Matilde Olivera: el arte como ofrenda y oración a Dios

El Árbol de la Vida’ (2016), en la parroquia madrileña de San Juan Crisóstomo.

En la pintura de Matilde Olivera (Madrid, 1987) habita un discurso valiente y generoso, vocacional y creyente, que enseña un camino necesario en el arte sacro contemporáneo. Ese inspirarse en los maestros del pasado, esa continuidad con el simbolismo y la iconografía, ese pintar al servicio de la Iglesia. “Alguna vez he llegado a fantasear con la idea de abrir una escuela de arte sacro, una idea que parte de la necesidad que veo en la Iglesia de un arte propio de nuestra época y que verdaderamente lleve a Dios –manifiesta la artista–. Sin embargo, nunca me había parado a pensar que mi manera de entender el arte sacro pudiera enseñar un camino, porque la vida del artista tiene muchas complicaciones; he de confesar que bastantes dudas tengo acerca de mi propio camino como para plantearme ser ejemplo para otros”.



En Olivera, la artista y la creyente “van completamente de la mano”, como admite la propia pintora y escultora. “Pero creo que todo creyente debería poder decir lo mismo sobre cualquiera que sea su circunstancia vital –añade–. Una madre de familia no separa su ser madre de su ser creyente, o un médico o un anciano. La fe impregna todas las facetas de la vida del creyente. Es verdad que el caso de la creación artística es especial en este sentido, porque desde la fe se convierte en herramienta directa de comunicación con la trascendencia”.

Tanto que “mi obra es un intento de oración y una ofrenda a Dios”, confiesa en el artículo que acaba de publicar en la revista ‘Sacrum et Decorum’ de la Universidad de Rzeszów (Polonia). “En la misa, durante el ofertorio, cada creyente que participa de la eucaristía –explica a ‘Vida Nueva’– pone sobre el altar su ofrenda, cada cual ofrece lo que tiene. Un estudiante ofrece su estudio, un enfermo su dolor, yo ofrezco mis cuadros y mis esculturas”.

Matilde_Olivera

Su vocación está marcada, como reconoce, por dos lecturas: ‘Mi testamento’, de Auguste Rodin; y la magistral ‘Carta a los artistas’ de Juan Pablo II. De ahí mana la alusión al “misterio oculto” en la obra de arte, la búsqueda de la verdad como germen artístico y, en consecuencia, la belleza como “conducto para el encuentro con Dios”. Claro que, si bien toda obra de arte puede ser una ventana a la trascendencia, las “dedicadas a la liturgia” deben incorporar “cierto grado de figuración”, reivindica.

“Es un tema delicado, casi toda mi obra es figurativa, aunque he jugado mucho con la abstracción, especialmente en mis años de formación. Creo que la abstracción tiene su interés y su espacio, pero, en el caso del arte sacro, hay que medir mucho en qué contextos se introduce. Creo que un cierto grado de figuración es necesario, porque facilita la comunicación; solo un cierto grado, porque puede bastar un mínimo que permita reconocer lo que está representado”, matiza.

Necesaria calidad

“Ante una obra figurativa, quien la contempla no tiene dudas sobre lo que tiene delante –continúa–. Es esencial si se quiere tener presente la función didáctica y catequética que siempre ha tenido el arte en el cristianismo, porque una obra completamente abstracta no sirve para ilustrar las escenas de los textos sagrados. Pero también es importante para la oración devocional y la participación en la liturgia: cuando un fiel reza a Cristo o pide la intercesión de los santos, se ayuda de imágenes que permiten a su imaginación tenerlos presentes, y en esto la figuración facilita de un modo que la abstracción no es capaz”.

A veces, en la Iglesia se olvida esa necesidad de verdad, de belleza… y también de calidad. “Creo que en la Iglesia hay mucha confusión en el panorama artístico. Por un lado, hay muy poca formación artística entre los miembros del clero. Por otro, me da la sensación de que hay un cierto complejo de inferioridad, que asume la acusación de vivir en el pasado que produce un deseo de presentarse ante el mundo como una institución que no está obsoleta. Pero este deseo lleva a muchos a dar la bienvenida en la Iglesia a expresiones artísticas que son fruto de una contemporaneidad que en sus bases filosóficas se opone a la concepción del mundo y del hombre que enseña la Iglesia”, responde.

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