México: obispo de San Cristóbal de las Casas reflexiona sobre la pobreza en América Latina y posibles soluciones

En entrevista para Vida Nueva, el obispo Rodrigo Aguilar pide voltear urgentemente la mirada hacia las comunidades y territorios más marginados y ya sometidos a condiciones de doloroso sufrimiento

Debido a la situación actual de pospandemia, así como por otros factores, la pobreza en Latinoamérica continuará en aumento; a ese respecto, el obispo Rodrigo Aguilar, quien dirige una de las diócesis más pobres de México, la de San Cristóbal de las Casas, en el estado de Chiapas, habló para Vida Nueva en torno a la pobreza, sus causas y posibles consecuencias.



El obispo Aguilar expresó su preocupación particular debido a que en las comunidades, incluso a lo largo de América Latina, se han ido perdiendo las normas tradicionales y valores comunitarios, “la incursión del narcotráfico permea la vida comunitaria y el desplazamiento forzado, aquí es donde vemos la crudeza del empobrecimiento en el territorio diocesano y en los pueblos de América Latina”, dijo.

Recordó que las primeras comunidades cristianas, comprendiendo el mensaje de Jesucristo, pusieron en marcha, como alternativa al sometimiento, la solidaridad, compartir lo que se tenía para que nadie pasara necesidad. “La alternativa única –dijo- es hacer crecer el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida”.

Condiciones de empobrecimiento y despojo de identidad

PREGUNTA.- Este año, la CEPAL anunció que, como consecuencia de la guerra en Ucrania (por el aumento en los precios de la energía y alimentos) se elevará la pobreza en Latinoamérica un 33.7% y la pobreza extrema un 14.9% ¿Qué opinión tiene al respecto?

RESPUESTA.- América Latina es un continente con alto porcentaje de raíces indígenas y mestizas, pueblos campesinos que a lo largo de los años se han visto explotados, humillados, perseguidos; se ha denunciado la falta de tierras, la ausencia de derechos y los abusos sistemáticos, el conjunto ha traído como consecuencia condiciones de empobrecimiento y despojo de identidad al generarse la negación de las propias raíces y la migración para buscar el acceso a mejores condiciones de vida, en algunas regiones se fue dejando de hablar las lenguas indígenas y de trabajar la tierra, se vendieron territorios y se abandonaron a la sobreexplotación.

Aunado a ello, se van perdiendo normas tradicionales y valores comunitarios, la incursión del narcotráfico permea la vida comunitaria y el desplazamiento forzado, aquí es donde vemos la crudeza del empobrecimiento en el territorio diocesano y en los pueblos de América Latina.

Notamos con preocupación que, cada vez mayor número de adolescentes y jóvenes de nuestras comunidades, incrementan los flujos migratorios hacia Estados Unidos al lado de los pueblos de Centroamérica: Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua, que han venido resintiendo los embates de la economía, la marginación, el acrecentamiento de la violencia y violaciones sistemáticas a derechos humanos; a los flujos migratorios de los países vecinos se han unido las grandes caravanas de Cuba, Haití, Venezuela, Ecuador, Colombia, más recientemente Perú, entre otros también extracontinentales. La crisis por la pandemia de Covid-19 y otras cepas no han podido diezmar la salida emergente de todos estos pueblos sin las mínimas condiciones de seguridad clamando por vida digna y en paz a lo largo de las rutas migratorias.

De frente al contexto actual, los índices de pobreza y pobreza extrema que seguirán elevándose a causa de la guerra en Ucrania nos hacen voltear la mirada hacia esas comunidades y territorios más marginados y ya sometidos a condiciones de doloroso sufrimiento. Estamos delante de grandes desafíos económicos, comerciales y sociales que también son ecológicos, el modelo capitalista neoliberal está destinado a desaparecer, o nos modificamos en las relaciones de consumo y de participación corresponsable poniendo al centro la vida o no habrá herencia que alcance a la humanidad entera como es el verdadero sueño de Dios, tenemos el imperativo primero de vivirnos y llamarnos hermanos vinculados todos al cuidado de la Casa Común.

Enfrentar la realidad con creatividad y audacia

P.- Desde su punto de vista, ¿cuál podría ser la principal alternativa para paliar esa situación, así como para coadyuvar en su solución?

R.- En América Latina y en el mundo, tenemos la certeza de la esperanza, creemos en que la humanidad puede construir un mundo diferente sorteando esta crisis multidimensional (económica, social, ambiental, alimentaria, energética, sanitaria, de cuidados). Esa esperanza se ha visto fuertemente sostenida y alentada por el papa Francisco, desde su llegada a Roma; su voz es anuncio y denuncia contundente con llamados concretos, Laudato si’, Querida Amazonía, Fratelli Tutti, una propuesta sinodal, una visión integradora.

La llamada a los grandes capitales, a los gobiernos y a la iniciativa privada para que se implementen políticas de desarrollo garantes de la estabilidad familiar en todos los niveles con un enfoque de responsabilidad social compartida.

Los Foros Sociales Mundiales desde hace más de dos décadas (2001) apuestan por “Otro mundo posible”, miles de personas y organizaciones siguen planteando, proponiendo y construyendo alternativas.

La ONU ha posicionado en el 2015 una agenda al 2030 integrando los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible, aquí hay una visión mundial que necesita seguirse planteando de manera regional y local, poner fin a la pobreza es prioritario sin que esté desconectado de la seguridad alimentaria, la educación, el agua y los recursos, etc., para conducirnos a una convivencia sana, interdependiente y pacífica.

Los jóvenes en distintos movimientos se manifiestan por un mundo más igualitario e incluyente, desde el arte, las ciencias, las tecnologías, expresan con novedad el rescate cultural y el impulso a una experiencia de vida responsable y solidaria entre generaciones y con el medio ambiente. Hay que dar lugar a su palabra y acción.

La propuesta de la teología y grupos ecofeministas, el camino hacia una Iglesia Sinodal, son una puesta en marcha para la reflexión y la acción desde donde se construyan relaciones más justas, equitativas e incluyentes entre hombres, mujeres y con la Madre Naturaleza.

Luego de la pandemia, no podemos seguir igual, el papa Francisco insistió, los medios también se volcaron, hay rasgos de una nueva conciencia. Nos toca a todos, necesitamos con deber urgente enfrentar la realidad con creatividad y audacia, obra de nuestro ser y quehacer, fruto del esfuerzo de cada uno y de los colectivos que esperanzadamente se crean para dar razón de lo posible.

Las primeras comunidades cristianas comprendiendo el mensaje de Jesucristo, pusieron en marcha como alternativa al sometimiento y renuncia de la libertad, la solidaridad, compartir lo que se tiene para que nadie pase necesidad. La alternativa única es hacer crecer el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida.

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