Müller en España: “La confusión actual de la Iglesia viene del demonio”

  • El cardenal Rouco Varela y el auxiliar Martínez Camino arropan al prefecto emérito de Doctrina de la Fe en el arranque de su mini gira española con una conferencia para honrar a Juan Pablo II
  • En algo más de una hora, el purpurado desarrolla las amenazas del nihilismo antropológico, de la Pachamama al “patetismo” de la cultura woke

El cardenal Gerhard Ludwig Müller ya está en Madrid. El prefecto emérito de Doctrina de la Fe arrancó esta tarde su minigira española que llevará a participar a partir de mañana en un congreso sobre Benedicto XVI organizado por la fundación San Pablo CEU. Ayer por la tarde el purpurado alemán pronunció una conferencia en el Real Casino de Madrid organizada por el Instituto Karol Wojtyla -san Juan Pablo II- con motivo de los 40 años de la histórica primera visita del Papa polaco a nuestro país.



“Hoy España tiene que volver a ser el lugar donde luchar contra el ateísmo del trans y del post humanismo. Hemos defendido la dignidad de Cristo y ahora debemos defender la humanidad de Cristo”, expuso Müller en un minucioso castellano, en un auditorio con un aforo aproximadamente al 90 por ciento, que se estuvo respaldado por un cardenal español, el arzobispo emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela, así como el obispo auxiliar de Madrid, Juan Antonio Martínez Camino. Entre los asistentes, una mayoría de laicos y una decena de eclesiásticos, además de la rectora de la Universidad Católica de Ávila, María del Rosario Sáez, y la directora general del Instituto Secular Cruzadas de Santa María, Lydia Jiménez González.

La Iglesia no es una organización social

Presentado como “una de las voces más autorizadas de la Iglesia católica”, el cardenal correspondió señalando que “la Iglesia no es una organización religiosa social organizada por cualquier ser humano, Cristo es el instrumento de la unión con Dios y de la unidad con toda la humanidad”. Por ello, señaló que los creyentes “no participan de la vida cultural y política de manera interesada, sino como parte de una familia que trabaja de manera cooperativa por el bien común”. Eso sí, estableció un límite: “el reconocimiento de la dignidad humana inalienable” contra “cualquier acceso totalitario de las autoridades humanas”.

Así pues, para Müller, “el católico no puede hacer depender de su fe de un a priori ideológico o de una opción política” que le lleve a enmarcarse entre “conservadores y progresistas, derechas e izquierdas, capitalistas y socialistas”.

Del comunismo a la Pachamama

El purpurado mostró su preocupación por el creciente nihilismo antropológico presente en la sociedad, deteniéndose en los totalitarismos del fascismo y el comunismo, que desembocan en “catástrofes mundiales”, así como sobre los riesgos que ciernen sobre la conformación de un “yo” espiritual, incluido el sincretismo, haciendo una referencia explícita a la Pachamama. Así, dejó caer cómo, desde Bruselas a Washington, los centros de poder se están contagiando de estas ideologías y no evitó profetizar la proximidad a una Tercera Guerra Mundial.

Moral fabricada

En su ponencia, también tuvo hueco para cuestionar la moral “de fabricación propia” por parte de los agentes políticos. Así, lamentó cómo “hoy la crítica a la opinión del Gobierno se considera un delito” que obliga a los profesores a renunciar a sus plazas. De la misma manera, condenó el “patetismo” de la cultura woke, centrándose en el aborto, la eutanasia, la relativización del matrimonio entre un hombre y una mujer, la ideología de género…

Antes de detenerse en la figura de Juan Pablo II, el purpurado alemán ahondó en la aportación histórica de España a la evangelización, haciendo hincapié especialmente en la colonización: “La hispanidad cristiana católica representa en el mundo moderno, más de su instrumentalización con fines políticos, la continuidad de la cultura grecolatina y la presencia de la fe católica en los nuevos mundos: América, Asia y el África subsahariana”.

Cristo y los políticos

En el turno de preguntas, planteó que “el cristianismo no es solo un programa histórico o político, sino un encuentro con Jesucristo que es el Camino, la Verdad y la Vida”. En este sentido, dejó caer que “la alternativa a los jóvenes para Jesucristo no son Xi Jinping, Biden, Putin o Sánchez. Yo prefiero a Cristo antes que a todos los políticos juntos. Ninguno de estos políticos tiene una respuesta para la contingencia humana, solo Dios nos abre la puerta para la vida eterna”.

Desde ahí, incidió en la necesidad de promover la formación entre los católicos a través de la catequesis a través de la Biblia, el Padrenuestro, el Credo y el Catecismo. “La fe cristiana no es un sentimiento religioso sino conocimiento intelectual y personal”, apuntó.

Sin citar explícitamente a Francisco, ratificó que el Papa es el “sucesor personal de San Pedro” y su misión es “unir a todos los fieles en la fe en Jesucristo”. Es más, también reconoció la importancia de hablar de temas como la ecología integral, pero subrayó que lo fundamental es preservar “la identidad católica”. “La Doctrina Social es la única solución para el mundo de hoy”, sentenció en un respaldo al pontificado de Jorge Mario Bergoglio.

Confusión eclesial

Eso sí, en otro momento de su intervención, preguntado por el cambio de rumbo en algunas reflexiones de líderes católicos alertó de cómo “la confusión actual de la Iglesia viene del demonio”, en tanto que “Dios  es orden”. “Las herejías como el arrianismo eran confusiones. Tenemos que ser claros cuando transmitamos el Evangelio en la catequesis, en las clases de religión…”, sentenció.

Sobre Benedicto XVI, señaló que “de vez en cuando me encuentro con él como editor de sus obras”. “Su cabeza y su memoria concreta, directa y actual continúan siendo clarividentes”, explicó, sin olvidar la fragilidad de “un cuerpo de 95 años”. “Conoce todo lo que acontece y tiene un juicio sobre todo lo que pasa”, añadió.

En estas reflexiones finales, también arremetió contra la actual “anti cultura de la muerte” como manifiesta el aborto y la eutanasia. También criticó los intentos de “reformular” la historia, llegándole a calificar de “desmemoria”.

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