Bernardito Auza, con la España vaciada: “No hay que resignarse a las ruinas”

El nuncio clausura el año jubilar por los 800 años de la catedral de Burgos con una eucaristía de acción de gracias

El nuncio Bernardito Auza hizo ayer un guiño de apoyo a la España vaciada en plena oleada de incendios que está arrasando diferentes enclaves rurales de nuestro país. Y lo hizo durante la eucaristía que presidió con motivo de la clausura del jubileo por los 800 años de la colocación de la primera piedra de la catedral de Burgos.



“No hay que resignarse al invierno demográfico”, aseveró sobre la realidad que vive Castilla y León, a la vez que hizo hincapié en “la huida de los jóvenes en las grandes ciudades, las ruinas de nuestras iglesias y ermitas, dispersas en los campos quemados y áreas, muchas de las cuales están desapareciendo”.

Amar la vida

Para el embajador vaticano, “hay que amar de nuevo la vida, hay que continuar vibrando en esta diócesis”. Una llamada de futuro que lanzó al echar la vista atrás y recordar la que calificó como una ““tierra misionera de grandes santos, reyes y logros para la humanidad”.

En su homilía, Auza recordó que “la catedral no es una pieza museística, es un lugar para el culto”. “Su definición no es un centro de arte, que lo es”, subrayó, presentándolo como “un lugar de adoración”. Por eso, instó a la Iglesia que camina en Burgos a “profundizar en nuestra identidad” con un “renovado anhelo misionero”.  “Nuestra sociedad hoy es muy diferente a aquella en la que se elevaron las agujas de la catedral”, reflexionó el nuncio, que apuntó que “la realidad a la que esas agujas apuntan, no cambia jamás”.

En colegialidad

Junto al nuncio, concelebraron la eucaristía de acción de gracias el arzobispo de Burgos, Mario Iceta, el arzobispo emérito, Fidel Herráez Vegas; los obispos de Mondoñedo-Ferrol y Vitoria, Fernando García Cadiñanos y Juan Carlos Elizalde, respectivamente, así como el obispo electo de Tarazona, Vicente Rebollo Mozos.

En la celebración se ha podido escuchar la música litúrgica compuesta para el año jubilar por Pedro María de la Iglesia y con letra de Donato Miguel Gómez Arce, interpretada por la Capilla de Música de la Catedral de Bilbao.

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