Bartolomé, un viaje hacia la “plena comunión”

Bartolomé en La Zarzuela

En el primer milenio, los pulmones de Oriente y Occidente iban a un mismo compás en la Iglesia. Los sucesores de san Pedro, en Roma, y san Andrés, en Constantinopla, convivían en armonía. Pero numerosos roces y, ante todo, la confrontación por el modo de vivir el primado y la sinodalidad en ambas Iglesias (desde Oriente se lamentaba el afán centralizador occidental y la progresiva jerarquización que culminaba con un papa que ejercía un poder incluso político), llevaron al cisma.



Tuvieron que pasar muchos siglos hasta que, en 1964, en Jerusalén, Pablo VI concretara uno de los frutos del naciente Concilio Vaticano II con su abrazo con el patriarca Atenágoras. Desde entonces, caídas ya las respectivas condenas, los sucesores de san Pedro y san Andrés lideran una relación ecuménica en una senda cada vez más ancha y acompasada.

Un peregrinar herido

En este caminar ha hecho parada y fonda en España Bartolomé. Del 14 al 18 de octubre, por primera vez en la Historia, un patriarca ecuménico de Constantinopla pisaba nuestro país. ‘Primus inter pares’ de la ortodoxia mundial desde 1983, este turco de 83 años aterrizó en Madrid con las llagas abiertas de un peregrinar herido por las divergencias con Kirill, patriarca ortodoxo de Moscú, líder de la otra gran corriente mundial de la ortodoxia y del que le separa algo más que la bendición espiritual del ‘pope’ ruso a la invasión de Ucrania por Putin. La ruptura entre ambos se materializó cuando, en 2019, Bartolomé firmó la autocefalia de la Iglesia ortodoxa de Ucrania, provocando, a juicio de Moscú, un cisma.

Este contexto, condicionado también por los tambores de guerra en Tierra Santa, ha marcado los mensajes que deja el patriarca en estos cinco días de peregrinación: estrechar aún más los lazos con la catolicidad y reafirmar a los ortodoxos, especialmente a los ucranianos, que mayoría entre quienes profesan esta fe cristiana en nuestro país.

Pastorea a 300 millones de ortodoxos

La visita, que se inició con su llegada el sábado 14 (mantuvo una agenda privada), tuvo su expresión más espiritual el domingo 15. Por la mañana, en el barrio de Chamartín, el hombre que pastorea a 300 millones de ortodoxos llegó a la catedral de san Andrés y san Demetrio, que cumplía 50 años. Las bodas de oro del templo se planteaban como el punto de partida del viaje, junto a las dos décadas de la creación de la Metrópolis de España y Portugal.

Ahí le acogió Bessarión Komzias, desde 2021, arzobispo metropolitano de España y Portugal, que ejerció de anfitrión. La Divina Liturgia fue realmente emotiva y se vio culminada con unas palabras del patriarca en inglés. Bartolomé destacó que “la Península Ibérica es de enorme importancia en la historia de nuestra fe cristiana” y enfatizó que “el suelo de España ha sido el único lugar de Europa occidental donde se han mezclado el cristianismo, el islam y el judaísmo”.

Vigilia en La Almudena

La segunda cita de esa primera jornada tuvo lugar en la catedral de La Almudena. Al atardecer, Bartolomé participó en una vigilia ecuménica. Acompañado en todo momento por su anfitrión, el arzobispo de Madrid, el cardenal José Cobo, se sumaron representantes de la Iglesia evangélica y de la ortodoxa rumana. A ellos se unieron el arzobispo emérito de Madrid, el cardenal Carlos Osoro, el auxiliar en la capital, Jesús Vidal, así como el obispo de Getafe, Ginés García Beltrán, junto a su auxiliar, José María Avendaño.

A las 19:23, ante un templo abarrotado, la procesión solemne avanzaba por la nave central mientras el coro entonaba: “Un solo Señor, una sola fe. / Un solo Bautismo. / Un solo Dios y Padre”. En sus palabras de bienvenida y acogida, el pastor madrileño destacó la “delicia y dulzura” que supone ver “rezar a los hermanos unidos”. Para Cobo, la presencia del patriarca en España “nos conecta con esa cadena de encuentro entre ambas Iglesias”. De ahí, la importancia de fortalecer “los caminos a la unión”, que pueden ser “largos y con dificultades”, pero que convergen “en la fuente del Evangelio”.

Caridad fraterna

Habrá, sí, “divergencias en lo doctrinal, litúrgico y disciplinar”, pero ante todo reluce “la caridad fraterna” como “un don” que permite aprender de las “lecciones del pasado” y nos hace “dispuestos a perdonar”. En la misma línea eclesial, de Montini a Bergoglio, reivindicó una comunión desde “una caridad ingeniosa y fraterna” para “avanzar en la misma dirección”. “La convivencia en Dios y en paz es posible”, manifestó Cobo, tomando a “Cristo como fuente de diálogo y fraternidad”. “Somos distintos, pero podemos convivir, reconciliarnos y acercarnos”, remarcó, a la vez que animó a dar “pasos nuevos”. Entre estas vías abiertas, el purpurado confió en que a partir de 2025 puedan hacerse coincidir las fechas de la Pascua católica y ortodoxa “en un único calendario”. “La oración es el camino”, sentenció.

Por su parte, en su homilía pronunciada en italiano, Bartolomé hizo un llamado a la paz: “La oración es la mayor ‘arma’ de los cristianos”. Un arma que para el pastor, “no hace víctimas, sino que abre puertas al Señor, que, por su gran amor al ser humano, quiso encarnarse, hacerse uno de nosotros, sufrir por nosotros, tomar sobre sí el pecado del mundo y resucitar para llevarnos a cada uno de nosotros a su Reino”.

Verdadera ‘metanoia’

Para el patriarca ecuménico, “la paz solo puede alcanzarse a través de una verdadera ‘metanoia’, una conversión de los corazones que pasa necesariamente por la justicia”. Es más, insistió en que “no puede haber paz sin respeto y reconocimiento mutuos, no puede haber paz sin una colaboración fructífera entre todos los pueblos del mundo”.

No se trata de una reflexión baladí, sino que verbalizaba esta “justicia” y “respeto”, con la mirada puesta sobre todo en la comunidad ucraniana. Es más, Bartolomé hizo suya la expresión que una y otra vez ha utilizado Francisco a lo largo de estos casi dos años de guerra para referirse al país invadido como “la atormentada Ucrania”. Con este punto de partida, el pastor ortodoxo reivindicó la necesidad de una justicia que pasa también por “una economía mundial renovada” que “atenta a las necesidades de los más pobres”. Así, reivindicó una “solidaridad” que vaya más allá de la “mera asistencia” para “sentir la necesidad, el dolor y la alegría del otro como propios”. A la vez, también ahondó en el concepto de justicia como la capacidad de “dialogar con el otro” para ver sus riquezas, sin “sentirnos superiores o inferiores del prójimo”.

Juan XXIII, Pablo VI y Atenágoras

En clave ecuménica, citó los esfuerzos de Juan XXIII, Pablo VI y Atenágoras, a quienes presentó como “visionarios de un nuevo encuentro entre cristianos, cristianos que se han vuelto a abrazar después de tantos siglos oscuros, de polémica y de distanciamiento”. En el horizonte dibujó el afán por “llegar a una plena reconciliación y comprensión recíproca”. Habrá “contratiempos, retrocesos, frialdad o cansancio”, pero este ha de ser ya “un camino sin retorno”.

Mientras se trabaja por la “plena comunión reencontrada”, los cristianos han de ir de la mano en los retos que marcan este tiempo, como la defensa “de la dignidad del ser humano en todas las etapas de su vida” o la “preservación del medio ambiente”. Algo esencial, pues “nuestra casa común nos fue dada por Dios para que fuéramos buenos administradores en ella y no explotadores y destructores de todo lo que contiene”, incurriendo así en el “pecado espiritual hacia el medio ambiente”. En este sentido, no hay que olvidar que Bartolomé ha sido reconocido como el patriarca ‘eco’, por el desarrollo de una profética teología ‘verde’ que, aseguran, supuso un aliciente para que Francisco desarrollara su propuesta de ecología integral en ‘Laudato si’ y en ‘Laudate Deum’.

Concluida la celebración, una hora después, la vigilia dejaba una imagen evocadora: Cobo y Bartolomé caminando juntos hacia la puerta de entrada al templo. Abierta de par en par, ya en la noche y mientras tañían las campanas, ambos pastores parecían fijar la vista en un horizonte que iba mucho más allá del Palacio Real, situado frente a La Almudena. Ante ellos estaba una sociedad en la que el tamiz cristiano marca su tradición, pero en la que una inmensa mayoría ya no mira hacia lo alto.

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