José María Rodríguez Olaizola: “La autoayuda promete perfecciones imposibles e innecesarias”

Jesuita y sociólogo

José María Rodríguez Olaizola no puede pasar desapercibido aunque quiera. Si se le invita como ponente, la sala se llena. Si ‘postea’ en redes, hay reacción segura. Si publica libro, no solo se le compra, sino que se le lee. Después de ‘Bailar con la soledad’ (Sal Terrae, 19ª ed.), con un pandemia y una guerra de Europa de por medio, se ha lanzado a ‘Bailar con el tiempo’ (Sal Terrae, 2ª ed.). Entretanto, sigue acompañando a la madrileña comunidad jesuita de Maldonado y de laicos en San Francisco de Borja, y pilota la comunicación de la Compañía de Jesús en España.



PREGUNTA.- ¿Sabe bailar de verdad o no da pie con bola?

RESPUESTA.- He bailado mucho, aunque ahora no tanto. Solo en las fiestas familiares. Tengo ritmo y me gusta.

Bailar con Dios

P.- ¿Con qué le queda bailar?

R.- Con Dios. Cuando empecé ‘Bailar con la soledad’, tenía claro que no tenía que quedarme ahí, ya pensé en tres libros. En el fondo, se trata de bailar con la vida. Es contemplar la danza cotidiana de los otros porque cada paso de un baile expresa alegría, dolor, encuentro… Bailamos con la vida y con la música que suena en cada momento, con las personas que nos topamos en las diferentes etapas. Bailas con personas, con dimensiones como el tiempo, con situaciones como la soledad. Incluso la fe se puede definir de alguna manera como bailar con Dios.

P.- Bailar con el tiempo aparentemente es perder el tiempo…

R.- En el libro invito a tomar las riendas de nuestra vida. Tiempo no es simplemente pasar el tiempo o que pase el tiempo, sino que nosotros también podemos hacer que este tiempo pase de una manera u otra, en una dirección u otra. Es lo que yo llamo hacerse adulto de verdad.

Doble mensaje

P.- Propone ser adulto en la ‘generación Peter Pan’…

R.- Sí, estamos empeñados en que los 50 son los nuevos 30, la obsesión de decir que todavía somos jóvenes. Yo no soy joven ni necesito serlo. Vivimos en una sociedad que, por la razón que sea, ha decidido absolutizar lo joven. La palabra adulto a veces la vinculamos con agotamiento y cansancio, con algo caduco, cuando no es así. En este senido, hay un doble mensaje en el libro que va dirigido a los jóvenes y a los adultos. A los jóvenes les digo: ‘No te atasques ahí, disfruta de esta etapa de la vida, tómatela en serio y ten un horizonte hacia el que ir y donde quieres ir’. A los adultos les invito a no añorar esa juventud y aprender a mirar la realidad desde su actual etapa de la vida.

P.- No todos quieren ser Peter Pan. Hay octogenarios como Francisco, el cardenal Bocos o el padre Elías Royón que, sin ser veinteañeros, tienen una frescura y, a la vez, una madurez en sus reflexiones y propuestas que resultan envidiables.

R.- Hacerse mayor o envejecer no es atrofiarse. Es verdad que con los años puede haber disminuciones físicas, pero la madurez te aporta sabiduría y perspectiva. Si sales, no digo indemne o ileso de las batallas de la vida, pero sí con cicatrices bien vividas, puedes ir configurando una alegría que nada tiene que añorar de la juventud.

Los demás como referencia

P.- Si le dicen que ‘Bailar con el tiempo’ es un libro de autoayuda, le entrará urticaria…

R.- Sí, porque, además, pienso todo lo contrario. La autoayuda, en el fondo, promete perfecciones imposibles e innecesarias. Es una propuesta egocéntrica, como refleja el mismo prefijo ‘auto’. Bailar implica resituarte en referencia a los demás, en un escenario que es un mundo amplio y variado, con sus luces y sombras. Aprender a bailar ahí es muy liberador, pero no porque te quites de en medio los problemas o porque de repente te encaje todo a la perfección, sino porque te das cuenta de que lidiamos con esa música. (…)

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