi servicio de la orden, porque es mi vocación. He estado dieciséis años como superior general. Ahora vendrá otro después de mí, que lo hará también lo mejor que pueda, como yo lo he intentado hacer. Lo que me cuesta, sobre todo, es dejar de vivir diariamente en un contexto escolapio, porque es mi vocación. Eso me imagino que es lo que más echaré de menos. Pero lo sabré cuando lo viva. Mi vocación es una vocación escolar de vida religiosa, de misión entre los niños y jóvenes. Lo que la iglesia me pide ahora es la misión de un obispo: un tipo de vida distinto, un tipo de dedicación diferente. No pierdo mi identidad ni lo que yo soy, pero sí sé que en el contexto y la vida van a ser diferentes.
P.- ¿Lema episcopal?
R.- Todavía no lo he pensado. Me voy a ir una semana de reflexión para prepararme espiritualmente y ahí lo abordaré.
P.- Así que no hablamos de programa de gobierno…
R.- Mal obispo sería si llegara con un programa bajo el brazo a un lugar que no conozco. El único programa posible es escuchar y entender la realidad, hablar mucho con las personas y comprender los dinamismos sinodales. Obviamente tengo mis convicciones sobre la Iglesia que necesitamos, que son las que está impulsando el papa Francisco: fraterna, solidaria, misionera, corresponsable y sinodal. Haremos un programa desde el ‘caminar juntos’, pero no el primer mes.
P.- Lleva unas cuantas vueltas al mundo a sus espaldas acompañando a comunidades escolapias. Ahora tiene pinta de que va a reventar el cuentakilómetros del coche con dos diócesis a su cargo…
R.- Me gusta conducir y sé que tengo que moverme hasta el último rincón de Huesca y de Jaca para estar presente en la vida real, que no está en el despacho, sino en las comunidades, en las parroquias, en las preocupaciones diarias de cada persona.
P.- En estos días, las campanas de Aragón se han sumado a las protestas por la España vaciada…
R.- Es una realidad muy compleja que me preocupa. Hay que entender esa lucha de la España vaciada para entender el conjunto del país. Es cierto que la llamamos la España vaciada demográficamente y eso tiene condicionantes importantes a todos los niveles. Hay que llenar la España vaciada de acogida, de perdón, de escucha, de trabajo, de fe, del Evangelio.
P.- Con el Congreso Nacional de Vocaciones en la memoria, ¿qué puede aportar en esta pastoral desde su experiencia escolapia?
R.- La pastoral vocacional ha de ser una prioridad siempre en la Iglesia. Así lo ha sido para nosotros, los escolapios. He trabajado mucho en ese campo. La mejor manera que tenemos de provocar una Iglesia mejor es llamar a los jóvenes a dedicar su vida al sacerdocio, a la vida consagrada o a un laicado comprometido. Y necesitamos hacerlo de modo creíble.
P.- Llamado a estar en un aula, ¿cómo debe educar la Iglesia hoy?
R.- En estos años, he dedicado mucho tiempo a impulsar el Pacto Educativo Global y a profundizar en la identidad de la escuela católica, en el servicio que puede hacer en la sociedad. Mi gran sueño es materializar lo que Francisco llamaría una escuela católica en salida, que no se contenta en sí misma, sino que intenta responder a las necesidad de los niños y jóvenes, que intenta profundizar en el misterio de la pobreza y del cambio social.
P.- ¿Se imaginaba que aquel chaval que entró en el noviciado de los escolapios acabaría en los Pirineos con una mitra?
R.- Afortunadamente nunca lo pensé, como nunca pensé casi nada de lo que he he-cho. Entré en la orden de los escolapios para dedicar mi vida a los niños y jóvenes y eso es lo que he hecho. A la luz de esa vocación, me ha tocado ser formador de seminaristas, provincial… Siempre he tenido como referente esas palabras de Pablo a Timoteo: “Yo sé bien de Quién me he fiado y sé que tiene poder para ayudarme a llevar hasta el final el encargo que me da”. En estos días cobra especial sentido para mí. Sea lo que sea lo que Dios te pida, está contigo. Lo he experimentado como provincial y general, y espero vivirlo así también como obispo.
P.- Aterriza para quedarse en la tierra aragonesa de san José de Calasanz. ¿Es una llamada para volver a la esencia del carisma?
R.- Estar en la tierra natal de Calasanz es un motivo muy especial de alegría interior, de intentar hacer algo bueno por la gente que el Señor me ha encomendado. Calasanz creció y vivió sus primeros en esta tierra aragonesa y a buen seguro que me ayudará mucho. Creo que Calasanz es la persona me tiene que inspirar, porque es el santo que me ha inspirado siempre.
P.- ¿Qué le diría san José de Calasanz al Pedro Aguado obispo?
R.- Sé lo que me está diciendo ya: no te olvides nunca de los niños y de los jóvenes, especialmente de los pobres. También me está diciendo: no te olvides de que no eres un obispo escolapio, sino que eres un escolapio que es obispo, obispo de todos los que Dios ponga en mi camino.