En la región gaditana de Campo de Gibraltar, especialmente en las localidades de La Línea de la Concepción y Algeciras, en contraste con el alud de turismo en toda la zona, hay un sector de la población local que atraviesa graves dificultades socio-económicas. Hasta el punto de que un significativo número de personas reside en infraviviendas o, directamente, no tiene un techo bajo el que cobijarse. Una realidad que viene de lejos.
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Décadas atrás, en plena efervescencia eclesial tras el impulso del Concilio Vaticano II, el sacerdote Francisco María Cruceyra Sánchez, párroco de Nuestra Señora del Carmen, en Algeciras, ya trató de responder a esta situación de exclusión poniendo en marcha un comedor al que acudían decenas de personas que, gracias a esta respuesta, podían comer cada día.
Más allá de la ciudad
Al principio, estaba pensado para los parroquianos del barrio y se ubicaba en un pequeño edificio contiguo al templo. Pero, con el tiempo, la respuesta solidaria se amplió a gente de toda Algeciras y de otros puntos de la provincia andaluza. Hasta que, en 2002, el proyecto pasó a ser gestionado por Cáritas Diocesana de Cádiz, ofreciendo un acompañamiento más amplio e integral. Fue así como nació lo que, a la muerte del sacerdote fundador, a modo de homenaje, pasó a ser conocido como Centro Social Padre Cruceyra.
En sus instalaciones, ya renovadas, hay diversos espacios para las distintas respuestas. Pero el corazón de todo sigue siendo el comedor social. Así lo cuenta a Vida Nueva Pilar Pérez, trabajadora social que coordina el Programa de Familia y Atención Primaria en Cáritas Diocesana de Cádiz. Además de acompañar a numerosos grupos familiares a través de las Cáritas parroquiales, el día a día de este centro pasa por ella.
Entre 30 y 40 voluntarios
De ahí que nos explique su funcionamiento: “Para el comedor, contamos con un grupo de entre 30 y 40 voluntarios, que se organizan en turnos rotatorios para que cada día estén presentes ocho de ellos: cuatro en la cocina y otros cuatro en la sala. En cuanto a los usuarios, cada jornada acuden a comer entre 110 y 120 personas. Muchos carecen de vivienda y, los que la tienen, es en condiciones muy precarias, sin luz, agua ni electrodomésticos”.
Desde una óptica integral, se busca “cubrir las necesidades básicas” de los acompañados, ofreciendo “una correcta alimentación y un servicio de higiene personal”, impulsando además “hábitos nutricionales saludables”. Todo en “un ambiente cálido” y de “acogida”. En ese sentido, “tratamos de ir más allá de la propia comida, que es muy necesaria, estando al tanto de la situación de cada persona”.
Con una trabajadora social
Lo que pasa “por encuentros con nuestra trabajadora social, que busca que cada uno pueda recibir prestaciones que les corresponderían a través de una asesoría legal detallada. También se acompaña a las personas allí donde viven para saber cuáles son sus condiciones. Y se trata de darles respuestas; en algunos casos, facilitándoles electrodomésticos para que se puedan hacer su propia comida”. Otras “pasan por acompañar del mejor modo a quienes tienen problemas de adicciones o sufren enfermedades mentales”. Y, cuando es posible, “se busca su inserción laboral, estando el programa de empleo en el mismo centro, en la planta superior al comedor”.
Inés Rubiales, cocinera del comedor y a la vez responsable del equipo de voluntarios, reconoce que “me lleva a tratar de superarme cada día dar de comer a más de un centenar de personas. Pero, a la vez, es una satisfacción muy grande, pues ves de un modo inmediato los frutos de tus acciones”. Así, repite entre risas lo que le dice siempre a sus colaboradores: “Aquí se cocina por la gracia del Espíritu Santo”. Lo que se comprobó, por ejemplo, “en la pandemia, cuando llegamos a dar de comer hasta a 7 personas en un día… Lo repartíamos todo en bolsas al no poder venir la gente y, estirando, estirando, llegábamos a mucha más gente de la habitual. Por eso siempre digo que esto es cosa del Espíritu Santo”.
La dignidad, en el centro
Al llegar cada día a la cocina, hay algo que jamás pierde de vista: “La dignidad de la persona. Por eso, cocino igual como si fuera a venir la persona más conocida del mundo. Cada uno de los que vienen se merece lo mejor: una comida con calidad, saludable… y mucho cariño”.
Una “exigencia” en la que se ve arropada “por los voluntarios, que me deslumbran con su generosidad inmensa. Están aquí de ocho de la mañana a dos de la tarde, como una jornada laboral, y sin cobrar nada… Son muy grandes”. Además de que, humanamente, “somos uno. Compartimos alegrías y penas, y conocemos a nuestras respectivas familias”. Una amistad “que me demostraron en un momento personal difícil, cuando me apoyaron en todo momento”.
Apoyo del Fondo Sabadell
El Centro Social Padre Cruceyra es una de las entidades sociales apoyadas este curso por el Fondo Sabadell Inversión Ética y Solidaria FI, que ha repartido 234.703 euros entre 23 organizaciones que centran su actividad en la ayuda a los demás. Desde 2006, el fondo bancario ha invertido 3,3 millones de euros en su apuesta por una sociedad más equitativa. De hecho, a lo largo de estas casi dos décadas, se han beneficiado un total de 248 proyectos con este apoyo económico anual.
Como explica la entidad, “con esta iniciativa, Banco Sabadell y Sabadell Asset Management-Amundi reafirman su compromiso con la sociedad y con los colectivos más necesitados”. En este sentido, ambos fueron “pioneros” creando hace 19 años “una solución de inversión responsable y de impacto social” a través de “la solidaridad” y alineados “con los principios de la Doctrina Social de la Iglesia católica”.