Cultura

Manuel Rivas: la mirada que trasciende

| 10/03/2025 - 10:37





Manuel Rivas es gallego. Sabe perfectamente lo que es el mar. Y sabe perfectamente que el agua moja. Y como lo sabe y lo ha sabido siempre, Manuel Rivas decidió desde el pupitre que él quería mojarse. Su padre fue albañil y se empapó sobre el andamio. Y él no iba a ser menos. Muchos días llegaban los dos a casa para escurrir. Desde el periodismo decidió que tenía que mojarse. Y optó, como él mismo ha dicho en alguna ocasión, por “hacer periodismo radical en el sentido etimológico de la palabra: hay que ir a la raíz”. Dice que de chaval era un niño con los oídos de par en par, que ponía la oreja en la taberna para saber qué se cocía, y que se quedaba “pasmao” escuchando a las mujeres mientras lavaban la ropa en el río.



Con todo ese bagaje, no es extraño que Rivas, Premio Nacional de las Letras 2024, autor de libros de éxito como ‘¿Qué me quieres, amor?’, ‘El lápiz del carpintero’, ‘La lengua de las mariposas’, ‘Los libros arden mal’ o ‘Contra todo esto’, haya hecho de su vida un ir a lo mollar y huir de deambular por vericuetos que no llevan a lugar alguno. La raíz ante todo. Y cuando se refiere a la religión, explica que también opta por ser radical, en el sentido de tocar la médula misma “en su etimología: religar. Sí, no con la religión de ‘perdona a tu pueblo, Señor’ y la procesión con los guardias civiles, sino el diálogo con el trascendentalismo. Hace falta relacionarse con la naturaleza como igual. No debemos aplastar la vida de los otros seres. No debemos ir por la vida aplastando”. Y es entonces cuando levanta la voz por lo sagrado y lo reivindica a pleno pulmón: “Hay lugares que no se deberían tocar”. Y palabras que no deberían estar tan desgastadas, tan manoseadas como compromiso y vanguardia (a la raíz, siempre), “quiero que vuelvan a tener viento. Cuando restablecen la confianza en ellas, refulgen de sentido”.

Las enseñanzas de don Maurilio

Cuenta que cuando niño estudió el catecismo; más bien, lo aprendió de memoria y del tirón para recitar de corrido y que, en Bachillerato, se topó con un sacerdote que le abrió los ojos –don Maurilio era su nombre–, “muy comprometido con la Teología de la liberación” y que le sacudió al descubrir un horizonte que desconocía. Lo recuerda como haber vivido un particular descubrimiento después de tanto recitar con ese soniquete tan único de los párvulos que declaman en clase. Fue entonces cuando escuchó hablar del obispo de los pobres, Hélder Câmara, radical en su resistencia, siempre al lado de los que nada tenían. Y es a él y a quienes se comportan así, del lado de los desfavorecidos, a quienes siempre ha tenido en el pensamiento Manuel Rivas.

Etiquetas: literatura
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